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martes, 4 de agosto de 2015

Críticas: Tres hermanos y una herencia

2/10
Les trois frères, le retour (Francia, 2014)
Dirección: Didier Bourdon, Bernard Campan, Pascal Légitimus.
Intérpretes: Frédéric Dorkel, Jason François, Mickaël Dauber, Moïse Dorkel, Philippe Martin.
GuiónDidier Bourdon, Bernard Campan.
Música original: Olivier Bernard, Didier Bourdon.
Fotografía: Pascal Caubère.
Montaje: Jeanne Kef.
Idioma: Francés.
Duración: 106 minutos. 


Gabachada vetusta

Por Ricardo González Iglesias

Si Tres hermanos y una herencia fuera una película de cine español, estaríamos ante una secuela fuera de tiempo y forma del género conocido como españolada. Pero como el film proviene del otro lado de los Pirineos, nuestra cartelera se presta, seguramente por obligación contractual, a mostrar esta comedia de brocha gorda, de humor alocado y que carece de la poca gracia que tenía su predecesora Tres hermanos… muy primos (Les inconnus, 1995).

Un humor alarmantemente simplón, trufado en algunos momentos de superados gags racistas y clasistas de dudosa gracia ya, es el corpus del trasnochado gracejo que despliega este reconocido grupo cómico francés, de éxito incontestable en la década de los 90, y reunido de nuevo para perpetrar Tres hermanos y una herencia. En vista del resultado obtenido, el parón autoimpuesto hace unos años les ha dejado en la cuneta del gusto cómico actual. Porque aunque todo está permitido en la comedia, y cuanto mayor sea el exabrupto y menores los ambages políticamente correctos mejor para la salud del humor insurrecto, Tres hermanos y una herencia demuestra que la combinación anacrónico-burguesa de costumbrismo, superficialidad, humorada gruesa y picaresca ya no funciona, o no al menos en el descolocado tono propuesto por Les inconnus.

El tufillo a alcanfor que transmite invita al incauto espectador que busque una sonrisa en las calurosas tardes de verano a huir de Tres hermanos y una herencia, a riesgo de terminar penetrando en el oscuro agujero espacio-temporal de un producto cinematográfico cercano a la recalcitrante caspa de películas del cine patrio, nacidas vetustas y abochornantes bajo el amparo o la justificación de algunos de nuestros cómicos de éxito incuestionable, como Aquí huele a muerto… (¡pues yo no he sido!) (Álvaro Sáenz de Heredia, 1990) o Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera (Álvaro Sáenz de Heredia, 1996). Al menos Martes y 13 o Chiquito de la Calzada contaban con la entrañable identificación y comprensión del público a un cutrerío cinematográfico muy nuestro, suficientemente atroz como para, además, tener que cargar con reliquias del vodevil francés.



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