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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Crónicas: San Sebastián 2015 (VII)

Por Sergio Diez


La séptima jornada del Festival de San Sebastián nos dejó dos buenos títulos dentro de la Sección Oficial. El primero de ellos fue Les chevaliers blancs, del cineasta belga Joachim Lafosse, que se alzó el domingo con la Concha de Plata al Mejor Director. Uno de las mejores películas de esta edición del festival. El film muestra la actividad de un grupo de cooperantes de una ONG francesa que acuden a una región de Chad con la intención de ayudar a los huérfanos de ese país menores de cinco años. Su idea es dar a esos niños en adopción a familias francesas. Al llegar al país los cooperantes se topan con muchas más dificultades de las esperadas, y empezarán a saltarse progresivamente barreras éticas y legales para ayudar al país de la forma que ellos creen que es más conveniente. 

Realizada con una gran sobriedad, el film cuenta con unas interpretaciones de gran naturalidad, lideradas por el veterano Vincent Lindon. El tono que utiliza el film no deja espacio para la épica ni para el sentimentalismo. La mayor virtud de Les chevaliers blancs es el espacio que abre para el debate después de su visionado: cómo logra dejarte pensando en lo que has visto después de salir de la sala. Lafosse nos ofrece el retrato de la degeneración moral que en ocasiones generan las buenas intenciones. No existe un final feliz para esos cooperantes, pero tampoco una clara vía de salvación para esos huérfanos que oscilan entre el rapto ilegal o una libertad llena de hambre y de muerte. Un film muy logrado que será de lo poco que perdure de la Sección Oficial de esta edición del festival con el paso del tiempo.


Otra obra que espero que resista con los años es Un dia perfecte per volar. El catalán Marc Recha ofrece una hermosa y breve película sobre un niño, interpretado por el propio hijo del director (Roc Recha), que vuela una cometa en una soleada mañana en los campo. Después de que la cometa se le quede enganchada, Sergi (Sergi López), un amigo de la familia, le ayudará a hacerla volar de nuevo. Mientras pasan el día juntos, Sergi le cuenta un gran número de cuentos al pequeño Roc: sobre gigantes, arañas y conejos de orejas rojas. Pero después de sufrir un escalofrío, Sergi recordará que debe desaparecer de la vida del chico. 

Más allá de su leve argumento, Un dia perfecte per volar es una película sobre cómo se construyen los relatos, sobre el placer de narrar un cuento a un niño que se sumerge en una historia y la completa. Las palabras del personaje de Sergi evocan otros mundos a los que, inconscientemente, nosotros ponemos imágenes. El film de Recha es tan sugerente como la mejor literatura, se acerca a la fascinación que de niños sentimos por el mundo que nos rodea (también por el de las ficciones) y aprovecha el cine para retratar las expresiones y gestos de alegría del pequeño Roc al escuchar los relatos. 

La película es también muy rica por los tonos y texturas que le confieren tanto la luz y los paisajes como los sonidos del viento y de las hojas de los árboles. La música se hace demasiado presente de lo que se haría deseable y desluce la naturalidad del resto del conjunto. Un bello homenaje de un director a la infancia y la capacidad de los niños por dejarse llevar por la magia de las historias. 


Dentro de la sección Zabaltegi (Ventana Abierta) pudo verse Comoara (El tesoro), el nuevo trabajo del director rumano Corneliu Porumboiu. Su argumento cuenta la historia de un padre de familia que adora a su hijo pequeño y vive ahogado por facturas. Un día, un vecino suyo que pasa por mayores apuros económicos le anima a unirse a él en la búsqueda de un antiguo tesoro familiar que dejó enterrado su abuelo al iniciarse el régimen comunista. El protagonista deberá reunir unos 8.000 euros para poder alquilar el detector de metales necesario para conseguir el tesoro. 

Porumboiu entrega un film de esperanza, ambientado en la Rumanía de la crisis económica actual, lleno de un humor sutil y muy corrosivo, surrealista por momentos, que nos recuerda al mejor Kaurismäki. Una película que constantemente juega con nuestras expectativas y con las convenciones habituales de este tipo de narraciones. Un cuento luminoso con momentos hilarantes que sirve para introducirnos en el personal universo de este director al que se dedicará un ciclo en la próxima edición del Festival de Madrid-Plataforma de Nuevos Directores en el mes de octubre.


La sección de Perlas ofreció en esta séptima jornada dos películas muy esperadas. La primera de ellas, El clan, dirigida por el argentino Pablo Trapero y producida por Agustín y Pedro Almodóvar. Obtuvo el León de Plata al mejor director en la pasada edición del Festival de Venecia. Basada en hechos reales, El clan narra una historia ambientada en la Argentina de principios de los años ochenta en la que una familia aparentemente normal se dedica a secuestrar y a asesinar personas por intereses políticos y económicos. Una reflexión interesante sobre la forma en la que el mal en muchas ocasiones se esconde bajo una apariencia de normalidad que debería ponernos en alerta constante, y a ser muy críticos con nuestro entorno.  

La estructura de la película entrecruza dos líneas temporales que se interrumpen y completan, e introduce en el relato principal anticipaciones del desenlace. Creo que acierta al utilizar el punto de vista de la horrible familia protagonista: aunque el espectador desprecie a todos y desee que los detengan cuanto antes, la leve oposición entre Alejandro, el hijo que en su condición de estrella nacional de rugby sirvió de tapadera perfecta; y el brutal Arquímedes, patriarca familiar, crea un mínimo de identificación con el primero de ellos que ofrece un alivio al público (aunque, por supuesto, y no lo olvidemos, Alejandro siga siendo a todas luces un asesino y cruel cómplice). 

A pesar de la dureza del tema que trata, el film hace un uso de la música y del montaje que en muchas ocasiones quiere crear humor e ironía. De este modo, la propuesta de Trapero pretende hacernos pensar sobre los acontecimientos sin que la película se haga excesivamente angustiosa o insoportable. Quizá ahí también resida su mayor peligro: banalizar o hacer demasiado ligera una historia terrible. Una película sorprendentemente animada y entretenida (la presencia de estos adjetivos aquí debería probablemente inquietarnos) que, sin profundizar en el origen del mal, recuerda que los grandes dramas los gestan en muchos casos personas que parecen amables, correctos y corrientes. 

Pude terminar la jornada con el visionado de Son of Saul, el debut del director húngaro Laszló Nemes ganador del Gran Premio del Jurado y del premio FIPRESCI en la pasada edición del Festival de Cannes. La película es un asfixiante retrato de un miembro de las Sonderkommando, grupo de prisioneros judíos que, en los campos de exterminio como el de Auschwitz, se encargaban de tareas de asistencia a los nazis, tales como limpiar los crematorios y deshacerse de los cadáveres. El protagonista se obsesiona con el cuerpo muerto de un niño en el que cree reconocer a su hijo (aunque otros personajes señalan que este hombre no tiene hijo alguno). Desde entonces, su único objetivo será el de dar al cuerpo una sepultura digna siguiendo los ritos hebreos, y buscar a un rabino que lo ayude. 

El film se concibe como un seguimiento constante al personaje principal en su alucinado deambular. Estructurada en largos planos, el foco de la cámara se concentra en el protagonista, por lo que el horror que lo rodea aparece desenfocado aunque terriblemente presente en el sonido. Una apuesta formal que pretende ser una demostración de fuerza y habilidad y que es profundamente coherente con el retrato que de su alucinado personaje. 

Son of Saul tiene un inicio sobrecogedor que, aunque nos cuenta algo muy visto y conocido, lo retrata de forma original y terrible. Es difícil que no te sobrecoja la forma en la que los oficiales nazis engañan a los prisioneros para hacerlos entrar a las cámaras de gas: “después de esa supuesta ducha iréis a comer, recoger vuestras pertenencias…”. Mentiras para que los vulnerables prisioneros se encaminen con mayor docilidad hacia su propia muerte. Creo que es una decisión acertada representar a través del sonido y desde el exterior de la cámara esas matanzas terribles que en demasiadas ocasiones se banalizan con el simple hecho de situar la cámara en el interior del infierno. 

La película tiene algunas secuencias soberbias: el horror de las ejecuciones en la hoguera a plena noche, en las que el protagonista busca febrilmente a un rabino; la huida por el río; y momentos retratados con una gran habilidad dramática: el reconocimiento del “falso rabino” o el momento en el que se encuentran, cara a cara, el protagonista y “otro de sus hijos posibles”, de una gran carga metafórica. 


Son of Saul no es quizá la obra maestra que nos prometieron desde Cannes, pues en ocasiones el dispositivo formal ahoga la narración y puede dejarnos, como el protagonista, impávidos y fríos ante el horror desenfocado en la pantalla. Pero es una buena película, y una apuesta firme por retratar un tema sumamente complejo, especialmente en el plano moral, de una forma brutal y contundente. 

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