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jueves, 24 de abril de 2014

Pompeya

2/10
Pompeya  (EE.UU., 2014). 
Dirección: Paul W.S. Anderson.
Intérpretes: Kit Harington, Emily Browning, Kiefer Sutherland, Jared Harris, Carrie-Ann Moss, Adewale Akinnuoye-Agbaje. 
Guión: Janet Scott, Lee Batchler, Michael Robert Johnson.
Música original: Clinton Shorter
Fotografía: Glen MacPherson.
Montaje: Michele Conroy.
Idioma: Inglés.
Duración: 105 minutos.


Carpe Diem

Por Luis López

La tecnología sin historia no sirve de nada. Los efectos visuales y el ingenio técnico si no están al servicio del guión son fatuos. Como un Vesubio de cartón piedra en la típica feria de ciencias de un colegio norteamericano. El resultado de Pompeya es un volcán muy caro. Nada hay de original. Un buen 3D. Eso es todo. Sólo las citas de Plinio el Joven al inicio del metraje consiguen hacernos creer en uno de los episodios más dramáticos del Imperio Romano. Las películas históricas deberían ser al menos emocionantes.

Pompeya arrastra el manido argumento de bárbaro héroe vengativo, Kit Harrington, del cual se enamora la hermosa y rica hija de un mercader, Emily Browning. Como contrapunto a ambos un senador romano, Kiefer Sutherland. Todos reunidos en la arena del anfiteatro de Pompeya bajo el ojo del Vesubio. Así de planos son los personajes, tan previsibles como el propio volcán. El cine de catástrofes tiene el lastre de saber qué es lo que indefectiblemente va a ocurrir, así que el factor sorpresa de los giros narrativos está muy limitado a lo que los guionistas hagan brillar a los actores. Y aquí no hay brillo. Ni un amago.
Cuando los buenos son muy buenos y los malos muy malos se pierde humanidad. En los extremos puros del blanco y el negro no hay espacio para el gris. Sin esos matices el resultado es artificial como un volcán de cartón piedra. Todo parece ajeno y no se crea ningún lazo de empatía o afecto con los personajes, que parecen meros espectadores, puestos ahí para que veamos la tragedia desde una escala humana. Se impone entonces el recurso de buena fotografía, efectos, música, vestuario, ambientación para salvar lo insalvable. Y tienes que fijarte en eso para no levantarte de la butaca.


Para recrear digitalmente este episodio hubiera bastado con encargar el proyecto a una universidad con recursos económicos. De la mano de un profesor apasionado y sus becarios habría en la pantalla más empeño, dedicación y cariño para transmitir Pompeya. Si algo nos enseña esta producción es a aprovechar el tiempo. A no malgastarlo en aquello que no merece la pena. Porque cualquier día podría ser el último. A todos nos llega nuestro Vesubio.



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