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jueves, 5 de marzo de 2015

Críticas: Maps to the Stars

8/10
Maps to the Stars (Canadá-USA-Alemania-Francia, 2014).
Dirección: David Cronenberg.
Intérpretes: Julianne Moore, Mia Wasikowska, John Cusack, Evan Bird, Olivia Williams, Robert Pattinson, Sarah Gadon.
Guión: Bruce Wagner.
Música original: Howard Shore.
Fotografía: Peter Suschitzky.
Montaje: Ronald Sanders.
Idioma: Inglés.
Duración: 111 minutos.






El sueño de Hollywood produce monstruos

Por Irene Galicia

Lejos quedaron los monstruos cronembergianos de los ochenta, pero el director no ha perdido el interés por retratar nuevos engendros: en esta ocasión, los que pueblan ese incierto lugar llamado Hollywood. Entre el drama ácido y la comedia negra, bajo las directrices del director canadiense Hollywood se convierte en el infierno y su relato en un mal sueño tan absurdo, tan imposible y al mismo tiempo tan real, que resulta cómico. Piromanía, endogamia, egocentrismo, mezquindad,  fantasmas, pastillas y esquizofrenia son las miserias que quedan al descubierto en Maps to the Stars; una disección del interior más oscuro de los habitantes de la meca del cine.

Pero la película no es solo un ataque al Hollywood más infecto, que lo es, sino que la crítica y los postulados sobre los que se sustenta son también extrapolables a otros universos. La historia está al servicio de un guion de Bruce Wagner que narra la visionaria historia hiperbolizada de la realidad de la industria del cine en Norteamérica, con personajes a los que no se les concede un ápice de humanidad, pero cuyo juicio bien podría aplicarse - como sucedía en Cosmópolis- a cualquier otro ámbito en el que haya hecho mella de un modo tan ulceroso la decadencia ultracapitalista

La obsesión por la popularidad - o como la llamaba recientemente el personaje encarnado por Edward Norton en Birdman, "la prima puta del prestigio"-, empuja a los personajes a un abismo de crudeza, crueldad y locura que los torna capaces de cualquier cosa por no perder su visibilidad, y hacen del estrellato y la ambición la razón de su existencia en un mundo dominado por la fama, el reconocimiento y la obsolescencia del cuerpo femenino; un mundo en el que incluso tu propia estatuilla Genie puede convertirse en un arma letal.

Tan jocoso como amenazante, el filme sugiere que los traumas también responden a las modas, insinuando que la última de ellas podría ser, por ejemplo, las historias sobre incesto. La trama se abre entre tinieblas atravesando argumentos como el abuso de fármacos estadounidense, el egoísmo desmedido, el arribismo a cualquier precio, las tendencias homicidas y una desbocada perversidad bañada por una atmósfera entre onírica y delirante que en ocasiones se asemeja al mejor Lynch.

Claro que su acierto se debe en gran parte a que Cronenberg no se la juega con el reparto: una colosal Julianne Moore haciendo gala de unos grotescos y desorbitados cambios de humor, una Mia Wasikowska cuya fragilidad y seriedad ante la cámara resulta sutilmente inquietante, un Robert Pattinson que cada vez se esfuerza más en demostrar que sus días de pasmado vampiro pasaron a la historia, un perfecto tándem matrimonial Williams-Cusack y una joven promesa, Evan Bird, en un ambiguo papel entre la puerilidad y la absoluta neurosis, habitan esta extraña fábula.

Si no es esta una película completamente redonda, es quizá porque se estanca en algunos lugares comunes, algunos diálogos resultan excesivamente retóricos y sus personajes somnolientos; la repetición hasta la saciedad de un poema de Paul Eluard puede llegar a aturdirnos y no acaba de explotar del todo su potencial cómico. Pero es precisamente esa sensación de intriga inconexa lo que hace de ella una siniestra pero eficaz alucinación sobre el inframundo hollywoodiense, una fábrica de sueños convertida en una fábrica de pesadillas.




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