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lunes, 22 de junio de 2015

Críticas: White God

6/10
Fehér isten (Hungría-Alemania-Suecia, 2014)
Dirección: Kornél Mundruczó.
Intérpretes: Zsófia Psotta, Luke y Body, Sándor Zsótér,  Szabolcs Thuróczy, Lili Monori, Károly Ascher, László Gélffi, Lili Horváth. 
Guión: Kata Wéber, Kornél Mundruczó, Viktória Petrónyi. 
Música original: Asher Goldschmidt
Fotografía: Marcell Rév.
Montaje: Dávid Jancsó.
Idioma: Húngaro. 
Duración: 119 minutos. 


Dog eat god

Por Miguel Montañes

Atravesando en bicicleta las calles de una Budapest completamente abandonada, una chica de trece años pedalea a ritmo constante entre vehículos cruzados sobre el asfalto y con el silencio previo a la tempestad como ruido de fondo. Algo se aproxima. Cientos de perros de todas las razas y tamaños doblan la esquina y enfilan la avenida en dirección a la joven impulsados por una furia primaria. Eso es empezar en alto. Y una secuencia inicial de semejante magnitud —un flashforward, en realidad— corre el riesgo de convertirse en el punto álgido de la película —una vez alcanzado ese anticipo en su lugar correspondiente dentro de la línea temporal de la historia— mucho antes de lo que convendría. Vamos, que el relato no puede arrancar mejor, avanza con dignidad, pero es en el último tramo cuando decae y entrega una imagen final que ha recibido un buen puñado de alabanzas, a pesar de ser efectista, deudora de una tradición narrativa más que asumida y, en definitiva, decepcionante

De todas maneras, otro de los peligros a los que se enfrentaba White God, la alegoría misma que plantea Mundruczó, funciona a pesar de su ingenuidad. En un mundo en el que los perros que no pertenecen a una raza pura son desplazados y sus dueños obligados a pagar una tasa, es fácil hacer asociaciones a partir del puesto de subordinación de los cánidos y el de hegemonía de los humanos, los dioses blancos a los que se refiere el título. Estúpidos dioses blancos. Hagen, el chucho de la adolescente de la bicicleta, es abandonado por su padre —también hay estamentos dentro de la clase dominante—. Mientras ella, Lili, emprende su búsqueda en un proceso intensivo de maduración hacia la etapa adulta, Hagen descubre el lado menos amable del hombre, lo que termina empujándole a liderar una rebelión selectiva al principio, indiscriminada después, contra la mano que no hace tanto le daba de comer. 

Lo que tampoco puede negársele al realizador húngaro es la admirable factura de la película, con una fotografía impecable y un alejamiento de los efectos digitales que consiguen que la verosimilitud de la trama no se resienta ni un ápice en el aspecto visual. Eso y que la novata Zsófia Psotta hace un trabajo espléndido como Lili. 



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