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miércoles, 5 de agosto de 2015

Críticas: Circuito cerrado

6/10
Uklad zamkniety (Polonia, 2013).
Dirección: Ryszard Bugajski.
Intérpretes: Janusz Gajos, Kazimierz Kaczor, Wojciech Zoladkowicz, Robert Olech, Przemyslaw Sadowski.
Guión: Miroslaw Piepka, Michal Pruski.
Música original: Shane Harvey.
FotografíaPiotr Sobocinski Jr.
MontajeIrena Siedlar
Idiomas: Polaco, inglés.
Duración: 80 minutos.


Los lobos de Polonia

Por Irene Galicia

A principios de este siglo, en la ciudad polaca de Gdansk, tres empresarios crearon una exitosa empresa, llamada Navar. La empresa y los beneficios generados atrajeron la atención de un gran número de codiciosos peces gordos que formaron una alianza secreta para expulsar a los hombres de negocios fuera de su propia compañía, acusándolos de blanqueo de capitales; los encerraron en la cárcel y se hicieron cargo de la empresa como accionistas, pulverizando el honor de los tres emprendedores. De este modo, tratados como peligrosos delincuentes y sorteando condiciones infrahumanas comenzaron una lucha en contra de la corrupción administrativa local a fin de descubrir la verdad y restablecer su reputación.

Este argumento digno del mejor le Carré, es en realidad una historia basada en hechos reales y convertida en una denuncia directa a la corrupción existente en algunos miembros de las administraciones de su país. El estado de gracia del cine político inspirado en hechos reales dice mucho del nivel de descomposición de sus sociedades, y algo todavía más importante: evidencia la capacidad del arte para denunciar esa corrupción a la vez que genera un relato emocionalmente atractivo. El veterano realizador Ryszard Bugajski, que a lo largo de su carrera llegó a sufrir incluso las presiones comunistas, conoce bien los hilos que mueven las instituciones públicas y cómo lo hacen.

El thriller desarrolla una inquietante atmósfera desde el inicio. El secreto reside en no presentar todos los detalles argumentales desde el principio, sino dejar que el espectador los vaya desgranando mientras las verdaderas motivaciones de los personajes se mantienen en la sombra. Su realizador pone al descubierto los engranajes más salvajes de quienes son capaces de usar con total impunidad todos los mecanismos a su disposición, mientras que los que se interponen en su camino se convierten en insectos susceptibles de ser aplastados. Esta dualidad entre depredador y presa es tan real y la conocemos tan bien que paradójicamente resulta más verosímil en un relato de ficción.

Sin grandes florituras técnicas ni de guion, el realizador sabe crear tensión y mantenerla, aunque quizá a algunas de las tramas se les da carpetazo con demasiada facilidad o se eche de menos algo más de contenido en el desenlace que indique el destino de los personajes. Pero a pesar de sus pequeños desaciertos, estamos ante un buen filme que apunta directamente a los culpables de utilizar las instituciones públicas para su beneficio personal. Circuito cerrado está tan arraigado a la realidad contemporánea que incluso parece explicar lo que sucede en la actualidad mediante la narración de su pasado, y confirma dos cosas: que los mecanismos de funcionamiento del mundo capitalista eran los mismos antes de la gran burbuja y que en nuestros días es aconsejable tenerle más miedo a una corbata que a un Kalashnikov.




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