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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Doble crítica: Irrational Man

Irrational Man (Estados Unidos, 2015).
Dirección y guión: Woody Allen.
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Jamie Blackley, Parker Posey, Ethan Phillips.
Fotografía: Darius Khondji.
Montaje: Alisa Lepselter.
Idioma: Inglés.
Duración: 95 minutos.


La inspiración de Dostoievsky

Por Javier Miñón 
(Crítica publicada originalmente en http://www.minicritic.es/)

El cine atraviesa una crisis como arte, espectáculo, medio de comunicación (o lo que puñetas sea) en los convulsos tiempos del cambio climático. La calificación de cineasta se regala a menudo con frecuencia ahora que los icebergs se derriten como polos en agosto. Pero afortunadamente no todo es deshielo. Quedan heleros, refugios…

Es el caso de Woody Allen, quien cerca de los ochenta años y una filmografía de casi cincuenta películas escritas y dirigidas, sigue constituyendo año tras año una cita ineludible para su legión de seguidores. Cada entrega de Allen es una fresca esperanza en las carteleras por su estilo irrenunciable y la casi total seguridad de encontrar algo en sus películas, la oportunidad de sus temas, la incertidumbre de sus personajes y su singular mirada hacia los conflictos humanos.

Estos conflictos con los que trabaja Allen son siempre ricos, turbadores y con más arco social que, por ejemplo, Eric Rohmer, donde el personaje más normalito resulta ser director de orquesta o catedrático de metafísica. Si bien Allen da constantes pruebas de su dominio y conocimiento de los personajes que habitan excelsas clases sociales, tales como célebres oftalmólogos, comprometidas psicoanalistas o mujeres engañadas por sus corruptos maridos , no deja de interesarse también por los personajes que habitan la jungla que tiembla a fin de mes, tales como mecánicos con sueños de grandeza o mujeres que sueñan ser rescatadas de su infernal vida cotidiana por un galán que rebase la pantalla.

©2015 Gravier Productions, Inc.
Da la sensación, al seguir su evolución, de que Allen es, sin lugar a dudas, uno de esos escasos genios que ha dado el séptimo arte y que su condición de autor, le hace encontrar fecundo material cinematográfico donde otros solo encontrarían un páramo helado y estéril en el que berrea el unánime gemido de la ventisca. Se percibe en Allen esa bendita condición de autor inagotable. Para él, el trabajo de escribir, de buscar y encontrar, de hacer crecer las ideas, es siempre placentero. Su potente y original foco de luz le conduce a alumbrar constantemente terreno fértil, personal, distinto, siempre cinematográfico. Se palpa en su extensa obra el gozo de crear en un mundo propio, un confortable laboratorio casero, ajeno a modas y presiones. Allen, refugiado en su torre de marfil, narra un mundo que parece comprender a la perfección y al que pone en ingeniosa evidencia narrando con pulso de cirujano las miserias de pobres y ricos casi siempre en clave de comedia.

Ahora llega a nuestras pantallas su última criatura, Irrational Man, cuarta incursión de Allen en el tema del crimen y la posterior reflexión en torno a la culpa que emana del mismo tras la grandiosa Delitos y Faltas, la incómoda Match Point o la pesimista El sueño de Casandra. El universo generado por Dostoievsky en Crimen y Castigo atrae como una polilla a Allen que reflexiona sobre los oscuros recovecos, senderos y límites de la culpa. Allen trabaja en estas cuatro cintas con la idea de que el hombre es en potencia un asesino, si bien su moral y su educación le llevan posteriormente a plantearse las inaceptables consecuencias de su terrible acción y, si bien, sus protagonistas no se arrancan los ojos ante la contemplación del desastre como coherentes edipos, deben cuando menos administrarse ansiolíticos o aguantar la reprimenda onírica de sus víctimas. Todos ellos deben aprender a vivir con la culpa, bien de haber ordenado la muerte de un ser querido para librarse de un problema que amenaza su vida, o bien de haber ejecutado a un desconocido para conseguir a cambio un regalo que conseguirá cambiar sus vidas.

©2015 Gravier Productions, Inc.
En esta última entrega, un polémico profesor de filosofía llega a Braylin, una pequeña universidad de la Costa Este americana, donde va a dar clases de verano. La fama de vividor nihilista del profesor se extiende de boca en boca creando expectativas e incertidumbre en el campus, un microcosmos controlado, convencional y hasta aburrido, donde alumnos de buenas familias conservadoras con vidas trazadas y profesores fiables, desempeñan roles establecidos… Un perfecto rebaño. La llegada del solitario lobo no defrauda a las ovejas sea cual sea su edad. El profesor, interpretado por Joaquin Phoenix, es un hombre joven con el desencanto instalado en su vida. Nada parece motivarle a dejar de autodestruirse. Despojado de convencionalismos, el profesor herido, derrotado y defraudado de la vida, se quita la careta y se muestra tal cual es. Sin embargo, tras ese náufrago vital se esconde un seductor, un hombre de poderoso atractivo a pesar de la incipiente barriga que habla de descuido y aceptación. Con los días, las ovejas se sienten más y más atraídas por el lobo. Y el solitario depredador empieza a sentir de nuevo las caricias y a través de ellas una razón por la que seguir deambulando por el mundo. Mejor morir mañana.

Y si bien es muy creíble el cínico personaje que compone Phoenix como profesor harto de la vida, no resulta nada lógica ni propia del personaje la razón ni la forma en que su vida da ese giro copernicano que le lleva a subirse de nuevo a la tabla de surf. De ahí, probablemente, el título de la película, “un hombre irracional”.  


Sobre el bien y el mal
Por Manuel Barrero Iglesias
*Esta crítica contiene spoilers 

Entre la ingente cantidad de temas que suenan a lo largo de las tres horas que dura Casino (Martin Scorsese, 1995), hay un momento en el que escuchamos el The “In” Crowd de Ramsey Lewis. En ese instante Sam Rothstein se queja de tener que aguantar a un empleado del que le gustaría deshacerse para que su local marchara mejor. Pero el funcionamiento del mundo –de ese mundo- le obliga a mantenerlo en su puesto. Recordemos que en otro momento del film, Rothstein decide saltarse las normas preestablecidas, despidiendo a aquel que le molestaba. Un movimiento que traerá consecuencias nefastas para sí mismo.

El mismo tema musical es usado por Woody Allen como leit motiv incansable de su última película, en la que vuelve a acercarse al terreno del crimen. La conexión establecida entre ambos filmes es precaria, por supuesto. La presencia del jazz en el cine de Allen es una necesidad, y es normal que coincida con otras películas en este aspecto. Menos casual parece la utilización de la voz en off en ambas obras. Los personajes interpretados por De Niro y Pesci se alternaban en la narración de Casino, representando dos caras de la misma moneda. El “bien” y el “mal”. El “civismo” y la “brutalidad”. Dos perspectivas que también podemos encontrar en Irrational Man, en la que también hay dos narradores que ofrecen sendos puntos de vistas distintos sobre una misma concepción vital.

Efectivamente, Allen vuelve sobre el asesinato. Otra vez Crimen y castigo. Y de nuevo parece obligado hablar de Delitos y faltas (1989), o de revisiones posteriores como Match Point (2005), la paródica Scoop (2006) y El sueño de Casandra (2007). Aunque en Irrational Man el director introduce un debate moral inédito hasta ahora en su filmografía. Mientras en los ejemplos anteriores el acto de matar era puro egoísmo, en el caso de Abe (Joaquin Phoenix) hay cierta forma de altruismo. No se trata de eliminar un problema que amenaza la comodidad burguesa, sino de ayudar a alguien oprimido por los poderes corruptos. Es en esta contradicción de hacer el bien a través del mal donde se encuentra el gran hallazgo de un film que supone un giro más en las reflexiones del autor sobre las consecuencias del crimen.
 
El nihilismo siempre presente en pequeñas dosis en el arquetipo alleniano es llevado al extremo por el protagonista del film. Un hombre abatido por la miseria humana, una mente brillante asfixiada hasta la muerte. El desprecio por la mezquindad de la propia especie es llevada a su nivel más alto. Y así, no es ayudar a una mujer desesperada por la injusticia lo que alivia a Abe. Es el hecho de eliminar –literalmente- parte de la podredumbre moral lo que le devuelve esa energía vital que le habían robado. El acto de generosidad se revela entonces como egoísmo, como terapia imprescindible para la propia supervivencia. O ellos o yo.

En ese viaje el protagonista se convierte en aquello que tanto desprecia. Las posibilidades que se abrían con ese brillante giro son infinitas, pero Allen se centra en el envilecimiento de un personaje al que acaba castigando. En el tramo final el director retoma la senda de Delitos y faltas: el sálvese quien pueda, el crimen por el crimen. La coartada moral desaparece, y el asesinato pasa a ser una forma de solucionar problemas personales. No hay salida. Es imposible vencer al mal. Hacer lo “correcto” implica aceptar la derrota. Luchar con sus mismas armas implica forma parte de él. Judah Rosenthal y Chris Wilton salen triunfantes de su amoralidad en Delitos y faltas y Match Point, algo que no ocurre con el desorientado Abe.

Estamos pues ante una de las películas más profundamente pesimistas de su director, quien utiliza un tono aparentemente ligero en determinados momentos. Algo parecido a la comedia, que es más bien humor negro que desconcierta e hiela la sangre. A veces, detrás de esa etiqueta de “película menor” que muchos se apresuran a poner a ciertos trabajos del neoyorquino, se esconden obras de mucho más calado del que aparentan a simple vista.



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