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viernes, 13 de noviembre de 2015

Entrevistas: Javier Cámara

El personaje de Ricardo (Darín) lleva un año viviendo con eso, mientras que el mío lo sabe, pero acaba de llegar. Ante una situación así, la contención viene sola: te tienes que callar. Porque todo lo que digas será utilizado en tu contra.

Javier Cámara (1967) es un actor español con una larga trayectoria en el cine en la que ha trabajado con algunos de los principales cineastas de nuestro país: tiene papeles protagonistas en películas de Pedro Almodóvar (Hable con ella), Isabel Coixet (La vida secreta de las palabras), Pablo Berger (Torremolinos 73), Manuel Martín Cuenca (Malas temporadas) o David Trueba (Vivir es fácil con los ojos cerrados, trabajo por el que finalmente obtuvo el premio Goya al Mejor Actor). Adquirió una gran popularidad desde su participación en el film Torrente, el brazo tonto de la ley de Santiago Segura, que aumentó considerablemente por el éxito de la serie cómica 7 vidas. Truman es el tercer film en el que Cesc Gay trabaja con el actor español, después de Ficción (2006) y Una pistola en cada mano (2012).

El Festival de San Sebastián premió el trabajo de Ricardo Darín y Javier Cámara en esta película al concederles el ex aequo el Premio al Mejor Actor. Tierra Filme acudió a conversar con el actor precisamente en San Sebastián, en la terraza del hotel María Cristina, acompañados de compañeros de otros medios digitales. Javier nos recibió efusivamente. El inicio de la entrevista se retrasó porque el actor Tim Roth, sentado al fondo de la terraza, preguntó con cierto encanto a Javier quién era él, que debía de ser una persona importante en España para tener a tantos periodistas a su alrededor. Empezaron a hablar y alguna persona pidió sacarse alguna foto con ellos.

Un periodista preguntó a Tim Roth por qué no había concedido entrevistas durante el festival, a lo que respondió, con total naturalidad: “Porque no me apetece, ni hace falta. Si quieres venir hablamos un rato, pero sin entrevista”. Su sonrisa imperturbable no distrajo nuestra atención de Javier que, después de bromear un rato con el actor inglés, se volvió a nosotros y nos animó a dejar de lado ese divertido caos inicial y a empezar la entrevista.



Por Sergio Diez


©Maialen Rodriguez






1.- ¿Cómo llegaste a participar en Truman?

Cesc me había contado desde dónde había escrito la historia, cuál había sido su experiencia personal, y yo le había dicho: “Tío, tengo que acompañarte en este viaje”. Pero claro, me dijo que estaba también en el reparto Ricardo Darín. Yo además me había quedado con mal sabor de boca anteriormente porque Clara Segura y yo habíamos grabado nuestra historia de Una pistola en cada mano, y cinco meses después empezaron a rodar la de Luis Tosar y Ricardo Darín en Barcelona. Y yo le había dicho a Cesc: “Están ellos dos grabando ahora, la nuestra se hizo hace cinco meses… ¿Qué película es esta? ¿Por qué no nos juntas a todos, haces una comida con todos, y nos presentamos? Eduard, Leonardo Sbaraglia…”. Al final no nos vimos.

Todos sabéis, y no porque lo diga yo, que muchos actores en España admiramos mucho a Ricardo, su forma de hacer, de interpretar, su empatía con la gente, y ese algo más que tiene que traspasa la pantalla, y que le pasa a pocos actores. Y cuando supe que Ricardo estaba ahí también, quería estar en el proyecto a toda costa. Cuando leí el guion, me emocioné mucho. Sabía de dónde venía, de dónde partía esa historia. Había demasiados buenos elementos como para cagarla. Sabíamos que esto iba a estar bien, que iba a ser muy bonito. Que era un material sensible de partida. Cuando tienes un material así ya en el guion, te dices: “No tenemos que hacer mucho más de lo que ya hay. Hay que ir despacito con esto. No hay que maltratar este material”. Eso era lo que pasaba. Y yo sabía que Ricardo y Cesc me iban a agarrar y a moderar.

Además, vosotros (los periodistas presentes en la entrevista) tenéis en general unas edades muy jóvenes, como para que todavía esto os suene lejano. Para que digáis: “los que estáis en los cincuenta, estáis un poco ya en la década de los tumores y accidentes de ese tipo”. Esto también puede pasar a los veinte o veinticinco años, pero no es tan frecuente. El tema de las enfermedades es más sensible a un público con más años. Yo entiendo que los jóvenes digan: “Espera, vamos a hacer, o a ver, una película generacional como las de Jonás Trueba, o vamos a ver la película esa de Amenábar y espérate que este tema es para otro momento”. Cesc es un director que representa también muy bien a otra generación: lo ha demostrado desde En la ciudad hasta en Una pistola en cada mano. No menosprecio vuestra capacidad para entender la película, por supuesto. (Risas). Estoy seguro de que sois mucho más maduros y más inteligentes que yo, pero de largo. Simplemente quería subrayar que algunos problemas quedan más cercanos según a qué edades.

2.- ¿Por qué crees que en general siempre sueles interpretar a una buena persona?

En esta película creo que eso era casi inevitable. Pero el personaje de Ricardo también es un buen tipo, lo que pasa es que es una persona más valiente. Afronta esto con un valor que cuando lo ves, como espectador dices: “Joder, cuando me toque a mí ayudar a alguien que pase por ese trance, lo intentaré hacer lo mejor posible”. Creo que esta película nos va a ayudar a muchos en ese aspecto. Va a servir para que nos digamos: “Cuando alguien está en este momento, necesita mucha ayuda, e igual la ayuda es escuchar, igual la ayuda es decir: “Vámonos de copas. ¿Qué te apetece? ¿Un gin-tonic? Te vas a tomar el mejor gin-tonic del mundo. Ven conmigo””. Un buen amigo a veces no es una persona que te dice: “No, tal, vamos a llamar a tu…”; sino aquella que propone: “Vamos a estar aquí tranquilos. A fumarnos un cigarro. Vamos a poner esa música que nos gusta”. E igual ese es el mejor día de su vida.

Creo que en esta película Cesc deja una puerta abierta a cada uno de los espectadores. Eso me encanta, porque el espectador completa la película, por eso hablaba un poco de una generación y de gente que puede haber tenido muchos problemas y a la que, de repente, esta película le va a calmar, le va a hacer sentir que ha hecho las cosas bien. O al contrario, le va a servir para pensar: “Tenía que haberlo hecho mejor. Aquella vez no me tenía que haber asustado tanto. Tenía que haber estado más atento, tenía que haber ido más a ver a esa persona, tenía que haberla visitado más. Ahora ya no está…y duele”. Por otro lado, esta película no es un material hecho expresamente para emocionar. La última escena es muy seca. Imagínate esa misma escena en manos de otro director.

3.- Aún así, creo que esa escena es muy emotiva.

Sí, pero eres tú te emocionas. No se fuerza nada: aparece Dolores desenfocada atrás, aguantando. El otro dice: “Este es el papel de no sé qué (…). Hasta luego”. Ese final es muy vasco. Muy vasco-catalán. (Risas). No le echamos azúcar a la escena. Lleva el que ya tenía. Creo que en eso Cesc es muy fino: el principal logro de la película es el punto de vista desde donde Cesc la dirige, la forma en la que logra esa combinación de tonos tan complicada. Cuando ves a un director que ha escrito algo con un tono especial, con escenas que te hacen cierta gracia, que te hace decir: “Qué par de payasos. Claro, estos se conocen de hace mucho”, sabes que tienes algo bueno entre manos.

4.- Uno de los aspectos más interesantes de Truman es el respeto de tu personaje hacia el de Darín y hacia las decisiones que este toma. También me interesa mucho saber cómo habías trabajado la escena íntima con el personaje de Paula (Dolores Fonzi).

Creo que toda la película parte de ese tipo de escenas, porque ese es el momento en el que por fin los dos se liberan. En la vida real se daría en los chistes que se pueden contar en un tanatorio, o cuando de repente, después de aguantar cinco meses y no haber llorado la muerte de tu padre, un día estás viendo una película, estás sonriendo, y sin previo aviso, te rompes.

Hay un capítulo de Louie., una serie fantástica, por cierto, en el que al protagonista le pasan una serie de cosas y tú te dices: “Ha pasado por cosas muy tristes, y el tío está ahí aguantando y aguantando. ¿Cómo lo hace?”. Y de repente se rompe por una tontería. En la vida pasa igual. Estás aquí, después de un suceso trágico, y ves a gente muy entera que habla de la pérdida de un familiar cercano con serenidad, y dices: “¿Cómo puede hablar así de tranquilo? ¿Cómo puede hablar si quiera”. La ruptura llegará después.

A mí una chica me dijo que eso la pasó: “Follando con mi pareja, de repente nos entró un no sé qué, y después de irnos, me eché a llorar”. Eso pasa porque te abres, después de haber agarrado tus emociones durante tanto tiempo.

5.- Cesc Gay comentaba que esta película podría ser considerada también como un estudio de los hombres, o de la idea de hombre. ¿Estás de acuerdo?

Creo que no podemos generalizar, porque somos de muchas formas. Pero sí es verdad que Cesc, en ese sentido, disecciona muy bien el alma masculina. Yo le estaba diciendo ahora que tiene que volver, como En la ciudad, a tener un protagonista femenino, como Mónica López o como Pujalte. Y tiene muchas ganas porque dice que está harto ya de hombres. Pero claro, ha hecho tres películas (Ficción, Una pistola en cada mano y Truman), en el que evidentemente ha recorrido desde los primeros amores, los amores que no funcionan, el amor total hasta llegar de repente a la muerte. Entonces creo que es bueno que sienta que tiene que empezar de nuevo. Ha cerrado un ciclo, una especie de trilogía sobre la vida de los hombres.
©Maialen Rodriguez

6.- ¿Crees que es difícil realizar ese retrato? ¿Es habitual verlo así en el cine?

En general, cinematográficamente, a la mujer se le ha conectado mucho más con la emoción. En las películas, se ha explotado mucho más el alma femenina en ese sentido: aunque en esos mismos films los protagonistas fueran hombres, era ella la que sobrellevaba la emoción y el hombre se mostraba mucho más seco, más frío. Y Cesc, en cambio, apuesta por decir que aquí corazón tenemos todos, que somos todos muy frágiles, pero que muchas veces nosotros lo enseñamos de unas formas muy concretas que pueden ser patéticas, muy divertidas o incluso terribles. Creo que está cansado de los hombres, y que la siguiente la escribirá para ser protagonizada por chicas.

7.- ¿Podrías hablarnos de la que de alguna forma es la presentación de tu personaje: esa primera escena de encuentro entre vosotros, en la que tú llegas y abres la puerta del piso?

Esa primera escena es muy seca pero también muy divertida. Originalmente era algo así como: “Disculpe, ¿sabe dónde vive el tío no sé qué?”. No pudimos hacer esa escena. Tú de repente te has cruzado medio mundo, que la persona a la que vas a ver no sabe que vas, que has estado hablando con su prima, que te ha dicho: “Se está muriendo. Le quedan dos meses. Ven ya o no lo vas a ver”. Encima hay una escena en la que mi personaje le dice al de Ricardo: “No, si la culpa la tiene mi mujer, que me dijo que viniera, que si no, que me iba a arrepentir, que te iba a echar de menos…”. Y eso lo dice de verdad: “Mi mujer me ha obligado a venir, porque yo no quería”. Cuando tú dices esa cosa de verdad no lo haces normalmente con la cabeza bien alta, sino como mirando por la ventana. Muchas veces se disimula: “No, tengo un poco alto el azúcar, pero es una tontería”. O “me encontraron un bulto, pero nada, no es nada”. Los tíos muchas veces no nos sabemos enfrentar a las cosas. Quizá las mujeres nos han protegido mucho.

8.- ¿Cómo trabajaste un personaje tan contenido?

Sobre todo, desde el respeto. Hay una cosa fundamental que me dijo Cesc un día sobre mi personaje: “Mira, Javier, estás deseando irte. Has llegado, has visto a tu amigo, y ya te quieres ir. Él se va a morir, ya está. Tú te quieres ir con tus hijos. Has venido y has dicho: “¿Qué coño hago aquí? Mi amigo está hecho polvo, ha tomado una decisión, se quiere morir. Márchate””. Mi personaje lo dice varias veces: “Mañana. Pasado. Me quedan dos días”.

Por otro lado yo me preguntaba: ¿Desde dónde enfoco cada escena? Porque mi personaje está ahí, no dice nada, y cuando habla, ¿desde dónde lo hace? Hay un momento en el médico en el que Ricardo dice: “Oye, llevo un año enfermo y tú acabas de llegar. Cállate. Quédate conmigo, acompáñame cuatro días, llévame a comer y vamos a disfrutar”. Hay un momento en el que mi personaje se quiere marchar. No aguanta más. Ha cerrado una puerta de una casa encantadora y ha dejado atrás a dos niños y a una mujer a la que quiere. Mi personaje ama a este tipo, pero no quiere y no aguanta mirar a la muerte. Nos pasa a todos.

El personaje de Ricardo si da la cara; mientras que el mío intenta evadirse. “Vamos a comer, ¿no?”. Y el otro: “No, espera, que te he preguntado que qué has aprendido de mí. ¿Qué piensas de mí? ¿Cómo me ves?”. Y yo: “-Bueno, vamos a desayunar primero. -No, te estoy preguntando. ¿Qué has aprendido de mí estos años? ¿Soy tu mejor amigo o no? –Quiero un café primero. -Vale, gracias, tío, me ha merecido la pena que vengas”. Mi personaje está desubicado todo el rato.


A nadie le gusta que le pongan en esa situación. Que te metan en una habitación y te digan: “Mira, me voy a morir”. ¿Cómo reaccionarías si te pasara eso? Cuesta. Y el personaje de Ricardo lleva un año viviendo con eso, mientras que el mío lo sabe, pero acaba de llegar. Ante una situación así, la contención viene sola: te tienes que callar. Porque todo lo que digas será utilizado en tu contra. “Quiero desayunar”; y el otro te puede responder: “¿Cómo eres así de hijo de puta como para decir que quieres desayunar? Te estoy preguntando algo importante”. La película decidió ir por esa combinación de tonos. Con la historia de dos amigos que se conocen, Cesc podría haber querido que uno dijera: “Ah, un cafecito primero para destensar, ¿no?”. O plantearlo desde un lado más dramático, la película podría haber presentado a dos personajes que se dicen: “¿Te apetece tomar un café? -¿Que si me apetece tomar un café? ¡¡Me estoy muriendo, coño!!”. Pero Cesc tenía a un personaje que acaba de llegar, que no sabe cómo comportarse y que lo mejor que puede hacer es, simplemente, estar allí. 

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