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domingo, 6 de septiembre de 2015

Críticas: Mala sangre

10/10
Mauvais sang (Francia-Suiza, 1986).
Dirección y guión: Leos Carax.
Intérpretes: Denis Lavant, Michel Piccoli, Juliette Binoche, Julie Delpy, Hans Meyer, Hugo Pratt.
Fotografía: Jean-Yves Escoffier.
Montaje: Nelly Quettier.
Idioma: Francés.
Duración: 116 minutos.


El thriller levita hacia otros mundos posibles

Por Sergio Diez


Me gusta la radio. La enciendes y escuchas justo la misma melodía que sonaba en tu cabeza.
Denis Lavant, como Alex en Mala sangre


Mala sangre (Mauvais sang, 1986) es el segundo trabajo del el cineasta francés Leos Carax, conocido fundamentalmente por Los amantes del Pont-Neuf (1991) y Holy Motors (2012). Una película fascinante que el pasado 14 de agosto llegó a algunas salas españolas casi treinta años después de su estreno en Francia, en una versión restaurada y supervisada por el propio director y que en nuestro país ha distribuido Avalon. Considerado por muchos como un film de culto, Mala sangre presenta una intriga criminal insertada en un marco de ciencia ficción: Marc, un veterano delincuente, tiene que saldar una deuda con una peligrosa mujer norteamericana. Para conseguir el dinero, contactará con Alex, el hijo de un antiguo compañero suyo. Alex, conocido por todos como “Lengua suelta” (por lo poco que hablaba de niño), es un joven muy hábil para los robos y los juegos de cartas que acaba de abandonar a una chica que estaba desesperadamente enamorada de él. Una vez que el chico acepte el trabajo, entablará una extraña relación con Anna, la novia de su jefe.  

El contexto del film es el de un futuro próximo inquietante (pasado ahora para nosotros): el paso del cometa Halley genera extraños incidentes en la Tierra, mientras que un virus, conocido como el STBO, se cobra las vidas de las personas que “hacen el amor sin amor”. Por el momento en el que se rodó la película, la similitud de esta enfermedad con el SIDA es más que evidente. De hecho, la descripción que del virus STBO se hace en el film se podría considerar una simplificación de la leyenda negra que durante tanto tiempo hizo daño a los enfermos del SIDA: considerar la promiscuidad como una de sus causas, en vez de tomarse en serio el desconocimiento de las causas de la enfermedad o la falta de uso de la adecuada protección. Ese retrato de los pacientes como culpables de sus propios males, superada ya hoy en día en el SIDA pero presentes en otras muchas enfermedades, debería motivarnos a pensar sobre los prejuicios de nuestro presente.

Sin embargo, creo que no conviene leer en la enfermedad del film más que la inquietud del cineasta por un virus muy grave en su tiempo. En realidad, la epidemia no tiene una gran importancia en el film, y apenas se advierten algunas consecuencias del virus en un personaje secundario de la trama (víctima colateral de la relación de Alex con su antiguo amor). El STBO sirve más bien de excusa que propicia el plan de los dos criminales para hacerse con el dinero: robarán de un laboratorio la vacuna contra el virus que pronto se comercializará, muy cotizada en el mercado. Pero para ello necesitan que Alex consiga entrar en un recinto de máxima seguridad.

Mala sangre es una película estupenda por muchos motivos. El principal sería la combinación perfecta que logra entre la trama criminal, que una vez despega te mantiene en tensión hasta el final del film; y los tiempos muertos narrativos, momentos de liberación vibrantes en los que los personajes quedan retratados de una manera maravillosa. Aquellos instantes en los que el film parece echar a volar desligándose de la narración hacia terrenos pictóricos y musicales. Entre esos momentos, destaca la divertidísima secuencia en la que Alex, después de mostrar sus dotes de ventrílocuo, hace malabares con distintos objetos. Se construye en torno a un sencillo plano-contraplano que muestra los trucos de Alex y las reacciones de Anna. Buena parte de la magia de esta escena viene de algo que podría parecernos sencillo: cómo utiliza Carax el fuera de cuadro. Los objetos que lanza Alex por encima su plano volverán a caer metamorfoseados en otros. El cineasta consigue hacernos brotar poco a poco esa sonrisa que el protagonista intenta obtener de Anna. Otra secuencia muy especial sería aquella del combate que estos dos personajes entablan armados con espuma de afeitar, en el que persiguiéndose por la casa lo dejan todo perdido.  
La mezcla entre una historia criminal, puro thriller de robos, tiros y fugas a vida o muerte, y un tipo de cine basado en instantes en el que aparentemente nada sucede (al menos en el plano narrativo), y en los que los protagonistas pueden permitirse divagar y conversar sobre aquello que les inquieta, puede recordar al Godard de Al final de la escapada (1960). Y así es, pero con una diferencia esencial: si las imágenes de ese primer Godard rezumaban improvisación (tanto a nivel plástico y compositivo como actoral), el film de Carax nos ofrece unas imágenes exquisitas (en las que los actores tienen una gran libertad, sí, pero) que han sido compuestas con mimo, muy pensadas y planificadas.

El director de fotografía, que ya había trabajado con Carx en Chico conoce chica (1984), rodada en blanco y negro, acompaña al realizador en su salto al mundo del color. Gracias a la suma de su trabajo con el de diseño de producción (Jacques Dubus, Thomas Peckre y Michel Vandestien) se logra una atmósfera opresiva, oscura y mate, desaturada, y a la vez muy atractiva en su combinación de grises, negros y pardos con el omnipresente color rojo. Una textura tan absorbente y perturbadora como inquietantes son esos cortes a negro de montaje que, durante unos segundos, suspenden el desarrollo de algunas secuencias, y que ya estaban presentes en la primera película del director.  

El film viene además cargado de unas interpretaciones espectaculares de unos jovencísimos actores que despuntarían poco tiempo después: Denis Lavant, actor de extraño rostro, muy absorbente en pantalla, ha sido protagonista de cuatro de los cinco largometrajes de Carax; Juliette Binoche, por aquel entonces pareja del director y una actriz que apenas había aparecido en unas pocas películas, y que era conocida por su papel en Yo te saludo María (1984) de Godard, trabajaría después en dos películas más de Carax. Binoche ha adquirido en su carrera un gran prestigio como actriz internacionalmente. Otra joven intérprete brilla en esta película: Julie Delpy, que alcanzó la fama con la trilogía formada por Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013) de Richard Linklater, interpreta uno de los personajes más carismáticos, el de Lise, una joven obsesionada por un hombre que se empeña en dejarla atrás. Su interpretación logra que Mala sangre cuente con una de las mejores escenas de sexo jamás rodadas: un primer plano de Delpy nos narra cómo abre y pone un preservativo…y nada más. Habrá una elipsis que salte el acto sexual, pero el retrato del deseo, del amor y del cariño es irreprochable. El veterano Michel Piccoli está perfecto como veterano delincuente asustado, cercado por sus deudas y celoso de su joven compañera.

Otro aspecto destacable del film sería su banda sonora, en la que predominan las canciones vocales, con letra en francés y en inglés. La música contribuye a aumentar ese ambiente extraño, opiáceo y agobiante que generan las imágenes, y en ocasiones los versos que las acompañan proporcionan instantes verdaderamente aterradores: una voz masculina canta suavemente en francés una historia triste de amor que ha vivido y espera que se compadezcan de ella, hasta que llega a los siguientes versos: “la quería y la maté”. Y al espectador se le detiene el corazón al sentir odio, asco, vergüenza y miedo de esa voz que le ha ocultado con suavidad el más brutal de los finales. Terrible.

Mención aparte merece el papel de la música en dos de los momentos de liberación y delirio más interesantes.  Uno de ellos sería la catarsis de Alex al escuchar en la radio el Modern Love de David Bowie. El joven, después de golpearse con fuerza unos puñetazos en su vientre (pues, según él dice, se le está volviendo de hormigón), empieza a correr y bailar en una danza desesperada, en un solo plano que durante un tiempo sigue su enloquecida carrera en travelling.
La música instrumental es imprescindible también en uno de los mejores gags de la película: una madre espera a la vuelta de la esquina a que su bebé la alcance. El niño, que ha empezado a dar sus primeros pasos con la torpeza característica de nuestros primeros años, avanza lentamente hacia ella. Pero en el momento en el que todos esperamos que el niño llegue, el que dobla la esquina es Alex (seguido del bebé, eso sí), que avanza con la misma torpeza que el pequeño. Bajo esa capa de humor se encierra una de las ideas más poderosas y recurrentes del film: la imagen de Alex como un niño que ni quiere ni ha dejado de serlo. Esa idea volverá con toda su carga de humor, ternura y desasosiego en el momento en el que Alex dice tener de rehén a un niño, al que volará la cabeza si la policía no le deja marcharse. Cuando Alex se asoma, podemos ver que está solo, y que se apunta a sí mismo con una pistola en la cabeza. Rehén y verdugo al mismo tiempo, amenaza con dispararse si no le dejan escapar vivo.  

Son esas ideas las que hace que poco a poco dejemos de mirar a los personajes con la distancia propia del entomólogo que al principio pensamos que merecen, para quedar poco a poco cautivados con sus extravagancias y manías. Un proceso que Carax logra incluso con algunos de los personajes más secundarios: Hans, médico que ha sido compañero de Marc en su carrera delictiva, nos llega a parecer entrañable en el momento en el que decide vestirse con el mejor de sus trajes antes de dar el gran golpe, de modo que esté preparado para salir elegante en la foto de la policía en el que caso de que los atrapen.

Mala sangre es una película apasionante, emocionante y prácticamente perfecta, mucho más lograda, a mi juicio, que el primer trabajo del director. El film satisfará tanto a un espectador que busque una intriga bien construida e interpretada, pues la tensión que logra la historia, y su sentido del humor, hará que este tipo de público permita esos extraños momentos de suspensión que le resultarán curiosos pero no molestos. A su vez, aquel que busque una lectura plástica o musical de la película, esos espectadores más interesados en el campo de la experimentación formal, recibirán con creces aquello que buscan y, a su vez, acabarán absorbidos también por la trama y su ritmo vertiginoso. El film tiene esa extraña virtud de poder ser leído a la vez como parodia y canto de admiración al cine negro. Pero también como un canto a la libertad guiado por el espíritu de una frase que pronuncia el personaje de Alex en un momento en que decide poner una canción al azar en la radio: “Escuchémosla y dejemos que guíe nuestros sentimientos”.

Carax comentó en una entrevista a propósito de Holy Motors que el cine es para él un territorio desde el que se puede contemplar la vida desde ángulos muy distintos. A su vez, reconoció que a él no le interesa el mundo en el que vivimos, sino aquel universo invisible que habita en nosotros. El cineasta que una vez reconoció que de joven se sentía interesado por la Luna y el océano, por los universos donde se esté libre de gravedad, no solo logra hacernos volar y expandir nuestros horizontes de lo que podemos esperar de una película. Renuncia además a cualquier tipo de exclusión esnobista y nos invita a todos a bordo. Nos entrega una película redonda que ahora tenemos la oportunidad de disfrutar además en una versión restaurada.

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