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sábado, 13 de septiembre de 2014

Crítica: Boyhood

7/10
Boyhood (Estados Unidos, 2014).
Dirección y guión: Richard Linklater.
Intérpretes: Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Lorelei Linklater, Elijah Smith.
Fotografía: Rodney Becker, Shane F. Kelly.
Montaje: Sandra Adair.
Idiomas: Inglés, español.
Duración: 165 minutos.



Aquellas fotografías

Por Sofia Pérez Delgado


“Patience and timing… Everything comes when it must come. A life cannot be rushed, cannot be worked on a schedule as so many people want it to be. […] We just pass through different phases. There is no end. Humans have many dimensions. But time is not as we see time, but rather in lessons that are learned.”
(Brian Weiss)

Estamos acostumbrados a ver crecer y madurar a personajes de sagas cinematográficas y series de televisión. Cuando este proceso tiene lugar en una película, se recurre a diferentes actores o a maquillaje, soluciones no siempre satisfactorias. También hay muchos trabajos audiovisuales que han tratado diferentes etapas de la infancia y la adolescencia. Lo que hace extraordinaria (entiéndase como “no habitual”, que no única) a Boyhood, el proyecto rodado en 39 días repartidos a los largo de 12 años de Richard Linklater, es aunar estos dos aspectos en el ámbito de un solo filme; la coherencia y la constancia que supone concentrar a los mismos actores para interpretar un único papel en un período de tiempo tan extenso, y reducirlo a las cerca de tres horas de duración. La percepción del tiempo y de la imagen que tiene habitualmente el espectador se va a ver completamente alterada. No es de extrañar que Mason, el protagonista interpretado por Ellar Coltrane, acabe descubriendo su vocación en el medio fotográfico, ya que supone metáfora de la captura existencial que ha hecho Linklater.

Boyhood es un trabajo de proporciones (y pretensiones) máximas. No tendría sentido negarlo, ya que su propia concepción es la de realizar algo nunca hecho antes. Linklater es perfectamente consciente de que está alcanzando un hito, y al mismo tiempo contando algo fundamental, y no lo oculta. No nos equivoquemos, Boyhood es una película grande disfrazada de película pequeña, y no al revés. En apariencia, es la historia indie de una familia en Texas, desestructurada tras el divorcio de los progenitores, interpretados por el actor fetiche de Linklater Ethan Hawke como padre (excesivamente) cool, y Patricia Arquette como sufrida madre. Esto supondrá la base para asistir al proceso de madurez de los dos hijos de la pareja, Samantha (Lorelei Linklater, hija del director), y el pequeño Mason. 

La ficción en Linklater muchas veces tiene carácter documental, en el sentido de observar la realidad y dejar que las cosas sucedan ante la cámara, mientras las conversaciones son en parte improvisadas por los actores, convertidos en espontáneos guionistas. Esto crea en ocasiones un exceso de diálogo, restándole las palabras fuerza a la imagen. Pero en conjunto, Boyhood es una película que fluye con una naturalidad propia de la vida real, gracias al uso magistral de la elipsis y la introducción de elementos correspondientes a la situación política y social, así como a la cultura popular, de cada etapa que muestra. Guiños como los de Harry Potter o Star Wars resultan muy frescos precisamente porque no son una recreación, sino que en el momento en que se rodaban, eran la máxima actualidad. Es por eso que Boyhood es pasado, a la vez, presente continuo.

Linklater vuelve a centrar su interés en la juventud, como hizo a principios de su carrera (y que nunca ha abandonado del todo), dedicándole a esta fase la mayor atención. Es como si toda la primera parte de la película fuera de transición, a la espera de que llegue la adolescencia, que es el período determinado que le interesa. Algo parecido ocurría en El árbol de la vida (2011), en la que toda la parafernalia existencial de Terrence Malick parecía una excusa para hablar de lo que realmente quería, que era la niñez. Linklater, al contrario, pasa por encima de la niñez, como si esos años no fueran tan fundamentales en la vida y la personalidad, algo sin duda muy subjetivo y parcial.  


Y es que Linklater tiene una propia historia entera en la cabeza, y de ella va soltando retazos. Es su razón de ser la que sesga la trascendencia que quiere y no puede alcanzar. Boyhood es un conjunto de momentos únicos e irrepetibles, junto a otros algo forzados para la evolución de la historia, aspectos dramáticos que no tienen la influencia que deberían, evoluciones e involuciones un tanto aleatorias, e instantes más o menos relevantes que se queda en fuera de campo narrativo. Una película tan irregular como pueden ser las sensaciones, los sentimientos, los recuerdos… o las fotografías que repasamos para comprobar cuánto hemos cambiado con el tiempo.  



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