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domingo, 23 de diciembre de 2012

El increíble hombre menguante


The Incredible Shrinking Man (USA, 1957). Dirección: Jack Arnold. Intérpretes: Grant Williams, Randy Stuart, April Kent. Paul Langton, Raymond Bailey. Guión: Richar Matheson, basado en su novela. Fotografía: Ellis W. Carter. Montaje: Albrecht Joseph.





El apogeo que vive el cine apocalíptico en los últimos quince años no es difícil de explicar. Entre los motivos, la presencia de un par de fechas simbólicas. La fiebre por el cambio de milenio ha tenido continuidad gracias a la supuesta profecía maya. Pero hay mucho más allá, aparte de lo anecdótico de las fechas. La creciente sensación de agotamiento de los recursos naturales y la propia conciencia autodestructiva (aunque haya quien no quiera verlo), influye de forma decisiva en una visión pesimista/catastrofista del ser humano. No es la primera vez que el cine refleja un miedo colectivo de forma tan masiva. En la década de los 50 (también los 60) ocurrió algo parecido, siempre con los matices de la época.

Entonces, también pesaba el temor a lo desconocido, así proliferaron los filmes de invasiones alienígenas. Pero ya latía el miedo a la propia especie. Recordemos que el mundo acababa de pasar por el trauma de dos devastadoras guerras mundiales, y que comenzaba esa absurda escalada llamada Guerra Fría. La gente vivía atemorizada por la capacidad destructiva del ser humano. Incluso los filmes protagonizados por extraterrestres hostiles tenían esa doble lectura del miedo al extraño (pero al extranjero terrícola). Tras los liberadores 70-80 volvemos a vivir ahora otra época de pesimismo. Y es que la sensación de que acabaremos con nosotros mismos nunca ha dejado de flotar en el ambiente.
Pero volvamos a los cincuenta. La época en la que nació el género de ciencia-ficción como tal, con una serie de películas (casi todas instaladas en la serie B) que nos hablaban sobre todo tipo de de peligros y catástrofes. Por mencionar algunos de esos títulos: Cohete K-1 (Kurt Neumann, 1950), Ultimátum a La Tierra (Robert Wise, 1951), La guerra de los mundos (Byron Haskin, 1953), Llegó del más allá (Jack Arnold, 1953), La mujer y el monstruo (Jack Arnold, 1954), La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954), Tarántula (Jack Arnold, 1955), La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956), o Plan 9 From Outer Space (Edward D. Wood Jr., 1956).

Dentro de la gran variedad de directores que se acercaron al género, podemos ver como se repite el nombre de Jack Arnold, el autor más representativo de la época en lo que a ciencia-ficción se refiere. Invasiones extraterrestres, seres mutados por radiaciones…Arnold tocó prácticamente de todo. El increíble hombre menguante estaría dentro de la tendencia que mostraba la energía nuclear como un gran peligro para el ser humano. La variación con respecto a otros trabajos es que la mutación no la sufren animales que se vuelven monstruosos. En esta ocasión es el propio humano el que padece las consecuencias de las radiaciones.

Como indica el mismo título, el protagonista sufre una reacción por la que su cuerpo se va reduciendo cada vez más. En menos de hora y media Arnold atrapa la esencia del film, en un soberbio trabajo de síntesis, combinando la trepidante aventura con la hondura reflexiva. Ya la primera secuencia resulta magistral en su sencillez. En tres minutos al director le da tiempo a provocar inquietud en el espectador (al que atrapa para no volverlo a soltar), y usar la casualidad de forma muy hábil, además de mostrarnos la complicidad de la pareja feliz.

Arnold no se anda con tonterías y da paso a una elipsis que nos lleva directamente al día en el que Scott empieza a notar los primeros síntomas. En esta primera mitad la película juega muy bien las bazas de la perplejidad y la frustración. La tensión interna domina a un hombre que se ve superado, incapaz de llevar una vida normal. Teniendo que renunciar al trabajo, a la vida social…e incluso a su pareja. El deterioro de su matrimonio no es fruto de la falta de amor; sino de una circunstancia excepcional, un potente aniquilador que va destruyendo la confianza de nuestro protagonista. De la noche a la mañana, pasar a ser visto como un monstruo de feria, no debe ser nada fácil.

En un punto determinado, hay un par circunstancias de dan algo de esperanza a Scott, un pequeño respiro que solo sirve para coger aire antes de que el film se lance a la gran odisea. Si todo lo anterior sirve como preciso planteamiento de conflictos, esta segunda mitad se alza con una fuerza inusitada, casi como otra película distinta. Dado por muerto por sus seres queridos, Scott queda atrapado en el sótano de su casa. Su tamaño es tan diminuto que no puede subir las escaleras, o un alfiler le puede servir de espada. A partir de entonces, lo único que queda es la supervivencia, pura y dura. Encontrar agua y comida en un territorio árido, sortear los peligros de un mundo que no está hecho a su escala. Y lidiar con la propia soledad, sin poder contactar con los que eran sus semejantes, a pesar de tenerlos al lado (magnífica secuencia la de la inundación).

No podemos dejar de destacar unos maravillosos efectos especiales por los que apenas ha pasado el tiempo. Uno ve la película en la actualidad y prácticamente todas las secuencias tienen una credibilidad asombrosa. Los trucajes son maravillosos, y el juego con las escalas de los objetos le da mucha vida al film. Hasta las luchas con animales como el gato o la araña poseen un inusitado realismo. No olvidemos nunca que hablamos de un film de serie B, que no se movía precisamente en grandes presupuestos.

Pero más allá del ejemplar uso de la técnica, o de lo bien creada que está la tensión, El increíble hombre menguante nos toca especialmente por sus intenciones de ir más allá, por la reflexión sobre la naturaleza humana. Una obra sobre la insignificancia del hombre dentro de la inmensidad del Universo. Por cierto, Arnold utiliza con sapiencia un arma tan peligrosa como la voz en off. Es la única forma que tenemos de saber qué piensa Scott en la parte final del film, pero el autor ya la introduce desde el primer segundo, incluso haciendo una pequeña broma con la tercera persona. Su habilidad es decisiva para que nunca resulte cansina dentro del estupendo guión firmado por Richard Matheson, quien adapta su propia novela.

A nivel más básico, la película narra una aventura en la que un hombre de vida acomodada queda despojado de todo, para volver a lo más primario. La lucha por sobrevivir, y el despojarse de todo lo accesorio del mundo que hemos creado. También podemos verla como una parábola sobre lo complicado que es aceptar al distinto, y mucho más si el distinto es uno mismo. Pero, sobre todo, estamos ante una advertencia sobre los peligros de la grandilocuencia humana. Darse más importancia de la que realmente se tiene, puede llevar a la especie a la propia destrucción. Y es que no se puede jugar a ser Dios cuando solo se es una insignificante mota de polvo dentro de todo el Universo.

Manuel Barrero Iglesias

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