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miércoles, 18 de marzo de 2015

Críticas: National Gallery

7/10
National Gallery (Francia-USA-Reino Unido, 2014)
Dirección, guión y montaje: Frederick Wiseman.
Fotografía: John Davey.
Idioma: Inglés
Duración: 180 miuntos.



El museo viviente

Por Sofia Pérez Delgado

La National Gallery es uno de los centros culturales más importantes de Londres. Se caracteriza por albergar exclusivamente pintura, con una colección que proviene en su mayoría de las compras realizadas por parte del Gobierno británico en los siglos XVIII y XIX. Su búsqueda de la exclusividad les llevó a adquirir solamente obras magnas de las escuelas italiana, francesa, holandesa o flamenca, por lo que pasear por sus galerías supone hacer un recorrido a algunas de las obras más destacadas de la Historia del Arte, desde el siglo XIII hasta principios del XX

El documentalista Frederick Wiseman, una de las figuras capitales del género, toma en su último trabajo ese carácter enciclopédico de la pinacoteca, observando, escuchando y atendiendo, pero sin intervenir, como es habitual en su cine. Además de la colección pictórica, la película muestra también los lugares más ocultos, no expuestos a los ojos de los visitantes, de manera parecida a la que lo hizo Alain Resnais en Toda la memoria del mundo (1956), sobre la Biblioteca Nacional Francesa, como puedan ser los procesos de restauración, las clases de pintura o las reuniones de los altos cargos. 
Si algo caracteriza a los museos es su carácter (¿inevitablemente?) elitista, su falta de diálogo con esos visitantes de a pie, menos especializados. Wiseman aborda de frente una cuestión polémica: ¿Cómo abrirse a un público más amplio sin perder la esencia? Esto puede ser un arma de doble filo, ya que en la búsqueda del atractivo turístico, se corre el riesgo de dar prioridad al aspecto comercial. No hay más que echar un vistazo a la página web de la propia National Gallery, más parecida la de una tienda de artículos de lujo. 

En este sentido, la naturaleza funcional de National Gallery, su vocación académica y pedagógica, la acaba convirtiendo en un involuntario documento informativo del museo. Si atendemos a películas como The Competition (2013) de Ángel Borrego Cubero, que era un documental promocional del concurso de diseños arquitectónicos para el Museo Nacional de Arte de Andorra, que acabó haciendo carrera en festivales de cine, el recorrido del filme de Wiseman sería el inverso: una obra concebida para las salas, que sin embargo se convierte en instrumento publicitario. De una película que habla sobre arte, se podría esperar una apariencia más artística (valga la redundancia). Pero, ¿habla realmente National Gallery de arte? Sí, pero no solo desde un punto de vista estético o conceptual, sino institucional, relacionado con las instalaciones en las que se albergan las obras, y aquellos que dirigen y mantienen dichas instalaciones.
La cinta se vuelve más interesante cuando se libera de sus propias ataduras, dando protagonismo al poder de la interpretación, a la capacidad de cada uno de entender cosas distintas, tanto en los cuadros como en el cine. La mirada del espectador es fundamental; sin embargo, no es esta mirada la que finalmente configura el filme de Wiseman, sino que son los cuadros los que observan a ese espectador, tanto a los que acuden al museo como a ver el documental. Son las pinturas las que nos están contando una historia, no las personas. Lo que se pide a los asistentes es que, a través de la contextualización de los cuadros, se trasladen a otras épocas, a otros lugares, aislándose así de los efectos del mundo contemporáneo en ese espacio atemporal. 

National Gallery traslada el estatismo del arte al cine en su máxima expresión. Si bien hubo primeros acercamientos, (volvemos a recordar a Resnais y sus cortometrajes Van Gogh -1948- y Gauguin -1950-) que eran aún un esbozo, y otros ejemplos de narración pictórica más actuales y experimentales no acaban de funcionar (como podía ser Shirley. Visiones de una realidad -2013- de Gustav Deutsch), aquí resulta de lo más consecuente; muy probablemente, no había una manera mejor de contar esta película. Wiseman concluye además con una enriquecedora retroalimentación entre las obras de los grandes maestros y las performances artísticas actuales. Lejos de verlo como una problemática habitual, el director lo entiende como la mejor forma de mantener vivo el espíritu museístico.  


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