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viernes, 25 de marzo de 2016

Crónica: 13 Muestra SyFy

Por Manuel Barrero Iglesias

Un año más el mes de marzo empieza en Madrid con una cita indispensable para los aficionados al cine de género. Después de 13 años, la Muestra SyFy está ya más que consolidada en el panorama cinéfilo de la capital, dando rienda suelta a esa comunión tan especial entre (un muy participativo) público y cine. Este año incluso parece que la audiencia ha entendido mejor cuáles eran los momentos apropiados para interactuar y cuáles no, algo que siempre es de agradecer. 

La que nunca falla es Leticia Dolera, una maestra de ceremonias única y genuina. ¿Su secreto? Lo bien que maneja la espontaneidad en cada una de sus intervenciones. También ayuda que el público del SyFy sea como una gran familia, y así lo siente también ella. Una confianza que propició su confesión -en voz baja- acerca de lo mal que le cae Eli Roth, o que nos regaló momentos tan geniales como sus comentarios durante los problemas técnicos acaecidos en la proyección de Nina Forever. A la que queremos forever es a Leticia, la auténtica musa de la muestra.

¿Y el cine? Pues casi es lo de menos. Allí vamos a pasarlo bien, da igual que las películas sean buenas, malas o regulares. Pero sí, vamos a hacer repaso de lo que pudimos ver a lo largo de los cuatro días el certamen. Como es habitual, hubo un poco de todo. Desde la serie b a producciones de lustre. Desde la trascendencia a la comedia disparatada. De la contención al exceso. Y es que la apuesta por la variedad siempre resulta más estimulante.


El género se pone íntimo

Hace un par de años Coherence conquistaba esta misma Muestra -previo paso por Sitges- con su propuesta de ciencia-ficción low cost de gran ambición temática. Los oscuros recovecos de la naturaleza humana eran diseccionados con tremendo pulso por James Ward Byrkit. The Invitation sigue esta misma línea: varios personajes, un único espacio y mucha inquietud. Esa máxima que invita a no fiarse de nadie guía estos dos filmes, aunque en el caso de la última ganadora del Festival de Sitges el resultado es mucho menos satisfactorio. El film de Karyn Kusama parece dar vueltas sin mucho más propósito que crear incertidumbre en el espectador. La directora recurre al viejo truco de sembrar la duda sobre el punto de vista del protagonista, y en torno a ello se articula un discurso que deja de lado la profundidad psicológica de los personajes y las relaciones que se establecen entre ellos. Todo está supeditado a ese juego de suspense, incluyendo giro final de guion, lo que demuestra que busca más el efectismo que una verdadera reflexión. Al menos la atmósfera sí consigue esa sensación opresiva que busca.
Como opresiva es la británica Nina Forever, oscuro viaje hacia las relaciones sentimentales. Un planteamiento común con Burying the Ex -presente en la pasada edición de la Muestra- nos devuelve la figura (literal) del fantasma de una ex-novia que se resiste a aceptar la muerte de una relación. Mientras Joe Dante se decantaba por la comedia pura, los hermanos Blaine prefieren un humor tan negro que rara vez provoca risa. El film cuida el retrato de sus personajes -con su toque algo marginal- y se introduce con sensibilidad en la difícil estabilidad emocional que se debe encontrar tras sufrir una fuerte perdida. Sus autores incluso nos sorprenden superando la obvia metáfora inicial para convertir su discurso en algo mucho más poliédrico.


Secuelas que sobran, secuelas que faltan

En una programación que a veces se deja llevar por el caos -y que siga así- nos podemos encontrar con circunstancias tan curiosas como la secuela de una película noruega de hace más de una década que casi nadie ha visto. O que se programe la primera parte de un díptico cuya primera entrega deja un final de lo más abierto. Los que tengan curiosidad podrán buscar las respectivas complementarias, aunque sospechamos que Parasyte 2 despertará mucho más interés que Villmark.

Bosque tenebroso (que así se tradujo en nuestro país) ya era una pobre propuesta de terror
que no salía del concepto cabaña en el bosque. La película tarda una eternidad en arrancar, y cuando al fin lo hace, el desenlace no tiene demasiado sentido. Villmark Asylum cambia la cabaña por el sanatorio abandonado. Pero la estructura es muy parecida. La misma pausa para contar el relato confiando en su capacidad para generar tensión, y la misma manía absurda de sus protagonistas por no huir. Quizás el director pretendía hacer una crítica a la situación laboral actual, viéndose obligados los protagonistas a no renunciar al trabajo, aún a costa de jugarse la vida. Pero no cuela. Al menos la proyección nos dejó algún momento -ese ridículo silbido- que se convirtió en elemento de chanza durante la jornada.
En Parasyte 1 recayó la responsabilidad de representar a Japón en la Muestra (animación aparte), yendo a la sesión nocturna del viernes. Lejos de la serie b que acostumbramos a ver a estas horas, esta producción cuenta con medios decentes para adaptar el manga de Hitoshi Iwaaki. Eso sí, el film tiene ese espíritu festivo que los espectadores ansían cuando la medianoche ya ha pasado. El film juega muy bien con la comedia, dando a los espectadores una buena ración de diversión. Una pena que la continuación no esté a la altura y pierda mucho del encanto que tiene esta primera. Así que los que se hayan quedado con ganas de ver la continuación, quizás hicieran mejor en prescindir de ella.



La hora caníbal

La calidad cinematográfica del cine de Eli Roth deja mucho que desear, no nos vamos a engañar. Pero su capacidad para conectar con el público haciéndole pasar un buen rato, ahí está. The Green Inferno es un obvio homenaje al cine caníbal en el que Roth se permite reírse de todo, incluso de su película. Sus dardos van en todas direcciones. La mirada paternalista del mundo "civilizado" respecto a los problemas de las tribus indígenas, la corrupción que impide una verdadera apuesta por paralizar la explotación de recursos naturales. Incluso el modo de vida de alguna de esas tribus, con el salvajismo como bandera. Recordando a Rainforest Schmainforest (3x01 de South Park), lo mejor del film es su incorrección política. Y en esa ausencia de filtro encuentra varios momentos de sublime cochambre.
De los indígenas amazónicos pasamos a los norteamericanos. Ambas películas colocan a estas tribus en los niveles más altos de atrocidad, pero curiosamente es la más "seria", la que menos en cuenta tiene a los autóctonos invadidos. Como en los viejos westerns, los indios solo son el enemigo. Aunque también podríamos encontrar cierto subtexto sobre las consecuencias que colonización conlleva. Pero Bone Tomahawk va por otro sendero, el de la relectura del western clásico, con esa odisea en la que se embarcan varios personajes puramente arquetípicos (pero no exentos de carisma).Sin duda, lo más estimulante es su fino sentido del humor. 



Cuidado con las pretensiones

Provoca pereza, de tan obvio, mencionar a Shyamalan para hablar de Vulcania. Pero solo hablaríamos de la punta del iceberg que esconde una amalgama de referencias a las distopías que todos conocemos. Las intenciones de José Skaf están claras, y la parábola sobre la sociedad en la que vivimos a través de otra inventada es evidente. La lucha de clases, la corrupción, el adoctrinamiento...todo ello está presente en el film, sin embargo nunca consigue una voz propia con la que articular su discurso. El film trata de alzar vuelo alto -se agradecen las intenciones- pero jamás consigue despegar. Todo esto ya lo hemos visto antes. Y mejor. No es que la película sea un desastre, es que es anodina. Lo cual es casi peor. Aunque podría ser más grave. 
Podría ser como Generation Z, que es anodina y y desastrosa. Una película que se define como un "Parque Jurásico con zombis" no puede tomarse en serio a sí misma, ¿verdad? Pues sí, sí puede. E incluso intentar un discurso pseudopolítico. Por supuesto, fracasa en su empeño. Y por el camino deja cadáveres que no soportaron el aburrimiento.



El toque British

La Muestra se cerró el domingo con dos propuestas potentes, aunque muy irregulares. En Absolutamente todo se unían representantes de dos generaciones de cómicos. Y vaya dos nombres: Terry Jones y Simon Pegg en la misma película. Pero el resultado acaba siendo muy decepcionante, escaso en brillantez y con un humor blanco en exceso. Estamos ante un producto de hace veinte años, incapaz de superar la ocurrencia de su planteamiento. Entre todas las posibilidades que ofrece la idea inicial, la película toma los caminos menos arriesgados posibles, ofreciendo una previsible comedia romántica.
Todo lo contrario le ocurre a Ben Wheatley en High-Rise, película dominada por el exceso. El director ya ha demostrado a lo largo de su trayectoria que no le tiene ningún miedo a la experimentación (su anterior A Field in England ya era un claro ejemplo de ello). Ahora se embarca en la difícil tarea de adaptar la novela de J. G. Ballard, y el director consigue crear un mundo alucinante, a través de un diseño de producción sobresaliente. La película es compleja y trabaja a distintos niveles, aunque en su tramo final se le escapa de las manos tanto exceso. Aún así estamos ante una propuesta muy estimulante y que jamás se acomoda.





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