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jueves, 17 de noviembre de 2016

Críticas: La llegada

7/10
Arrival (Estados Unidos, 2016).
Dirección: Denis Villeneuve.
Intérpretes: Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O'Brien.
Guión: Eric Heisserer, sobre el relato de Ted Chiang.
Música original: Jóhann Johánnsson.
Fotografia: Bradford Young.
Montaje: Joe Walker.
Idioma: Inglés, ruso, mandarín.
Duración: 153 minutos.

El lenguaje de la memoria

Por Sofia Pérez Delgado

En los últimos años, han surgido con fuerza algunos trabajos que reclaman ocupar el puesto de la película de ciencia ficción definitiva del nuevo siglo; paradójicamente, son precisamente estos productos los que usan el género como excusa para tratar temas personales, sentimentales o familiares, casi siempre traumáticos, que afectan a sus protagonistas. Algo que no sería necesariamente malo si se asumieran como tal, es decir, como dramas algo afectados sobre el origen y el desarrollo de las emociones incluso en las situaciones más extremas. Lo hemos visto en Gravity (2013) de Alfonso Cuarón, o en Interstellar (2014) de Chistopher Nollan, y ahora en La llegada (Arrival), de Denis Villeneuve, que se puede incluir perfectamente dentro de esta dinámica.

En cualquier ficción que implica la llegada de seres desconocidos a la Tierra, hay una pregunta fundamental que resuena sobre cualquier otra: ¿Qué quieren? Partiendo de esta base, La llegada, basada en el cuento corto de Ted Chiang La historia de tu vida, establece el lenguaje, la comunicación con el otro, como elemento básico de cualquier convenio que pueda establecerse. Un punto de vista diferente al típico enfoque científico que suele predominar en estas historias. Es por ello que la protagonista del filme, Louise (una siempre competente Amy Adams), es una lingüista requerida por el ejército cuando unas extrañas naves aparecen en distintos puntos del planeta.
No deja de ser curioso que un argumento de este tipo lo lleve a cabo alguien como Villeneuve, director reconocido en los últimos años por ser más hábil a la hora de traducir las palabras en imágenes; de este modo, como es habitual, consigue una obra irreprochable a nivel de efectos visuales y sonoros, con momentos de gran intensidad atmosférica. Sin olvidar que muchos de sus logros fueron ya alcanzados por Stanley Kubrick casi 50 años antes, el canadiense no oculta las obvias referencias a 2001. Una odisea del espacio (1968), partiendo desde la misma evidencia de que las naves que llegan a la tierra tienen forma de monolito. También se advierte su influencia en la primera entrada en la nave, en la que destaca el espacio que deja a los silencios y a los sonidos ambientales, utilizando la banda sonora de Jóhann Jóhannsson solo en los momentos adecuados. Mientras que para el prólogo y el epílogo, mucho más sentimentales, se escoge el tema On the nature of daylight de Max Richter, Jóhannsson, probablemente el compositor actual más versátil, realiza una imprescindible composición basada más en secuencias cortas de sonidos disonantes y voces corales que en melodías.

Los extraterrestres de la cinta no conciben el tiempo como algo lineal, sino que entremezclan pasado, presente y futuro; y del mismo modo, tras su contacto con ellos, la cabeza de Louise irá generando imágenes que no dejan claro si son recuerdos, proyecciones o premoniciones… En todo relato que trate cuestiones de saltos temporales, hay que hilar muy fino para que no haya incongruencias en los mismos, o al menos que no sean muy evidentes, y es aquí cuando a La llegada se le notan las costuras; además de una resolución del conflicto con los seres de otro planeta que resulta muy descafeinada en comparación con la importancia que se le da a la configuración de la historia personal de la protagonista.

Por tanto, ¿por qué lo llaman ciencia ficción cuando quieren decir melodrama? En La llegada, el aterrizaje de los extraterrestres sirve simplemente como excusa para desatar un, por otro lado muy emotivo, viaje a través de la memoria y de las decisiones que tomamos, así como de sus consecuencias, lo cual podría (y debería) abrir interesantes debates morales en torno al libre albedrío, que sin embargo quedan en el olvido en favor de una poética a lo Terrence Malick que ni a él mismo le funciona ya.  


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