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viernes, 2 de marzo de 2012

Shame

8/10
Shame (Reino Unido, 2011).
Dirección: Steve McQueen.
Intérpretes: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie, Lucy Walters.
Guión: Abi Morgan, Steve McQueen.
Música original: Harry Escott.
Fotografía: Sean Bobbitt.
Montaje: Joe Walker.
Idioma: Inglés.
Duración: 101 minutos.



Patologías del siglo XXI

Hunger (2008) fue uno de los más prometedores debuts en la dirección vistos en los últimos tiempos. A estas alturas, no es nada sencillo hacer un film que se distinga entre todos los que han tratado el conflicto irlandés. Steve McQueen lo hizo con un estilo propio y genuino. Una mirada clara de tremenda fuerza que nos dejaba clavados en la butaca. Tras ver Shame, ya podemos asegurar que su ópera prima no fue fruto de la casualidad.

El director vuelve a deslumbrarnos con un ejercicio de extrema precisión que disecciona el sufrimiento humano. El dolor físico de Hunger da paso al más íntimo de Shame. Su protagonista es un tipo que parece tenerlo todo para ser un triunfador. Un buen trabajo, juventud, atractivo físico. Los primeros minutos del film nos muestran (en todo su esplendor) a alguien envidiable, cuya rutina solo es interrumpida por los mensajes en el contestador de una voz femenina que intuimos es una antigua amante (el autor juega hábilmente con la ambigüedad hasta descubrirnos su verdadera identidad).

Poco a poco, McQueen va destapando lo que se esconde detrás de la primera capa de exitosa apariencia. Y lo que hay es soledad e incomunicación. La rutina se basa en evitar cualquier contacto profundo con otro ser humano, y una manera de afrontar el sexo que se acerca peligrosamente a la patología. Un mundo cerrado y podrido, pero perfectamente controlado. Hasta que irrumpe la presencia de esa mujer que provoca el tambaleo de ese ficticio equilibrio.

Se ha hablado mucho sobre Shame como una película sobre la adicción sexual. Pero esa es solo una de las aristas que podemos ver en un film que habla, sobre todo, del frío aislamiento que a veces provoca la forma de vida actual. Algo que en ocasiones se produce por propia decisión del sujeto; pero que en otras, es no sé sabe muy bien si causa o consecuencia, de una búsqueda desesperada de cariño. Ahí entran Carey Mulligan, su fragilidad, y su mirada ávida de amor. Es difícil no emocionarse con esa desvalida interpretación del New York, New York; uno de los momentos cumbres del film.

Es la única ocasión que el personaje interpretado por un superlativo Fassbender muestra su debilidad, la cual esconde tras una coraza cuando está rodeado de gente. El director arma el film sobre el esqueleto de un Brandon Sullivan lleno de sutil complejidad. Son los momentos de vergüenza en la intimidad los que hacen que el personaje alcance una gran dimensión. Lejos del histrionismo desfasado del postmoderno Patrick Bateman de American Psycho, la disfuncionalidad de Sullivan aflora de forma mucho más contenida y real. Estamos ante un sufrimiento reconocible, y por ende, muy doloroso.

Una ejemplar construcción de personaje (frente a la algo más tópica de Sissy) con la que McQueen da muestras de su grandeza, en un film repleto de planos certeros. El director sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo. Para muestra, dos pares de secuencias. Aquellas que abren y cierran el film (no se puede decir más con menos), y las dos citas con su compañera de trabajo. Si magnífica es la composición de la secuencia de la cena, el posterior encuentro sexual define con nitidez el quiero y no puedo de alguien metido en un círculo vicioso (nunca mejor dicho) del que le va a ser muy complicado salir.

Shame se convierte en una pequeña, pero implacable disección de algunos de los grandes males que acechan las mentes del mundo occidental. Un trabajo al que se le perdonan sus pequeños brotes de moralismo. Y es que hay mucho y buen cine encerrado en la obra de este británico capaz de penetrar hasta lo más profundo de su protagonista.


Manuel Barrero Iglesias


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