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sábado, 8 de febrero de 2014

The Grandmaster

5/10
Yi dai zong shi (Hong Kong-China, 2012)
Dirección: Wong Kar-Wai.
Intérpretes: Tony Leung Chiu Wai, Zhang Ziyi, Zhaoi Benshan, Chang Chen, Brigitte Lin.
Guión: Wong Kar-Wai, Xu Haofeng, Zou Jinzhi.
Música original: Nathaniel Méchaly, Shigeru Umebayashi.

FotografíaPhilippe Le Sourd.
Montaje: William Chang.
Idiomas: Mandarín, cantonés, japonés.
Duración: 130 minutos.


In the mood for Kung Fu

Wong Kar-wai nunca ha escondido su obsesión por los amores imposibles. Hasta en una película de artes marciales, en la que se recorre parte de la Historia china, la presencia de un romance frustrado marca definitivamente el devenir del film. Tras aquella aventura con reparto occidental que fue My Blueberry Nights (2007), el director se embarcó en su proyecto más ambicioso. Al menos, el que más tiempo de preparación le ha llevado en toda su carrera. Un proyecto que ha ido mutando con el tiempo, desde que a finales del siglo pasado empezó a rumiar la idea de hacer una película sobre Kung Fu. Una mutación que también se da en la misma obra ya acabada, la cual ha sido presentada por el mismo autor en tres versiones distintas (la asiática, la europea y la americana). 

Todo empezó cuando el director hongkonés tomo consciencia de la importancia de Bruce Lee como icono mundial, incluso tras más de veinte años después de su muerte. Esto le llevó hasta Ip Man, quien fue entrenador de Lee. Y ahondando más en la cuestión, llegó hasta la época dorada de las artes marciales en China, atendiendo a los maestros de las distintas disciplinas. A partir de ahí, era inevitable fijarse en el contexto de una época convulsa, fundamental en la Historia reciente del gigante asiático.
Todas esas capas (y más) están presentes en The Grandmaster, obra de gran envergadura y cuya complejidad la hace moverse muchas veces en terrenos farragosos. Es justo reconocer el esmero del autor en recrear una época, y una forma de vida. Wong Kar-Wai se sumerge en las artes marciales e intenta atrapar su misma esencia. Su estilo puesto al servicio de las secuencias de lucha crea un efecto hipnótico. Una de las estéticas más reconocibles y potentes de los últimos años como lujoso vehículo que transporta un género instalado en la cultura popular.

Aunque al final la fuerza del film está, como no, en la historia de amor frustrado. Para el recuerdo queda esa sensual secuencia de lucha entre él y ella. ¿Lo demás? El director se pierde -y nos pierde- entre idas y venidas espacio-temporales. Un proyecto demasiado ambicioso que, por momentos, fracasa en su intento por abarcar tanto. Pero que nos deja asombrosos momentos con los que deleitarnos.


Manuel Barrero Iglesias







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