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lunes, 13 de junio de 2011

Eric Bana, el actor que vino de Munich

Tras un paréntesis de un par de años, Eric Bana reaparece como protagonista masculino de Hanna, film estrenado el pasado viernes 10 de junio en el que su director, Joe Wright, a lo protagonista de Breaking bad, parece querer romper con su imagen de corrección tras rodar Orgullo y prejuicio y Expiación, de las que no salió mal parado pese a enfrentarse a adaptar dos obras maestras de la literatura (y pocos pueden presumir de escapar con dignidad de este cometido).

Eric Bana vuelve pues a la gran pantalla de la mano de un cineasta interesante, una tendencia que ha seguido a lo largo de su carrera. Lástima que la mayoría de buenos directores con los que ha trabajado, con una honrosa excepción, atravesaran horas bajas cuando se cruzaron en su camino. Ridley Scott, Ang Lee, Wolgfang Petersen, Steven Spielberg, Curtis Hanson, JJ Abrams y Judd Apatow están en la nómina de Bana, lo cual no está nada mal, más teniendo en cuenta que su filmografía ronda sólo una veintena de películas. Claro que los nombres están bien para cualquier curriculum... pero otra cosa son los resultados.

Vayamos a los orígenes. El actor, de 43 años, pertenece a esa generación de intérpretes que, de la misma manera que hizo Nueva Zelanda con Russell Crowe (pelados imposibles aparte), Australia exportó para revolucionar las hormonas y feromonas del mundo. Ahí están, desde las antípodas, Hugh Jackman, el hombre que arrebató a George Clooney el trono del más sexy según People, y Nicole Kidman, la mujer a la que no hace falta que el Museo Madame Tussauds le haga la réplica en cera, pero que, no lo olvidemos, fue bella A.B. (antes del bótox)... Bana, Jackman y Kidman, ese trío con el que nadie quisiera ir a ligar, desembarcaron en el cine USA hace años; uno se ha dedicado al cine comercial con éxito, principalmente apropiándose del personaje de Lobezno, la otra nos ha dejado joyas como Moulin Rouge, Dogville, Todo por un sueño, Los otros y Las horas, y el tercero en discordia, con una carrera irregular, podría ser una suerte de patito feo.

Hulk era un peñazo que aburrió hasta a Ang Lee y, para colmo, como si tuviera la culpa de tamaño despropósito, no contaron con Bana para la segunda parte (que protagonizó Edward Norton y fue aún peor, si cabe). Tras este fracaso, en lugar de darse a la bebida, Bana se dedicó a los tríos, provocando ríos de baba en las salas. Así, su Héctor sí venció interpretativamente (y atractivamente) a Brad Aquiles Pitt y a Orlando Paris Bloom en Troya y aunque su parecido con Enrique VIII era tan razonable como el de Alfredo Landa y Vin Diesel, bien valía aceptar un papel en el que alternar con unas hermanas Bolena encarnadas (y vaya carnes) por Natalie Portman y Scarlett Johansson.

Papelillos en Black hawk derribado de Ridley Scott, el Star Trek de JJ Abrams y Funny people de Judd Apatow, alternaron con doblajes de insignes películas de animación (Buscando a Nemo y Mary and Max) y el romanticismo más ñoño con Lucky you de Curtis Hanson (¿le ha salido algo bien aparte de L.A. Confidential?) y Más allá del tiempo. Esperemos que huya de esta senda en la que peligrosamente ha caído otro de nuestros chulazos favoritos, Gerard 'Leónidas' Butler, que después de marcarse las estupendas 300 y Rockanrolla no ha parado de hacer boberías como Postdata: te quieroLa cruda realidad y Exposados.

Ninguna de las películas mencionadas anteriormente pasarán a la historia del cine; si por ellas fuera, Eric Bana nunca sería un intérprete recordado, salvo en el apartado de sueños húmedos. Afortunadamente para el australiano, un Spielberg en estado de gracia lo puso al frente de una película fundamental de nuestra época y Bana será siempre Avner, el torturado personaje protagonista de Munich. Su interpretación destilaba tal profundidad, sensibilidad y desgarro que contribuyó a hacer más grande esta obra imprescindible.

En definitiva: ni por La Masa, ni por Héctor, ni por Enrique VII. Eric Bana pasará a la historia por ser el actor que vino de Munich para golpear nuestras conciencias y, de esta forma, quedarse en nuestras retinas.


Isabella Della Sicilia

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