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lunes, 17 de septiembre de 2012

Una botella en el mar de Gaza


Une bouteille à le mer (Francia-Israel-Canadá, 2011).
Dirección: Thierry Binisti.
Intérpretes: Agathe Bonizter, Mahmud Shalaby, Hiam Abbas, Riff Cohen, Abraham Belaga.
Guión: Thierry Binisti, Valérie Zenatti; sobre la novela de Valérie Zenatti.
Música original: Benoît Charest.
Fotografía: Laurent Brunet.
Montaje: Jean-Paul Husson.
Idiomas: Hebreo, árabe, francés.
Duración: 100 minutos.



6/10

La botella de la paz

El carácter naif de esta película queda claro desde el mismo comienzo. Realmente, desde el titulo. El tópico del mensaje en una botella que viaja por el mar siempre ha sido muy recurrente en los cuentos. Un detalle que sirve para dejar delimitada la personalidad de una de las protagonistas del film: una joven idealista y soñadora, que desde Israel pretende entablar diálogo con Gaza a través de tan romántico método.

A la inocencia propia de la juventud se le une la del desconocimiento. Una francesa recién llegada a Israel que contempla con incredulidad lo que ocurre en la zona. Respecto al chico palestino con el que finalmente consigue comunicarse, su día a día ha provocado que sea mucho más descreído. Miss Peace la llama él, de forma burlesca. Pero el inquebrantable espíritu conciliador de Tal consigue derribar las barreras que Naïm intenta poner.

Una botella en el mar de Gaza es una película sobre los damnificados que sufren en cualquier conflicto de este tipo. Población civil que anhela la paz, pero que se ve asfixiada por la violencia. Víctimas de una situación hostil, de un entorno en el que el odio hacia el vecino es el pan de cada día. No estamos, pues, ante un film que reflexione sobre el porqué de la problemática, sino ante un trabajo que busca la conciliación a través de la inocencia.

No es gratuito que los dos protagonistas sean jóvenes, aún no contaminados del todo por la espiral de violencia y odio. Me gustaría resaltar el detalle del escaso sentimiento de pertenencia que ambos tienen. Al menos, no ese sentimiento de exclusión que muchas veces conlleva el de pertenencia. Ajenos a sus propios entornos; en los que la lucha por la tierra es crucial, en los que la patria/religión ocupan un lugar determinante en la vida. Estos dos jóvenes sueñan con París (una con volver, el otro con llegar), con la libertad. No se sienten partícipes de algo tan poco humano como las bombas o los misiles. Les ha bastado un poco de inquietud por conocer a alguien del otro lado, para aprender lo que es el respeto mutuo, a la vez que rechazar el sinsentido del odio.

Por ello apuesta el film de Binisti (basado en una novela autobiográfica de Valérie Zenatti), por el diálogo libre de prejuicios. El entendimiento solo es posible desde una perspectiva abierta que se preocupe por escuchar al otro. Algo que la realidad revela casi como un imposible, por todo lo que hay detrás. Y es que a pesar de ese reducto de resistencia pacífica que son estos jóvenes, la película muestra toda la contaminación que flota en derredor. Nos encontramos dentro de una pequeña fábula dentro de la cruda realidad. Una pequeña y bella historia de amor. Una historia que crece ante la dificultad. Al contrario que sus pueblos, cada vez más cerrados sobre sí mismos, los protagonistas ven crecer su vínculo ante el impedimento de conocerse en persona.

Efectivamente, el mensaje puede ser naif. Pero no esconde la realidad en ningún momento. Una película de modesta pretensiones que no trata de sermonear sobre quiénes son los buenos o malos de la contienda. El autor se limita a dar voz a la ingenuidad y a la tolerancia. Valores positivos que en el mundo actual son desprestigiados. Un mundo que hace mofa hiriente con los idealismos. Un mundo en el que mueren inocentes sin to ni son por no se sabe muy bien qué absurdas razones.

Manuel Barrero Iglesias



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