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martes, 22 de octubre de 2013

Film Fest Gent: Crónica 2

El Film Fest Gent sigue sabiendo a indie americano y a Europa. Pero de ese Indie que sí tiene recursos y esa Europa que arriesga. Lo de Kore-Eda es caso aparte. Like father, like son es de esas maravillas que da gusto ver para empezar el día. Bueno, a las 9, las 12 o quizá después de cuatro o cinco más. El ritmo y la sencillez elegante y sobria de una historia de partida enriquecedora se agradecen entre tantas otras más o menos rompedoras o convencionales. La nipona, ganadora de la mención especial del jurado en Cannes 2013, nos sumerge en el Japón de contrastes que entremezcla tradición y ultra modernidad, tanto en el entorno más tangible como en los propios valores familiares y personales. Siguiendo la preocupación sobre la educación y el núcleo familiar, la película reflexiona en torno a la formación de dos niños a imagen y semejanza de sus progenitores, girando sin cesar en torno a una cuestión: ¿qué los hace parecidos, los genes o la educación adquirida?

La realidad es que el hijo de Ryota Nonomiya no es en realidad su hijo. Al menos, no genéticamente. Así que ahora este padre inflexible y estricto, totalmente integrado en el business Japón del siglo XXI, pero a la vez profundamente creyente de la educación tradicional de rígidas normas de comportamiento, deberá plantearse si quiere volver a empezar con un niño opuesto al suyo en valores y si debe “abandonar” al que ha educado a las manos de un padre que no querría para sí mismo. ¿O quizá es precisamente lo que le hace falta? Una película en la que no hay buenos y malos porque nada es correcto, sólo diferentes cristales a través de los que mirar. La profundidad con la que Kore-Eda trata este drama trasciende el caso particular para generar un debate universal a partir de las preocupaciones de cualquier padre. La puesta en escena, simplemente deliciosa: sin estridencias y precisa, como la iluminación; elegante y efectiva, como una secuencia inicial cautivadora que anticipa lo que veremos durante las siguientes dos horas de película.

Por desgracia -o quizá precisamente para acentuar el contraste entre diferentes caras para un mismo arte-, las horas que vendrán después no tienen ni punto de comparación, salvo por su hincapié generalizado en lograr una fotografía digna de degustar, aunque no acompañando en todas las ocasiones un fondo tan profundo. James Gray se deleita con la recreación de una Nueva York de otro siglo, fuertemente iluminada, donde las sombras son más potentes incluso que las luces, cálidas y típicas de las películas “de época”, donde la época de igual: es ese vacío temporal que el cine, como los carnavales, llama “época”. The Immigrant es la historia de una inmigrante polaca que desemboca en la tierra de las oportunidades en busca de un futuro mejor para ella y su hermana, retenida en la aduana en contra de su voluntad y confinada por tuberculosa. Afortunadamente, un amable Joaquin Phoenix tiene la solución para una Marion Cotillard ya vista en su versión más desvalida: completar la corte de su burdel. Una historia poco nueva: visible, pero para nada memorable. Con un objetivo tan poco claro como el futuro de la chica, la cinta se pierde a la deriva al mismo ritmo que la inmigrante, que a veces te arrastra con su incertidumbre, pero la gran mayoría lo consigue con dificultad.

Aunque para derivas vitales y búsquedas del propio camino, la del compatriota David Lowery, quien no obstante sí tiene claro el objetivo en Ain’t Them Bodies Saints. Algo parecido a una road movie de fuga y persecución donde un atracador fugado trata de reencontrarse con la eterna amada de la que tuvo que separarse en el asalto definitivo en el que él fue capturado por protegerla a ella (que ahora, después de los años, sobrevive dentro de una especie de catálogo de ropa de la temporada de otoño con su hija, a la que tampoco le falta de nada gracias al protector abuelo). Una película esteticista de sombreros tejanos y sobreexposiciones del gusto de Malick que, teniendo clara su vocación como gran epopeya amorosa, no impresiona especialmente, a pesar de contar con un guión bien desarrollado pero nada fuera de lo común.

El otro lado del océano se presenta manifiestamente más perverso con la ya vista en Cannes L’inconnu du lac, que observa cual “voyeur” los placeres de un lago oculto en cualquier lugar (pongamos la campaña francesa) como un remanso de paraíso sexual masculino donde las horas, los días o los meses pasan como si en realidad el tiempo se hubiera detenido hace mucho. Allí todo tipo de hombres desnudos ante sus deseos, manías y sentires, desean, envidian, traicionan y aman sin velos que oculten su disfrute explícito (*Nota: explícito quiere decir exactamente explícito), incluso después de aparecer un cadáver en el lago. La progresión enfermiza en torno a ese agua estancada en el tiempo se vuelve poco a poco tan insana que quizá por eso un buen número de varones sulfurados (que no pueden ni contarse con los dedos de las dos manos) se sienten obligados a abandonar la sala, más en un arrebato de rechazo a la cotidianidad sexual homo que a la reprobación de los valores morales enterrados junto a ese cadáver. Una provocación no obstante realista que contempla, aunque parezca imposible, con mucho tacto diferentes posturas respecto a la atracción sexual, gracias a un guión inteligente encerrado en una sola localización donde las piezas del rompecabezas se alternan una y otra vez desnudas y sin música alguna sobre una espiral con diferentes combinaciones.


La última europea de la jornada viene del país que acoge el festival y en neerlandés. La belga 82 dagen in April (82 días en abril) acompaña a unos desdichados padres hasta Turquía tras el rastro de su hijo. Siguiendo ese rastro nos perdemos también nosotros hasta llegar al especial que dedicaremos a las apuestas nacionales del Film Fest Gent. 

Sara Martínez Ruiz

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