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miércoles, 12 de diciembre de 2012

El fantasma de la ópera


The Phantom of the Opera (USA, 1925). Dirección: Rupert Juilan. Intérpretes: Lon Chaney, Mary Philbin, Norman Kerry, Arthur Edmund Carewe, Gigson Gowland.



Hablar de esta película es hablar, ineludiblemente, de uno de los más grandes actores del cine en su etapa muda: El gran Lon Chaney, conocido como 'El hombre de las mil caras' por su camaleónica habilidad para transformarse en los más diversos y complicados personajes. Y El Fantasma de Ópera quizás sea el culmen de sus creaciones. Ya dos años antes había mostrado de lo que era capaz en El jorobado de Notre Dame, que había rodado también para Universal. Sin duda, son los dos roles por los que más se recuerda a Chaney, cuyo trabajo pretendía atrapar la esencia de ambos. Personajes desfigurados, escondidos del mundo por miedo al rechazo. Al actor siempre le interesó mostrar el lado humano, ese lado que despertara la simpatía ante un público que pudiera ponerse en el lugar de estos desdichados.

Efectivamente, tanto la novela de Victor Hugo (de 1831) como la de Gastón Leroux (de 1909) se ocupan del freak, para darle voz y visibilidad. En épocas en las que la sensibilidad hacia el diferente aún no había despertado del todo, ambos libros trataban sobre la injusticia que la crueldad del mundo ejercía sobre ellos. Eso sí, hay una diferencia básica entre Quasimodo y Erik. El jorobado es bondadoso y de corto recorrido intelectual. Su buen corazón está fuera de toda duda, y la complicidad con el público está más que garantizada desde el principio. Más, si tenemos en cuenta la contraposición de un villano como Frollo. Por su parte, el fantasma es un personaje mucho más complejo, en el que los límites entre el bien y el mal no son tan claros. Atormentado e intelectualmente brillante, Erik es consciente de su propia desgracia. Lo apasionante de su carácter está en las múltiples facetas que desarrolla. Desde la más fría crueldad hasta el amor devoto. Tanto en la novela, como en el trabajo de Chaney siempre queda clara la intención de humanizarlo y conseguir entender su comportamiento.

La película, como otras tantas que acabaron siendo míticas, tuvo un rodaje de lo más accidentado. Siempre se comenta las enormes diferencias que el director Rupert Julian mantenía con prácticamente el resto del equipo. Hasta tal punto que él y Chaney estuvieron gran parte del rodaje sin dirigirse la palabra. Parece que al director no le gustaba demasiado la libertad creativa con la que el actor afrontaba su trabajo. Incluso se comenta que Norman Kerry (actor que interpreta a Raoul) llegó, montado a caballo, a atropellar al realizador. Y no parece que fuera de forma involuntaria. El caso es que el pase previo del film resulta un absoluto fracaso, así que el productor decide contratar a Edward Sedgwick, quien rueda bastante material nuevo, incluyendo un final diferente (que es el que permanecería en la versión definitiva). Otro preestreno, y otro fiasco. Sedgwick abandona, y del nuevo montaje se encargan Maurice Pivar y Lois Weber, en la que ya sería la versión que finalmente ha sobrevivido.

A pesar de todas la incongruencias que podemos encontrar dentro de este caos, el valor cinematográfico del film es indiscutible. Y tenemos que volver a Lon Chaney, que también ejerció como director no acreditado. A él se le atribuye la realización de una de las secuencias más turbadoras del film. Nos referimos al momento en el que Christine descubre lo que se esconde tras la máscara. Después de media película con el rostro oculto, contemplamos el terrorífico semblante de Erik. Espectacular trabajo de maquillaje (realizado también por el mismo Chaney) para dar esa apariencia fantasmagórica, casi cadavérica. Aún hoy día impresiona esa imagen, así que es fácil imaginar la reacción del público en una época en la que el cine daba sus primeros pasos.

Y es que El fantasma de la ópera tiene el honor de ser uno de los primeros clásicos de terror de la historia del cine. Y muy posiblemente, el primero realizado en un gran estudio de Hollywood. Es notoria la influencia del expresionismo alemán, con ese inquietante uso de las sombras. En este sentido, me gustaría destacar las primeras apariciones del fantasma, inquietante sombra amenazadora en los primeros minutos del film. Ya entonces se demuestra lo efectivo que es lo que 'no mostrado' a la hora de crear tensión. Otra imagen turbadora aparece ya en la parte final, con un cuerpo colgado en las bambalinas del teatro. Una vez más, solo vemos la sombra del cadáver, provocando aún mayor angustia en el espectador que si lo mostraran de forma explícita.

No hay duda de que la atmósfera es uno de los puntos fuertes del film. Otro ejemplo es el baile de máscaras, una secuencia rodada en color, y que hace destacar aún más el espeluznante disfraz rojo carmesí del fantasma. Tras el baile, vuelta al blanco y negro, momento en el que Erik observa desde las alturas la traición de su amada. Lon Chaney es capaz de reflejar todo el patetismo de un personaje desgarrado por el dolor. Y es que aparte de su brutal labor con el maquillaje, el actor trabajaba a conciencia la expresividad corporal. Al ser hijo de padres sordos, es algo que vivió desde siempre. Solo hay que fijarse en el trabajo que realiza antes de descubrir su rostro, lo que es capaz de transmitir con la mirada, la sutil interpretación de aquel que debe expresar mucho sin palabras. Obviamente, algo que debían hacer todos los actores de la época, pero en lo que Chaney era un auténtico maestro.

Decíamos que el constante trajín que sufrió el film, le costó alguna que otra incongruencia. La más chocante tiene que ver con el personaje encarnado por Arthur Edmund Carewe. Originalmente era 'el persa', y como tal va caracterizado, aunque el montaje final lo transforma en agente secreto de la policía francesa, lo cual choca bastante con su apariencia. También es extraña la introducción de una secuencia cómica en este tenebroso mundo, la cual suponemos fue rodada por Sedgwick, habitual director de los filmes de Buster Keaton. No se indaga demasiado en el pasado del fantasma, cuya apasionante historia queda marginada en el film. Tampoco el final subraya el romanticismo de la novela, optando por un desenlace más en la línea de Frankenstein, con turba dispuesta al linchamiento.

Para terminar de agrandar la leyenda caótica de la cinta, dos años después de su estreno llega el sonido al cine, y Universal decide sonorizarla. El problema fue que Chaney se negó a retomar el papel, lo que frustró el intento. Todo el material nuevo que se rodó anda perdido no se sabe muy bien dónde. Y a pesar de todo esto, Carl Laemmle consiguió un gran éxito de público con un film que se empeñó en hacer desde que leyó la novela. Una película que ha pasado a la historia como uno de los primeros hitos del terror, y que es uno de los más antiguos ejemplos de eso que llaman milagro del cine.



Manuel Barrero Iglesias

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