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domingo, 20 de septiembre de 2015

Crónicas: San Sebastián 2015 (II)

Por Sergio Diez


La Sección Oficial comenzó su segunda jornada con la proyección de Sunset Song, la nueva película de Terence Davies. El director británico, autor de grandes obras como Voces distantes (1988), El largo día acaba (1992) y The Deep Blue Sea (2011), trabaja en esta ocasión sobre una novela del escritor escocés Lewis Grassic Gibbon publicada en 1932, que ya adaptó la BBC en los años setenta. El director llevaba mucho tiempo detrás de llevar a la pantalla un material que se presta mucho a sus inquietudes y obsesiones.

El film nos cuenta la historia de Chris Guthrie, una joven que vive en la Escocia rural de principios del siglo XX y que sueña con ser profesora. Las complicadas relaciones entre sus familiares la llevarán a renunciar en parte a sus sueños. Chris conocerá el amor a través de un hombre que le traerá nuevas alegrías, pero acabará por comprender que la única relación inmutable que la podrá acompañar siempre es la que mantiene con esa tierra en la que vive y que trabaja.  

Una de las ideas centrales de la película es la necesidad de vivir sin resentimiento, sin odio hacia el pasado, el saber perdonar a tiempo para poder seguir adelante. La película vuelve a algunos de los temas que más interesan a Davies, como son la memoria, los recuerdos familiares, la figura de un padre brutal que aterroriza a su mujer y a sus hijas. También retomará la idea de la huella que deja la experiencia de la guerra (en este caso, la Primera Guerra Mundial) en todos aquellos que consiguen sobrevivirla. Está presente también el miedo, en este caso a sentirnos juzgados por aquella persona a la que más queremos, un temor que guiará algunas decisiones de los personajes.

El film tiene, como los anteriores trabajos de Davies, una concepción visual que vincula en muchos casos la cámara y sus ritmos con la memoria de los protagonistas (en este caso Chris). Unos hermosos paisajes y la granja familiar se convierten en el entorno perfecto para capturar recuerdos a modo de retratos de familia (violentos algunas, melancólicos y apacibles otros) y para presentar despedidas y llegadas, o saltos temporales, en ocasiones dentro de un mismo plano.

Davies utiliza una vez más las canciones (su letra y su música) para evocar estados de ánimo que son imprescindibles para profundizar en que aquello que se narra. Los actores ofrecen un gran trabajo incluso en secuencias complicadas, como el regreso del marido después de una ausencia en el frente, que generaron cierta polémica entre el público. Una obra llena de poesía y elaborada como una de esas canciones bellas, suaves y desgarradoras que el director utiliza tanto. El mejor de los filmes que ayer pudieron verse en San Sebastián.


Evolution, dirigida por la francesa Lucile Hadzihalilovic, fue la segunda película que se vio ayer en la Sección Oficial. El film se centra en la vida de unos niños de un pequeño pueblo, aparentemente enfermos, sometidos por sus madres a un extraño tratamiento. Sin embargo, desde el momento en que los chicos son internados en un oscuro hospital, empezarán a sospechar que las mujeres que conviven con ellas son sustitutas de sus madres con fines perversos. A pesar de que esta premisa tiene a todas luces mucho interés, Evolution es una obra fallida y una película que no va a ninguna parte. Pese a la personalidad de algunas de sus imágenes, y de que inicialmente genera una cierta curiosidad, el interés se desvanece ante un continuo deambular sin rumbo, que acaba por dejar paso a la certeza de que no quiere ofrecer nada en el plano narrativo con el que había coqueteado. Algunos de los mejores momentos que ofrece, como la relación entre una de las enfermeras y el niño protagonista, aparecen totalmente desligados de todo lo que anteriormente hemos visto y presentados de forma algo caprichosa. Evolution se hace eterna y es probablemente la más floja de las películas presentadas en la Sección Oficial hasta el momento.



Mi gran noche, el nuevo film de Álex de la Iglesia, fue presentada fuera de concurso en la Sección Oficial. Un film frenético y divertido que empieza muy pegada al humor más negro y violento del cineasta para derivar hacia otro más desatado y gamberro en la parte final. Una comedia a mayor gloria de Raphael y de sus letras, en la que el cantante se ríe desde el primer minuto de su “personaje”. 

Pero no pensemos que la película se centra exclusivamente en Raphael y en el cantante interpretado por Mario Casas. No estamos ante la lucha a muerte de egos presente en otros trabajos de De la Iglesia como Muertos de risa (1999), sino ante una obra coral que tiene la habilidad de entrelazar constantemente un gran número de historias distintas. Por su unidad temporal y su concentración espacial (transcurre en una sola noche y en apenas tres espacios diferentes) y por su tono grotesco, la película tiene mucho de esperpento, aunque posteriormente se transforma en una fiesta con un humor mucho más luminoso. Su retrato negro del mundo del espectáculo corre un peligro (más ideológico que emocional): el de pretender ser a la vez una crítica de la telebasura y generar al mismo tiempo un humor cómplice con aquellos seguidores de ese tipo de programas. En definitiva, con sus logros y defectos, creo que se debe leer como una gran broma que no se toma demasiado en serio a sí misma, menos crítica y más complaciente: entretenida y divertida pero menos lograda que su película anterior, Las brujas de Zugarramurdi (2013).


Dentro de la Sección Perlas, ayer se pudo ver Me and The Dying Girl (que se estrenará en España con el título de Yo, él y Raquel). Ganadora del premio a Mejor Película y del Premio del Público en el Festival de Sundance, el film cuenta la relación de amistad que surge entre un adolescente que no se gusta demasiado a sí mismo y una chica que padece leucemia. Se aproxima al tema con mucho sentido del humor, aunque a base de bromas algo tontas que solo sostienen la simpatía de los actores protagonistas. La excusa de que el chico protagonista y otro amigo suyo sean cineastas aficionados permite introducir guiños cinéfilos, en forma de recreaciones de sus películas favoritas, que llegan a hacerse cansinos y repetitivos.

No obstante, la película tiene mucha personalidad y es original en su tratamiento del cáncer adolescente. Se vuelve bastante más auténtica en su segunda mitad, en la que el protagonista deberá confrontar sus problemas personales y empezar a actuar por encima de sus prejuicios para ayudar a su amiga enferma. El tramo final es muy intenso y emocionante, y los pasajes realizados por animación, que al inicio solo servían para presentar la de forma cargante al protagonista, empiezan a cobrar un sentido.


Aún así, la película tiene un punto tramposo y efectista, especialmente en el uso de una voz en off que engaña descaradamente. Se podría justificar esto en el hecho de que la narración oral se corresponde con la redacción de un texto que al final descubrimos que el protagonista escribe con propósito muy claro, pero aún así a nadie le gusta sentir que una película le miente: nunca lo hacen de forma inocente sino buscando un efecto concreto en sus espectadores. En cualquier caso, es una película interesante que, aunque a veces parece ser una parodia del “cine independiente norteamericano” más comercial, es bastante sincera y hermosa hacia al final, y encara con entereza el miedo a la pérdida, los riesgos de no abrirnos a los demás a tiempo y lo difícil que es conocer de verdad a las personas que nos rodean.


Cerré la jornada de ayer con el visionado de Allende mi abuelo Allende (léase como Más allá mi abuelo Allende), un documental realizado por Marcia Tambutti A., una de las nietas de Salvador Allende. La película, de producción chileno-mexicana y ganadora del Premio FIPRESCI a la Mejor Película Documental en la pasada edición del Festival de Cannes, se programó en San Sebastián dentro de la Sección Zabaltegi (Zona Abierta), que reúne a modo de cajón de sastre un conjunto de películas muy diferentes que suelen ser estimulantes.

Marcia plantea el film como un conjunto de encuentros con sus familiares (hijas y nietos del que fuera Presidente de Chile desde 1970 a 1973). La película empieza por analizar las heridas que dejó en su familia la experiencia del brutal golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y el posterior exilio. Paradójicamente, a pesar de la lucha pública de los familiares por difundir la figura y los valores de Allende en público, el recuerdo del patriarca “Chicho” (apelativo cariñoso por el que ellos le conocían) en era un tema tabú entre ellos.

El documental utiliza los testimonios de las personas que más lo conocieron para construir un buen retrato del Allende más íntimo, con su carisma, su valor y su compromiso político, pero también con sus obsesiones y su particular relación con su mujer. Y es precisamente ella, “la Tencha”, viuda de Allende y abuela de la familia, el personaje que emerge y adquiere el protagonismo absoluto. Una mujer llena de coraje y que sacó adelante a su familia. Ella nos hace ver que hubo una pérdida incluso más dura para ellos que la de Allende: la de su hija Beatriz, “la Tati”, que se suicidó en su exilio en Cuba, lejos del México donde vivían sus seres queridos. Un ajuste de cuentas con la historia de Chile a través de una familia cuyos miembros más jóvenes empiezan a comprender mejor el dolor y el silencio de sus mayores, mientras que estos se abren a unos recuerdos con los que deben reconciliarse. Una obra muy valiosa en el plano humano, familiar e histórico que cerró de forma estupenda una jornada eclipsada por la sensibilidad y la poesía de Davies en Sunset Song.  



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