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sábado, 14 de noviembre de 2015

Críticas: Una pastelería en Tokio

8/10
An (Japón, 2015)
Dirección: Naomi Kawase.
Intérpretes: Kirin Kiki, Miyoko Asada, Etsuko Ichihara, Miki Mizuno, Masatoshi Nagase, Kyara Uchida.
GuiónNaomi Kawase, sobre la novela de Durian Sukegawa.
Música original: David Hadjadj.
Fotografía: Shigeki Akiyama.
Montaje: Tina Baz.
Idioma: Japonés.
Duración: 129 minutos.


A nadie le amarga un Dorayaki

Por Alberto Gallardo

Basada en una popular novela y ganadora del premio a la mejor dirección en la pasada Seminci de Valladolid, Una pasteleria en Tokio es un agradable, melancólico y tierno melodrama humanista con la repostería como metáfora vital, que supone un giro hacia un lirismo más accesible en la filmografía de su directora, la japonesa Naomi Kawase, que hace sólo un año estrenaba en nuestro país Still the Water (Aguas tranquilas).

Criticada por abrazar convencionalismos e incluso acusada de cursi en su presentación en la sección 'Un Certain Regard' del último Festival de Cannes, la película es sin embargo una reivindicable oda al optimismo y una vitalista celebración de la existencia, que propone la comunión del ser humano con el entorno y la contemplación de los pequeños placeres como elementos para huir del estrés de la vida urbana en nuestra atareada sociedad hipertecnológica, que a menudo nos impide discernir los asuntos verdaderamente importantes.

Esta apuesta por el regreso a las esencias vitales como bálsamo a los sinsabores del presente y como elemento que redime de un pasado traumático, reúne a tres personajes a los que les falta algo que los otros poseen: una anciana enferma con gran talento para la repostería, el encargado de una tienda de dulces japoneses y una taciturna adolescente que acude de forma habitual al establecimiento. De su complementario encuentro, surgirán inesperadamente las soluciones a sus carencias.

Kawase mueve con habilidad a lo largo del filme a sus criaturas hacia la reconciliación con sí mismos y con los fantasmas de su pasado. Lo hace por medio de un ritmo pausado, que permite la reflexión pero nunca fatiga. Sus sugerentes imágenes son una caricia para los ojos y de sus personajes va surgiendo candor a medida que conocemos pequeñas pinceladas de sus tormentos interiores.

Con un reparto magnífico, liderado por la veterana y entrañable protagonista Kirin Kiki y una luminosa fotografía, la película engancha a pesar de recurrir en exceso a un simbolismo lírico tan obvio como accesible. Se agradece eso sí, su pertinente denuncia del trato recibido (en un pasado no tan lejano) por las víctimas de una enfermedad tan virulenta como la lepra, quizá el asunto más amargo que aborda un filme cuyo tono general es tan dulce como los apetecibles dorayakis que preparan en la pastelería del título.



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