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sábado, 26 de noviembre de 2011

Si no nosotros, ¿quién?



5/10
Wer wenn nicht wir (Alemania, 2011).
Dirección y guión: Andres Veiel.
Intérpretes: August Diehl, Lena Lauzemis , Alexander Fehling, Thomas Thieme, Imogen Kogge.
Música original: Annette Focks.
Fotografía: Judith Kaufmann.
Montaje: Hansjörg Weißbrich.
Idioma: Alemán.
Duración: 124 minutos.




Pretérito imperfecto


Hay mucho de Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003) dentro de este film alemán. Incluido un inicio con triángulo amoroso. Son los años 60, y afloran ansias de libertad y de romper con el pasado. Tanto el cine como la literatura nos han enseñado, para los que no vivimos esos tiempos;   la explosión sexual, cultural y revolucionaria que vivó buena parte de aquella juventud en los países más prósperos y modernizados.  A veces, una impostura. Otras, una verdadera conciencia. Pero siempre, una época apasionante.

Veiel deshecha pronto el trío sentimental, y se centra en el crecimiento de sus dos protagonistas, paralelo al movimiento general que se produce dentro de la nación. Con una estructura basada en la elipsis, el director nos va contando momentos clave en esta historia individual y colectiva.

Momentos que nos muestran el proceso de maduración (o no) de dos personajes que tienen que afrontar las convulsiones sentimentales y políticas que se les vienen encima.  Con mucha habilidad, el autor nos va llevando hasta el momento clave del film, que es el nacimiento del grupo terrorista RAF (Fracción del Ejército Rojo). Con toda la sutileza del mundo, nos narra cómo surge un grupo terrorista, contextualizando su nacimiento. Ahí está uno de los mayores logros de Si no nosotros, ¿quién?.

Pero hay alguno más. Y es la constante dialéctica entre pasado y futuro, representada en el personaje de Bernward Vesper. Un intelectual revolucionario hijo de un nazi. Así se imagina uno la Alemania de la época, hija del período más vergonzante del país, pero luchando por cortar vínculos tan recientes. Y, a la vez, resistiendo creer que aquello pudiera suceder de verdad. Una constante tensión interna que August Diehl interioriza a la perfección, y que resultará clave a la hora de elegir qué camino tomar.

Ese par de detalles hacen que el film tenga un interés que pierde en una narrativa fría y convencional. El desarrollo argumental de los vaivenes amorosos y alguna que otra cuestión, es excesivamente pulcro, de un clasicismo apagado. La película entonces se vuelve monótona y poco emocionante. Aunque nunca abandona su férrea solidez.

Un trabajo que alcanza sus mayores cotas en las relaciones temporales, pero que no consigue emocionar en las personales.


Manuel Barrero Iglesias



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