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martes, 22 de enero de 2013

El sentido de la vida


The Meaning of Life (USA, 1983). Dirección: Terry Jones, Terry Gilliam. Intérpretes y guión: Graham Chapman, John Cleese, Terry Gilliam, Eric Idle, Terry Jones, Michael Palin. Música original: John Du Prez. Fotografía: Peter Hannan, Roger Prat. Montaje: Julian Doyle.





A estas alturas no hace falta hablar de lo que han significado los Monty Python para la comedia moderna. Esa mezcla de humor absurdo e irreverente que tantos utilizan en la actualidad, tiene sus raíces en el grupo británico. Treinta años después de separarse, su carrera no ha perdido vigencia, más bien todo lo contrario. Estos clásicos atemporales fueron unos adelantados a su tiempo, y su humor sigue haciendo disfrutar a las sucesivas generaciones que han venido, y lo seguirá haciendo con las que están por llegar.

Cuando Universal se decidió a producirles, ellos ya eran un referente mundial; tras más de una década de éxitos rotundos que empezaron en la televisión con la mítica Flying Circus. Su obra cinematográfica se reduce al escaso número de cuatro títulos. Debutaron en 1971 con Se armó la gorda, película que se limitaba a recrear algunos de los sketches más populares de la serie televisiva. Luego, vendrían sus dos filmes más redondos. Dos parodias brillantes. Tanto Los caballeros de la mesa cuadrada como, sobre todo, La vida de Brian consiguieron un éxito tremendo. Y ambas tienen ya su lugar entre las mejores comedias de todos los tiempos.

Tras la sátira cristiana, el grupo fue tentado al poco tiempo para volver a la gran pantalla. El proceso fue largo y complicado, ya que volver a la estructura episódica no convencía a todo el grupo (especialmente a un muy reticente John Cleese). Tras muchas vueltas, al final encontraron el pretexto con “el sentido de la vida”, describiendo cada una de las etapas de la existencia humana. Por supuesto, esto no es más que una excusa, ya que hay poca relación entre los sketches. Pero a ellos les sirvió para focalizar su trabajo. De hecho, Eric Idle comenta que lo que realmente le falta a la película para ser redonda es un personaje principal que aparezca en todas las etapas, al que sigamos en su recorrido vital. Es muy probable que tenga razón, y que ese personaje vertebrador le hubiera dado más cohesión a un trabajo que acusa el eterno problema de las películas episódicas: la irregularidad.

El film empieza con un cortometraje “independiente” rodado por Terry Gilliam. Seguros Permanentes Crimson fue concebido como un fragmento animado que iría a la mitad del film. Gilliam empezó a a alimentar al monstruo, que pasó a ser de acción real, y cuya duración se excedió mucho de lo previsto, provocando además una importante desviación del presupuesto. El director americano siempre fue el menos Python del grupo, y ya había hecho sus pinitos en solitario. Su desmesura sale a relucir en un corto que cobra inusitada actualidad en esta época. Radicalmente anticapitalista, Gilliam presenta a un grupo de ancianos esclavizados por el sistema que se rebelan en forma de piratas a la vieja usanza. Visualmente brillante ese edificio convertido en buque. Un trabajo entrañable, a la vez que lleno de rabia.

Tras el prólogo, empiezan los Python de verdad. Los primeros capítulos (nacimiento e infancia) son muy divertidos. La secuencia de la familia numerosa es el culmen de la faceta musical del grupo, la cual siempre estuvo muy presente, aunque no tanto como en este trabajo. Grandioso número que tiene una letra tan explícita como 'Every Sperm is Sacred' (canción cantada también por niños). Para estos kamikazes de la comedia no había tabúes, y la infancia no sale bien parada en el film. En el sketch del que hablamos, el padre de familia comienza diciendo a sus hijos que los venderá para experimentos científicos. Más tarde, ese desprecio infantil se ve elevado con una sublime secuencia en la que un partido de rugby entre alumnos y profesores sirve como pretexto para que estos últimos pateen (literalmente) las cabezas de los niños.

Una película sobre el “sentido de la vida” no podía dejar de lado la religión, y es en estas primeras secuencias donde más burla se hace sobre ellas. A la que ironiza sobre los católicos le sigue otra sobre los protestantes, que funciona el doble de bien gracias al contraste. Una secuencia que Terry Jones rueda en un solo plano, algo que también hace (o casi) en el fragmento posterior al de Creosote en el restaurante. Me gustaría destacar el trabajo del director, que vuelve a dar un paso más en su evolución como realizador, consiguiendo momentos de mucho mérito.

Tras la crítica a la religión (y una genial secuencia sobre una clase de iniciación sexual), llegan los chistes sobre el ejército, institución que tampoco se libra de los dardos envenenados. Con unos sketches algo menos inspirados, pero sin perder nunca el toque. De hecho, al final de este bloque llega uno de los momentos más genuinamente Python. De los de toda la vida. Una situación absurda hasta el límite que brilla con la desternillante interpretación del dúo Idle/Palin. Y hablando de surrealismo, no podemos obviar una secuencia que podría haber firmado el mismísimo David Lynch. Nos referimos, obviamente, a la del pececillo. Lo más extraño que el grupo ha rodado nunca.

Y hay dos secuencias que destacan por lo escatológico. La donación de hígado no es especialmente divertida, aunque podemos encontrar varios hallazgos. La maravillosamente despreocupada interpretación de Cleese (que está sembrado durante todo el film), así como el contraste entre lo sangriento y la bella canción de Eric Idle. Ya hemos hablado de la importancia de la música en un film al que casi se le podría considerar como un musical. Pero la escatología se presenta en todo su esplendor en la secuencia de Creosote. Magnífico Terry Jones en la piel del obeso comensal que no para de vomitar. Un sketch que estuvo a punto de no rodarse, ya que no convencía a todos. Por fortuna, decidieron correr el riesgo, lo que nos regala algunas de las imágenes más poderosas de la película.

Y es que lo que hace que El sentido de la vida sea tan especial es esa capacidad para arriesgarse e ir un poco más allá. Quizás la coherencia interna no sea la ideal, y puede que algunos chistes sean poco afortunados. Pero ese énfasis en apretar las tuercas es lo que hizo tan geniales a los Monty Python. Siempre buscando ese punto más, siempre forzando las situaciones hasta el límite. Sin ser una película tan redonda como las dos anteriores, este testamento fílmico es tan irreverente y demencial como siempre. Una carrera deslumbrante que concluyó con una obra llamada El sentido de la vida. Una obra que es un auténtico sinsentido. Pero al fin y al cabo la vida no es más que eso: un grotesco sinsentido. Así que lo más sano es reírse de ella. Y si es con los Python, mucho mejor.


Manuel Barrero Iglesias

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