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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Críticas: Ocho apellidos catalanes

3/10
Ocho apellidos catalanes (España, 2015).
Dirección: Emilio Martínez-Lázaro.
Intérpretes: Dani Rovira, Clara Lago, Karra Elejalde, Carmen Machi, Berto Romero, Belén Cuesta, Rosa María Sardà.
Guión: Borja Cobeaga, Diego San José.
Música original: Roque Baños.
Fotografía: Juan Molina.
Montaje: Ángel Hernández Zoido.
Idioma: Español, catalán, euskera.
Duración: 100 minutos.


La fórmula del éxito

Por Sofia Pérez Delgado
(La película del día)

Los motivos por los que hace dos años Ocho apellidos vascos se convirtió en la película española más taquillera de la historia darían para un estudio sociológico interesante, pero en el que ahora no corresponde ahondar. Baste decir que es un filme que supo conectar con el público precisamente por pensar en esos espectadores potenciales sin más pretensiones que la de hacerles reír, principalmente de sí mismos y de lo que conocen. Las razones para realizar una apresurada segunda parte de aquel fenómeno tan reciente sí tienen una raíz clara: Ocho apellidos catalanes irrumpe en el panorama dispuesta a repetir el triunfo económico de su predecesora.

La acción se traslada a Cataluña cuando Amaia (Clara Lago), que ha roto con Rafa (un Dani Rovira cada vez menos actor y más él mismo) se compromete con su nuevo novio, Pau, un artista snob de Girona. Al evento se trasladará toda la familia, lo que dará lugar a una sucesión de enredos. Si se le criticaba a Ocho apellidos vascos no innovar ni arriesgar en sus planteamientos, con un humor limpio y muy local, pero que, al tiempo, compartía los convencionalismos universales de la comedia romántica, Ocho apellidos catalanes da incluso un paso (o varios) atrás: Borja Cobeaga y Diego San José reproducen con menos gracia los mismos chistes de la anterior, que aún están demasiado recientes como para que las referencias resulten curiosas o simpáticas. Más bien es un conjunto cargante (el momento de los apellidos es bochornoso) que tiene algún momento aislado inspirado.

El juego de tópicos de los distintos caracteres españoles, que era la razón de ser de la primera película, aquí queda reducido a un sainete en torno al tema (tan de actualidad) de la independencia catalana con ecos (salvando todas las distancias) al relato que configuraba Good Bye Lenin! (2003); pero tratado desde una simplificación absurda para alguien de la inteligencia de Cobeaga, que ha sabido lidiar con temas tan delicados como el terrorismo en trabajos como Negociador (2014). Una tosquedad que se corresponde también con la factura técnica. Emilio Martínez-Lázaro es un director funcional, puramente distante e impersonal, pero que en Ocho apellidos vascos jugaba bien y con buen ritmo con los elementos que tenía. Aquí sin embargo el confuso montaje ofrece una colección de aleatorios zooms, primeros planos, ralentíes… todo ello acompañado por la descriptiva y a la postre molesta banda sonora de Roque Baños, una de las nuevas incorporaciones.

No le podemos pedir a un filme de estas características más de lo que es, pero sí un mejor tratamiento general. Lo que más lastra la cinta es la falta de una historia real, más allá de una premisa que se antoja arbitraria (y de la manida trama alrededor de una boda), y de nuevos personajes creíbles. Las secundarias Rosa María Sardà y Belén Cuesta tienen un peso cómico importante, y lo llevan dignamente, pero el guion no las trata bien, mientras que Berto Romero está igual de definido que un meme, y su relación con Clara Lago es absolutamente inverosímil. Ante esto, mejor refugiarse en los viejos conocidos, el Koldo de Karra Elejalde y la Merche de Carmen Machi, que vuelven a adueñarse de la función en cada escena en la que aparecen (que por suerte, son bastantes).

Ocho apellidos catalanes no es una película, o al menos un producto cinematográfico cuidado, ni funciona como secuela, porque no es una continuación, sino una reiteración. Y como tal, parece construida a base de aquello que enunciaban los detractores de Ocho apellidos vascos: es un sketch alargado, la insistencia en la misma broma, el intento de reproducir una fórmula que funcionó muy bien, pero que, ya desgastada, da un resultado trasnochado, cañí, y con bastante malasombra. 



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