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viernes, 21 de febrero de 2014

Nebraska

8/10
Nebraska (USA, 2013).
Dirección: Alexander Payne.
Intérpretes: Bruce Dern, Will Forte, June Squibb, Bob Odenkirk, Stacy Keach.
Guión: Bob Nelson.
Música original: Mark Orton.
Fotografía: Phedon Papamichael.
Montaje: Kevin Tent.
Idioma: Inglés.
Duración: 115 minutos.

Atrapa un millón

Es imposible no pensar en Una historia verdadera (David Lynch, 1999) al ver la nueva película de Alexander Payne. En ambas tenemos a un anciano empeñado en hacer un viaje imposible, sin importar la precariedad de los medios. Tener que recorrer cientos de kilómetros en un cortacésped -o pretender hacerlo a pie- no es obstáculo para aquellos que son conscientes de estar ante la última gran aventura de su vida.

En apariencia, el viaje que emprende Woody parece mucho más egoísta y demente que aquella reconciliación en la película de Lynch. El protagonista de Nebraska se empeña en recoger personalmente el millón de dólares que cree haber ganado. Pero detrás de esa motivación, en apariencia material, se esconde el anhelo de un padre por dejar un legado a su descendentes. O lo que es más importante, una llamada de atención a los que le rodean, una llamada finalmente respondida por uno de sus hijos, que accede a acompañarle en esta pequeña odisea.

En los distintos niveles que ofrece Nebraska, es la recuperación de lazos paterno-filiales el que ofrece al espectador una oportunidad de reconciliación con la especie humana. El acercamiento se produce de forma torpe, pero entrañable. Es obvio en el personaje de David, hombre sensible deseoso de encontrar afecto en su padre. Pero también lo es en la hosquedad de Woody, consciente de no haber sabido cuidar de su familia durante tantos años. A su manera, intenta reparar esos errores, aunque no sepa muy bien cómo hacerlo.

Una película a la que no le hace falta recurrir al flash-back para hablarnos del pasado. Desde el presente somos capaces de inferir la historia de esta familia media americana. El salto generacional se presenta en los cambios de actitudes de los hijos respecto a los padres. Conformarse con las cosas tal como vienen es algo de lo que intentan huir. Eran tiempos en los que los matrimonios se formaban casi por inercia, anteponiendo siempre la obligación social a la felicidad particular.

Resulta muy interesante la visión de los personajes femeninos, verdaderos motores de la unidad familiar. Kate y su fuerte carácter dominan el hogar con mano de hierro, pero es algo que también podemos intuir en otras mujeres que aparecen en el film. Los hombres parecen dejarse llevar, sin tener un papel relevante en la unidad familiar. Y menos aún después de la jubilación. Estamos ante otra de esas capas del film, la que pone de manifiesto el papel femenino como sostenedora de la familia ante la pasividad masculina.

Y hay otro nivel más en el que me gustaría detenerme, y que acerca este trabajo a los hermanos Coen. Nos habla de la mezquindad humana, y ahí entra toda esa galería de personajes -alguno incluso roza la caricatura- sacados de las profundidades americanas. Y siempre el dinero por medio, las ansias de conseguir riqueza sin hacer nada. Aunque haya que pisotear a la familia o a los amigos.

Alexander Payne afronta la dirección del film desde la sencillez. Su fuerza está en los personajes, y el autor se esmera en sacar toda la expresividad de sus rostros y sus acciones. Acompañando sus palabras con una cámara casi imperceptible, que “simplemente” se dedica a “estar ahí”. Incluso la fotografía en blanco y negro sirve para resaltar aún más las emociones de sus personajes. Aparte de ser marco ideal para esta Nebraska rural que visualiza el autor.

Otra vez Payne nos regala una obra muy humana, con personajes reconocibles y cercanos, en los que no se esconden los defectos. Como en Los descendientes (2011), vuelven las dificultades de las relaciones familiares. Y si bien es cierto que el film busca algo parecido a un final feliz, jamás renuncia a su coherencia. La unión entre padre e hijo jamás se nos muestra a través de la catarsis del contacto físico o de las lágrimas. Y es que para un hombre tosco al que no se le dan bien las relaciones con los demás, cambiar ciertas cosas resulta imposible. Aunque en su interior sí se haya producido una transformación. La habilidad de Payne para contar sin mostrar hace el resto.


Manuel Barrero Iglesias



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