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viernes, 11 de abril de 2014

La imagen perdida

8/10
L'image manquante (Camboya-Francia, 2013).
Dirección y guión: Rithy Panh.
Música original: Marc Marder.
Fotografia: Prum Mesa.
Montaje: Rithy Panh, Marie-Christine Rougerie.
Idioma: Francés.
Duración: 92 minutos.



Lo irrepresentable

Por Sofia Pérez Delgado
(La película del día)


En el cine documental hay una cuestión fundamental a la que se deben enfrentar los realizadores: cómo mostrar lo irrepresentable. Irrepresentable no sólo en el sentido de que no se conserven imágenes, algo que se puede resolver de forma más o menos creativa. Nos referimos aquello que, literalmente, no se puede representar, no se puede ver, porque implica un horror inconcebible. ¿Hasta qué punto es ético enseñar (o no hacerlo) determinadas monstruosidades? Parece necesario conservar cierto pudor y buscar caminos intermedios que respeten determinados tabúes visuales. En la famosa crítica que hizo Jaques Rivette de Kapo de Gillo Pontecorvo en Cahiers du Cinéma, titulada De la abyección, afirmaba que “hay cosas que no deben abordarse si no es con cierto temor y estremecimiento”. Acusaba Rivette a Pontecorvo de falta de ese pudor que mencionábamos a la hora de mostrar algo como la muerte. Como autor, hay que ser sensible a ciertas convenciones y no recrearse en la barbarie. Lo fundamental en una película, declaraba Rivette, es “el punto de vista de un individuo, el autor […] y la actitud que toma dicho individuo con respecto a lo que rueda, y en consecuencia con el mundo y con todas las cosas”.

El documentalista camboyano Rithy Panh ha tratado en numerosas ocasiones en sus películas una de las épocas más dramáticas de su país, la dictadura de los Jemeres Rojos entre 1975 y 1979. En estos años tuvo lugar un genocidio en Kampuchea Democrática (nombre por el que se conocía entonces a Camboya), así como el exterminio del urbanismo y la burguesía, y de la clase intelectual, estableciendo un sistema fundamentalmente agrario. Panh vuelve a retratar la situación, que él mismo vivió en primera persona, en La imagen perdida, su último trabajo. Encarnado por la voz de un narrador único y constante, Panh lanza una durísima (y en ocasiones cínica) mirada hacia el régimen comunista totalitario de Pol Pot, buscando una manera de enfrentar las imágenes propagandísticas del mismo, enseñando la cara de la moneda que quedaba oculta. Pero el director no posee esas estampas, nadie las tiene, y aunque las tuviera, no se atrevería a mostrarlas. Por ello, opta por una solución de lo más insospechada: recrear la situación mediante rudimentarias figuras de arcilla. Pahn escenifica los trabajos forzados, las torturas, las hambrunas, etc. con las expresivas (y expresionistas) figuras, casi los únicos protagonistas visuales de la cinta junto con las imágenes de archivo.

Vivimos en una sociedad iconódula, y aún más, escéptica, en la que la que la sentencia de “si no lo veo, no lo creo” parece ser el principio imperante. El espectador realmente quiere sentirse implicado en cierta manera en lo que se está contando. Y hay cosas que son necesarias de ver, aunque te hagan sufrir. Sin embargo, existen algunos temas que pueden ser matizados. Citando de nuevo a Rivette, “hacer una película es, pues, mostrar ciertas cosas, es al mismo tiempo, y mediante la misma operación, mostrarlas desde un cierto ángulo, siendo esas dos acciones rigurosamente indisociables”. Esto puede considerarse una ofensa contra la fidelidad histórica de lo que se pretende contar, pero por otro lado, manifiesta la capacidad del cine para reconstruir su propia narración. Panh está convencido del poder trasformador del medio audiovisual para crear un mensaje que actúe a modo de recordatorio. Las películas serán sólo una visión parcial de eventos sucedidos, pero sin ellas, no tendríamos ni siquiera esa perspectiva. “Si alguno de nosotros ve estas cosas o las pasa, entonces tiene que vivir para contarlas”, afirma Panh en la película. La única obligación moral del cineasta, es no olvidar. 

La imagen perdida también entronca con una corriente actual de cine autobiográfico, no tanto de exaltación del yo como de terapia personal frente a los traumas del pasado. Panh trae sus recuerdos a la actualidad para convertirlos en pensamientos. Somos testigos de su intento de rescatar los restos de lo que le arrebataron, la niñez cinéfila y musical que vivió junto a su familia, a la que mira con añoranza. Pero enseguida volvemos de golpe a la realidad para descubrir que lo pasado no se puede recuperar. La intención de Panh por tanto es reconstruir los sufrimientos de su infancia, de manera conscientemente artificial. No en vano, en la película vemos el propio proceso de creación de algunas de las figuras que luego servirán para ilustrar el imaginario del director. Es un cine que nos enseña constantemente su construcción, orgulloso de ello. 

Estamos ante una película estática, como parada en un período determinado de tiempo. No sabemos si Rivette estaría satisfecho con el resultado de este ejercicio de imaginación frente a lo explícito, pero sin duda es el reflejo de una enorme fortaleza y valentía para encarar la tristeza y enfrentarse a un pasado que debe ser recordado. Parece que, al final, Pahn sí ha logrado mostrar algo que parecía irrepresentable: el alma de muchas personas, que ha quedado encerrada en esas figuras, y vivirá en ellas y en esta película para siempre



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