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viernes, 8 de abril de 2016

Críticas: Cemetery of Splendour

6/10
Rak ti Khon Kaen (Tailandia-Reino Unido-Alemania-Francia-Malasia-Corea del Sur-México-EE.UU.-Noruega, 2015).
Dirección y guion: Apichatpong Weerasethakul.
IntérpretesJenjira Pongpas, Banlop Lomnoi, Jarinpattra Rueangram, Petcharat Chaiburi, Tawatchai Buawat.
Fotografía: Diego García.
Montaje: Lee Chatametikool.
Idioma: Tailandés.
Duración: 122 minutos.



Fiel  a sí mismo
Por Mario Iglesias

El más reciente largometraje del tailandés Apichatpong Weerasethakul -el último que, según sus declaraciones, rodará en su país natal- se asienta sobre una metáfora tan cristalina como poderosa, tan diáfana como subversiva: un grupo de soldados están internados en un hospital militar para ser tratados de una extraña enfermedad del sueño, y sus camas se asientan, a la manera del hotel de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), sobre un antiguo cementerio, de modo que sospechamos que, de la misma forma que en el cuento El almohadón de pluma del escritor uruguayo Horacio Quiroga, las razones de sus dolencias derivan de estar alimentando a otros seres, en este caso seres muertos. Con este punto de partida, en un país como Tailandia en el que dictaduras militares y golpes de Estado han venido sucediéndose con vertiginosa frecuencia (el último de ellos tuvo lugar en 2014), la imposibilidad de una curación en tan fantasmal y alegórico ambiente se convierte en una certeza desde prácticamente los primeros compases del metraje, en el que un mundo de alucinaciones y leyendas va colonizando la cosmovisión de todos sus personajes hasta que nos sentimos no muy lejos de un trasunto de la Comala de Juan Rulfo.

No cabe duda de que Cemetery of Splendour es un genuino producto de su realizador, y a la innegable conexión temática y estética con el resto de su filmografía se le añade la presencia de su actriz fetiche, Jenjira Pongpas, en el papel protagonista de la mujer que atiende a un soldado convaleciente, a la vez que toma contacto con una médium presente en el hospital y que será el vehículo a través del cual se adentre en un mundo espectral en el que toman forma humana tanto personajes legendarios como los mismos soldados que se hayan durmientes a pocos metros estos dos personajes femeninos. Contradiciendo la amable cotidianidad que parece envolverlas en un halo de paz, a la omnipresencia de estamento militar (incluso a través de retratos de antiguos dictadores) se le añade la de los bulldozers que alrededor del sanatorio están llevando a cabo unas obras sobre las que circulan todo tipo de rumores y de camuflados agentes del FBI que intentan reclutar nuevos miembros a toda cosa, conformado un enrarecido ambiente en el que toda lógica se disuelve y la aparente confianza entre los personajes envuelve un demencial estado de cosas. Todo ello sin asomo alguno de estridencia, en una contradicción tan aparatosa que por sí misma describe los oblicuos caminos a los que conduce la militarizada y represiva situación del país.
En aparente rima cromática con los ojos del fantasma que transitaba por El Tío Boomnee recuerda sus vidas pasadas, los tubos que rodean las camas de los convalecientes van adquiriendo unos coloridos tonos que inundan la pantalla e identifican la apuesta fotográfica de Apichatpong, que no se reduce a los tonos neutros en que transcurren las escenas en la que predomina la iluminación natural. La presencia de un protozoo fluyendo libre por el cielo es otro elemento más del mismo universo, en el que las estrictas reglas de la racionalidad han dejado de imperar desde que nos hemos adentrado en él.


Siendo ésta una película cuya remisión a las constantes de su director resulta tan obvia, se echa en falta algún indicio de crecimiento artístico. Si situamos Cemetery of Splendour al lado de obras anteriores de Weerasethakul como Blissfully Yours o Tropical Malady, no encontramos muestras de depuración, perfeccionamiento o audacia: al contrario, el cine del realizador tailandés, a pesar de que su fama mundial parece concederle carta blanca para ello, se va asentando en un evidente conservadurismo, con una fidelidad a sí mismo tan sólida que nos hace sospechar que lo mejor de su obra ya quedó atrás, y ahora tendremos que conformarnos con los rescoldos de su esplendor. En cualquier caso, es imposible desligar cualquier película de sus condiciones de producción y las de ésta que nos ocupa, prohibida en su propio país, no han sido las más favorables para que un autor de talento dé rienda suelta a su capacidad. Tendremos que esperar, pues, a su anunciado exilio artístico en Perú para comprobar lo que tiene todavía que decir este cineasta de tan solo 45 años. 



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