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viernes, 17 de mayo de 2013

La mula

4/10
La mula (España-Reino Unido, 2013).
Intérpretes: Mario Casas, María Valverde, Daniel Grao, Secun de la Rosa, Luis Callejo.
Guión: Juan Eslava Galán, sobre su novela.
Música original: Óscar Navarro.
Fotografía: Ángel Luis Fernández, Ashley Rowe.
Montaje: Teresa Font.
Idioma: Español.



La mulilla de la discordia

La de La mula es la historia de un campesino de Jaén que trata de sobrevivir a la Guerra Civil aferrándose a cualquier ilusión de vida después de los bombardeos. Los honores poco importan, los ideales incluso menos, la cuestión es adaptarse a la situación que le ha tocado (no tan mala como cabía esperar, por cierto) y dejar que la guerra fluya a sus espaldas, mientras espera para poder comenzar la vida soñada entre hijos y mulas.

Como suele pasar, su historia de amor, a caballo entre una niña mona andaluza y una hermosa mulilla extraviada, es el motor de sus esperanzas para un futuro mejor. Un bizarro triángulo en el que el equino blanco irrumpe como esa “tercera persona” en la pareja de moda formada por Mario Casas y María Valverde -extremadamente forzados en sus imitaciones del acento, por cierto-, y por la que el gallego fue premiado como Mejor actor en la última edición del Festival de Málaga.
El pretendido subtexto, en torno al desastre humano de una guerra entre hermanos. El retrato de una agonía sin sentido que trata de desmitificar a unos y otros a través de la miseria de la vida cotidiana, y donde todos por igual acaban colgándose de cualquiera capaz de aliviar (siquiera temporalmente) el sufrimiento de fondo. Un punto de vista, si no novedoso, al menos poco frecuente; el de la narración desde el bando vencedor que, sin embargo, se pierde en el intento de nivelarlos a ambos y termina por dar vueltas sobre sí mismo para tratar de justificarse.

Un toque de humor entre absurdo (a veces incluso pasado de rosca) y convencional para los cánones de 2013, más que para los de 1939, asociado muy torpemente al retrato berlanguiano de la guerra, se une al camino hacia el predecible fracaso. La cinta se pierde además entre digresiones de diferente índole en las que no termina de expresarse de forma clara y que acaban por transmitir una sensación de “partida revuelta” construida sobre retazos de detalles que bien trabajados podían haber jugado a su favor. Muchos mensajes contradictorios, muchos planteamientos que saben a una cosa pero insinúan otra, muchos apuntes de estilo en diferentes direcciones, mucha mezcla de calidades de la propia película con un objetivo más bien dudoso… muchas manos detrás, al fin y al cabo.
El anonimato con el que aparece firmada la película y que convierte a esta producción en un hecho insólito en sí mismo, se siente pesantemente incluso antes de saberse. Unos nubarrones grises abrazan el flechazo entre Juan Castro (Mario Casas) y la mula Valentina con un aura de tormenta inminente que acompañará toda la proyección hasta el esperado divorcio final, que lejos de dejar huérfana a la película la sitúa en el foco de tensión de una paternidad múltiple. Parecía impensable, al menos para mí, plantear en este país una película de un capítulo de nuestra Historia aún sangrante, rebajado a la categoría de la cotidianidad donde poco importa el lado de la raya desde el que se mire a los ojos de la miseria.

No es de extrañar, pues, que no fuera sino un británico (Michael Radford: 1984, El mercader de Venecia) el que liderara el proyecto que, sin embargo, tan fallidamente terminó y que aún sigue coleando (y lo que le queda…). El litigio entre la producción española y la británico-irlandesa ha terminado por forjar de forma evidente el carácter de este intento de film inclasificable. Lo triste es que esta condición singular no se produce por una propuesta insólita o peculiarmente interesante, sino por una polémica de texturas poco nítidas.

Sara Martínez Ruiz

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