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jueves, 14 de marzo de 2013

Amor y letras


3/10
Liberal Arts (EE.UU., 2012).
Dirección y guión: Josh Radnor.
Intérpretes: Josh Radnor, Elizabeth Olsen, Richard Jenkins, Allison Janney, Zach Effron, Elizabeth Reaser, Kate Burton.
Música original: Ben Toth.
Fotografía: Seamus Tierney.
Montaje: Michael R. Miller.
Idioma: Inglés.
Duración: 97 minutos.








Madurar no siempre nos hace más sabios


Entre temporadas de Cómo conocí a vuestra madre Josh Rednor saca tiempo para escribir, dirigir, producir y protagonizar sus propias películas. Con HappyThankYouMorePlease la cosa le salió bastante apañada, con exceso de azúcar en algún momento, pero siempre con un algo encantador que la hacía fácilmente disfrutable.

En esta nuevo proyecto tira por los mismos derroteros que en su anterior película, hablando de los procesos de maduración y de la vida en los 30, pero está vez de una manera mucho más pedante y a la vez infantiloide.

La cosa va de un profesor que vuelve a la universidad en la que estudió para asistir a una cena de despedida en honor a uno de sus antiguos profesores, con el cual le une una buena amistad. Entre los invitados al acto en cuestión se encuentra un matrimonio que en un momento dado presentan a su hija (19 años) al joven profesor (35 años). Ambos se gustan y mantienen una relación epistolar que acaba en un nuevo encuentro que les llevará a plantearse si esta relación tiene algún sentido o si simplemente está mal desde un punto de vista moral.

La historia es interesante, cien veces vista, pero interesante. Rednor cuenta con un reparto de eficacia probada para llevar el barco a buen puerto; pero se pierde en reflexiones insustanciales, en el mejor de los casos, y tontorronas en su mayoría. Reflexiones acerca del arte, la vida y sus diferentes estadios, el amor, etc. La historia y las relaciones entre personajes resultan cercanas y creíbles, pero en cuanto comienzan las voces en off o las batallas dialécticas entre personajes, la película pierde el tono que tan bien le sienta, intectualizándose de la peor manera. Es como si un idiota intentase hacerse el listo y se le viese venir a una legua de distancia. Esa intelectualidad a la película no le queda bien, la hace parecer una impostora, una película encantadora sobre el amor y el miedo a madurar que intenta disfrazarse de filosofía de andar por casa.

Rednor parece querer parecerse a Woody Allen, pero no tiene ni su acidez ni su capacidad para mezclar una buena historia con lúcidas reflexiones acerca de cualquier tema que se le pase por la cabeza. No parece querer conformarse con ser un nuevo Edward Burns -una copia barata de Allen-, sino que pretende llevar su cine un paso más allá, sin renunciar a esa vertiente desenfadada. Por ahora no ha encontrado el modo adecuado para conseguirlo y, aunque la película hace aguas por todos lados, lo cierto es que hay que valorarle el esfuerzo, ya que por lo menos consigue generar una cierta expectación con respecto a futuros proyectos.

David Sancho



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