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lunes, 18 de julio de 2011

Nuestra canción de amor


3/10
My Own Love Song (USA-Francia, 2010).
Dirección y guión: Olivier Dahan.
Intérpretes: Renée Zellweger, Forest Whitaker, Madeline Zima, Elias Koteas, Nick Nolte.
Fotografía: Matthew Libatique.
Montaje: Richard Marizy.
Idioma: Inglés.
Duración: 102 minutos.





Road movie desvencijada


Una prometedora secuencia abre Nuestra canción de amor. Buen gusto y contención (probablemente sean los mejores cinco minutos de Zellweger en muchos años), en un prólogo que logra evitar su propia trampa con bastante estilo. Un muy buen inicio que, por desgracia, no tiene continuidad a lo largo del metraje.

Estamos ante otra de esas películas que nos hablan de los desheredados de la América profunda. Gente golpeada cruelmente por la vida, y a la que le cuesta volver a levantarse. Una cantante de country retirada, cuyos traumas pasados le impiden seguir adelante. Su carrera y su propia vida se ven interrumpidas, aplastadas por una actitud llena de desesperanza y derrotismo. El film habla, sobre todo, de lo complicado que es superar según qué pérdidas, y según qué errores.

Como contrapunto, otro ser destrozado por la desgracia, pero con una actitud radicalmente opuesta. Mucho más entusiasta, aunque también mucho más cercana a la locura; evitando también enfrentarse de lleno con el problema. Dos almas solitarias que se encuentran y se necesitan. Pero lo que había comenzado con admirable contención, deriva en insoportable histerismo. La relación entre ambos se cuenta a base de golpetazos un tanto sacados de quicio. No ayudan tampoco unas interpretaciones sumergidas en el histrionismo. La primera secuencia de Zellweger se queda en espejismo, volviendo después a sus tics habituales; mientras un Forest Whitaker desaforado no logra darle a su personaje la humanidad que necesita, quedándose casi en la burda parodia.
Para que no falte ningún ingrediente, el film se lanza a una road movie destartalada, en la que los protagonistas sufren todo tipo de infortunios (alguno totalmente inverosímil). En su camino, como no puede ser de otra forma, encontrarán variopintos personajes, que aderezarán el trayecto. Entre ellos, de nuevo, otro que ha perdido mucho, y al que le queda poco que ganar, referencias incluidas a la Nueva Orleans post-Katrina.

Y, como siempre, el viaje físico conlleva un intenso viaje emocional en el que estos pobres diablos consiguen resucitar. Para ello, resulta fundamental la intervención de terceras personas. Alguien que contribuya a reparar errores del pasado. O alguien que te devuelva la vida real. En definitiva, alguien que te aleje de la autocompasión o el desvarío, y ayude a que la autoestima regrese.

Con un final meloso en exceso, y con un toque de suspense innecesario; la película concluye su cansino recorrido sin intentar aproximarse a la originalidad o el atrevimiento. Tras Mi vida en rosa, Olivier Dahan vuelve a demostrar que se siente cómodo dentro de lo convencional. De lo excesivamente convencional. Al film le sobran tópicos, y muchos gritos. Y la falta sencillez, que no es lo mismo que simpleza.

Manuel Barrero Iglesias




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