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miércoles, 7 de marzo de 2012

Mi semana con Marilyn

6/10
My Week with Marilyn (USA, 2011).
Dirección: Simon Curtis.
Intérpretes: Eddie Redmayne, Michelle Williams, Kenneth Branagh, Julia Ormond, Emma Watson.
Guión: Adrian Hodges, sobre las novelas de Colin Clark.
Música original: Conrad Pope.
Fotografía: Ben Smithard.
Montaje: Adam Recht.
Idioma: Inglés.
Duración: 99 minutos.



Siete días de gloria

Marilyn Monroe es única. Sirva esta perogrullada para ilustrar la sensación que produce ver como otra actriz intenta meterse en su piel. Ni Michelle Williams, ni nadie, puede siquiera acercarse al carisma que tenía ella. Y es que para ser el mayor icono sexual en la historia de la humanidad hay que tener algo (mucho) que te diferencie del resto. Por ello, es inevitable que en los primeros minutos del film, sea imposible creer que Williams (a la que, además, le faltan curvas) sea Marilyn. Pero es que nadie puede ser Ella.

Sin embargo, a medida que avanza la película el esplendoroso trabajo de Michelle logra que nos vayamos abstrayendo, e incluso convenciendo. Y lo consigue en las distancias cortas, cuando tiene que mostrar a la insegura persona que se esconde tras la estrella. Si hay algo que Williams es capaz de transmitir es la desarmante fragilidad de los momentos más íntimos.

No estamos ante un biopic, ya que solo abarca siete días en la vida de la rubia actriz. Más bien estamos ante una anécdota a partir de la cual se fotografía una personalidad apasionante. Mi semana con Marilyn alcanza sus mejores logros en los contrastes. La casi esquizofrenia que debe suponer buscar el amor sincero en un mundo que tienes a tus pies, mientras se hace casi inevitable usar ese poder para conseguir cualquier deseo inmediato.

Egoísta, caprichosa, volátil, inconstante. Pero también sensible y muy castigada por la vida. Objeto de deseo, juguete roto. Y ante todo, alguien que busca lo que todos: ser querida en lo personal y admirada en lo profesional. Esa múltiple dimensión está muy bien captada por la mirada de Curtis. Y es que al igual que la figura de Marilyn deslumbraba en cualquier película (incluyendo las más mediocres), en este convencional film es ese adentrarse en su complejidad lo que nos termina embelesando.

Y es que el film siempre trata de llevarla a la dimensión de lo terrenal. De hecho, la propia historia que cuenta (una especie de relación sentimental con un ayudante de otro ayudante) ya nos la presenta como alguien accesible y humana, y no como un ideal intocable. Por cierto, excelente también el retrato de Laurence Olivier que borda un magnífico Kenneth Branagh.

Una película modesta en intenciones, pero honesta en su desarrollo. Una curiosidad sin grandes pretensiones, pero con momentos de clarividencia que la convierten en un producto gozoso.

Manuel Barrero Iglesias




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