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miércoles, 19 de marzo de 2014

Una vida en tres días

3/10
Labor Day (Estados Unidos, 2014).
Dirección: Jason Reitman.
Intérpretes: Kate Winslet, Josh Brolin, Gattlin Griffith, Tobey Maguire, Tom Lipinski.
Guión: jason reitman, sobre la novela de Joyce Maynard.
Música original: Rolfe Kent.
Fotografía: Eric Steelberg.
Montaje: Dana E. Glauberman.
Idioma: Inglés.
Duración: 111 minutos.



Sus labores

Debemos reconocerle a Jason Reitman la valentía de ir a contracorriente con una película alejada de las modas y discursos imperantes. Ese (supuesto) discurso reaccionario de mujer que necesita hombre para ser feliz, es precisamente lo más estimulante de este trabajo. Efectivamente, en el mundo hay muchas personas (hombres y mujeres) que son incapaces de una vida plena si no es con alguien a su lado. Y no pasa nada por mostrar esta forma de relacionarse con el mundo. Es más, aplaudimos que no se rinda pleitesía a la corrección política de un mainstream que, por obligación, tiene que retratar mujeres fuertes e independientes.

A pesar de las irritantes últimas palabras del film, tampoco podemos negar su halo melancólico. Así que le daremos el beneficio de la duda al director respecto a sus intenciones en el retrato de esta mujer. Pero si conseguimos descartar el mensaje rancio, nos chocamos de frente con un obstáculo mucho peor: su puesta en escena. Ahí ya es más complicado disculpar a Reitman, quien se sirve de trucos y artimañas muy poco sutiles. Tanto formal como narrativamente, Una vida en tres días se sirve de códigos no ya anticuados, sino anquilosados. La falta de credibilidad no viene por el hecho de que una ama de casa común se enamore de un prófugo. No pondremos reparos en la construcción de un romance que quizás sea lo único lógico dentro de esta cadena de despropósitos.

El problema es la carencia de cualquier atisbo de lógica interna dentro del relato. Para empezar, ¿qué propósito se persigue con el subrayado de la perfección del preso fugado? ¿Qué se pretendía con ese grotesco contraste entre el asesino que ve la sociedad y el hombre divino que vemos nosotros? Quizás se busque transmitir que debemos tener cuidado con los juicios de valor, y que no siempre todo es lo que parece. Muy bonito, pero no le hubiera venido mal al personaje algo más de humanidad (de la de verdad). Aunque bien mirado, que sea tan ideal (¿o irreal?) viene de maravilla para que la acción avance. ¿Quién no se enamoraría de un hombre que no tiene ni un solo defecto? Sigamos adelante.

A la historia hay que añadirle las dosis necesarias de suspense, ya que toda la ciudad busca al fugado. No entraremos en el escaso cuidado que tienen los implicados en evitar ser descubiertos. Hagamos un nuevo ejercicio de benevolencia, y lo achacaremos al carácter naif de los personajes, que también es el de la película. Criticable o no, esa es la apuesta. Lo que no podemos pasar por alto es la ridiculez de los momentos de tensión, llegando a utilizar un niño discapacitado en uno de ellos (niño que previamente ha sido usado para ablandar convenientemente los corazones). Las secuencias del policía entrometido o la del banco entran de lleno en el absurdo.

Dijimos antes que, aunque lo pareciera, el discurso no tenía por qué ser rancio. Toca rectificar. Hay momentos en que sí lo es. Nos referimos a los flash-back que muestran al joven Frank antes de entrar en prisión. Aparte de ser muy torpes a la hora de crear incertidumbre sobre los hechos, manifiestan una evidente moral reaccionaría. Para que podamos seguir viendo al protagonista como un héroe, tenemos que defender su inocencia. A los autores no les basta con mostrar que el suceso fue un accidente desafortunado, además tienen que culpabilizar a la víctima. Y lo hacen de forma despreciable, recurriendo a la retrógrada figura de la “buscona”. No vamos a decir que los autores busquen el “merece morir”, pero casi. De forma obscena pretenden que el espectador no sienta ninguna pena por esa muerte.

Así queda enterrada esa valentía de la que hablábamos al principio, entre el ridículo y el sentimentalismo manipulador. La película pretende embotar al espectador con desgracias del pasado que se reparan con alegrías del presente, para volver a la pena provocada por la frustración del futuro. Eso sí, el epílogo vuelve para tocar la fibra y dejar buen sabor de boca. Un epílogo que muestra con claridad el esquematismo de un trabajo que simplifica al máximo personalidades y sentimientos. Ni retrato de la transición adolescente/adulto (vean Mud, por favor), ni tristeza de madurez porque la vida te lo arrebata todo (para eso, Sam Mendes), ni hombre íntegro que no se corrompe ante la injusticia (algo tan típico como Cadena perpetua puede servir). Una vida en tres días deshecha todas esas películas para ponernos en primer plano este disparate lacrimógeno y torticero.


Manuel Barrero Iglesias


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