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viernes, 27 de febrero de 2015

Críticas: Fuerza mayor

7/10
Turist (Suecia-Francia-Noruega, 2014)
Dirección y guión: Ruben Östlund
Intérpretes: Johannes Kuhnke, Lisa Loven Kongsli, Vincent Wettergren, Clara Wettergren, Kristofer Hivju.
Música original: Ola Fløttum.
Fotografía: Fredrik Wenzel.
Montaje: Jacob Secher Schulsinger
Idiomas: Sueco, inglés, francés, noruego.
Duración: 120 minutos.


Lo paraísos artificiales

Por Irene Galicia


Cuando hablamos de fuerza mayor nos referimos a un hecho que no se puede evitar y tampoco se puede prever. Es esta una perfecta definición para el alud creado por Ruben Östlund, con el que no solo asistiremos a un desmoronamiento de nieve, sino también de los valores mal aprendidos de la familia burguesa tradicional. En su nuevo trabajo tras la aclamada Play, el sueco estudia nuevamente el comportamiento humano a través de un drama familiar con pinceladas de comedia, en el que alejándose del melodrama convencional, y a partir de una historia mínima, propone una mirada incisiva sobre la familia y la pérdida de confianza entre sus miembros.

Las montañas de los Alpes franceses, un ambiente níveo e inmaculado de tremenda grandeza visual, sirven de escenario para la puesta en jaque del padre de familia y la evidencia de su fracaso en el rol de macho alfa y protector de su manada. Un amago de avalancha durante unas idílicas vacaciones de invierno marcará un antes y un después entre los componentes de la prole y será el desencadenante de diversas reacciones dentro y fuera del núcleo familiar. Como en Celebración de Thomas Vinterberg, la desestructuración de la familia viene acompañada de un análisis desde un punto de vista emocional a través de un atrevido juego psicológico. Sin duda lo mejor de Fuerza mayor consiste en su destreza para empapar al público de ese malestar en un habilidoso ejercicio de introspección, y al mismo tiempo imponer un inteligente distanciamiento que obliga al espectador a cambiar constantemente sus juicios morales y asumir el papel de cada uno de los personajes. 
Los bellísimos planos blancos y nítidos, contrastan con lo negro de su humor; una comicidad a veces explícita, otras velada, en cualquier caso con una mayor carga dramática que cómica, que evidencian el absurdo de ciertos sucesos cuando son contemplados desde fuera, invitando –o mejor dicho, obligando- al espectador a compartir esos momentos de tensión incómoda haciéndonos partícipes de sus pequeñas rutinas. Un ritmo exageradamente lento, cuyo auténtico propósito no es otro que el de ir desprendiendo al espectador de su inhibición contemplativa, nos va introduciendo en un retorcido laberinto de culpas, reproches y negación en el que un número cada vez mayor de personajes secundarios va tomando parte. Nadie, ni nosotros mismos, queda libre de preguntarse cómo se comportaría ante tal situación extrema.

Pero la película no solo osa cuestionar y golpear el ego masculino, sino que de ella derivan una serie de lecturas. Por un lado es un viaje a lo más hondo de  lo primitivo del ser y a nuestro instinto de supervivencia, así como un cuestionamiento sobre los caducos roles tradicionales reservados para hombres y mujeres con una preocupante vigencia en la sociedad europea actual. Por otro lado puede leerse como una sagaz e implacable descripción de los plurilingües y aseados turistas europeos, pero sobre todo desvela el patetismo al que puede verse reducida la clase acomodada ante una pequeña crisis trasladándola irrevocablemente a un opresivo universo de tintes buñuelianos.

Con malicioso guion y excelente reparto, el filme desprende un divertido sadismo en cada una de sus escenas. Una contundente música clásica acompañada de atronadoras explosiones pone la banda sonora a unas espantosas vacaciones de efectos devastadores en las que el simulacro de familia feliz queda destruido en un contexto de infinitas dimensiones, inabarcable, un paraíso artificial del que es imposible huir.



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