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martes, 13 de mayo de 2014

Atlántida Film Fest: The Selfish Giant

6/10
The Selfish Giant (Reino Unido, 2013).
Dirección y guión: Clio Barnard.
Intérpretes: Conner Chapman, Shaun Thomas, Ralph Ineson, Ian Burfield, Everal Walsh.
Música original: Harry Escott.
Fotografía: Mike Eley.
Montaje: Nick Fenton.
Idioma: Inglés.
Duración: 91 minutos.



Los niños de la chatarra

Por Jorge Marugán 

Uno de los nombres que empiezan a sonar con fuerza en la cinematografía británica es el de Clio Barnard. Lo hace con tan sólo dos largometrajes, siendo el que nos ocupa el segundo de ellos y el primero puramente de ficción, tras el aclamado documental The Arbor. Precisamente Arbor es el nombre del singular protagonista de The Selfish Giant, un niño de trece años con hiperactividad diagnosticada, residente en un barrio marginal inglés junto a su madre y su conflictivo hermano, sin ganas de estudiar y con un único amigo, Swifty. 

Se trata, por tanto, de una nueva muestra de cine social inglés. Barnard se une al grupo de cineastas que, con Ken Loach a la cabeza, no han dejado de mostrar esa cara de la sociedad a la que el Estado es incapaz de dar respuestas. Arbor y Swifty no las encuentran ni en casa ni en la escuela, por lo que terminan llenando su vacío trabajando ilegalmente para un chatarrero.

Centrar la mirada en la adolescencia es algo que ya habían hecho Ramsey (Ratcatcher), Arnold (Fish Tank) o Loach (Sweet Sixteen y sobre todo Kes, la película con la que quizás esté más relacionada), pero esta película contiene suficientes elementos que le dan carácter y personalidad. Empezando por el título, en el que se hace referencia a un famoso relato breve de Oscar Wilde. Como ya hiciera Robert Guédiguian con un poema de Victor Hugo en Las nieves del Kilimanjaro, Barnard actualiza libremente un texto del siglo XIX. Tal vez no sea casual que los cineastas echen la mirada más de un siglo atrás ahora que se están perdiendo gran parte de los derechos sociales conseguidos a lo largo del siglo XX. Sea esa la razón o no, lo cierto es que de tan libre que es esta versión (considero que es más acertado hablar de inspiración), nadie se hubiera dado cuenta de ese origen literario de no estar escrito en el título, puesto que prácticamente nada hay de aquel relato en esta película –sí, hay analogías y  queda alguna metáfora, pero ni el argumento ni la esencia tienen casi nada en común-. De hecho es mucho más lógico acordarse de Dickens que de Wilde. 

La película, contada desde los ojos de Arbor, es más una exposición hiperrealista que una crítica expresa. La directora muestra los hechos y se apoya en cualquier elemento del entorno para contextualizar su historia (el uso del sonido ambiental, los escasos verdes pastos invadidos por la actividad industrial, etc). Un hiperrealismo en el que, sin embargo, también hay cabida para la poesía. Barnard introduce ciertos planos fijos de gran belleza que le sirven para templar el ritmo pero también para sugerir el fatal desenlace. Es destacado el ritmo narrativo que ha pretendido lograr Barnard, quien alterna esos planos reposados entre escenas de montaje frenético (con el que se resalta la hiperactividad de Arbor) en post de una cadencia tan personal como bien medida, todo está armonizado como la disparidad entre la personalidad de los dos amigos –uno nervioso, transgresor, el otro tranquilo, bonachón- que les lleva a ser prácticamente inseparables. Al fin y al cabo es en el dibujo de sus dos protagonistas donde la película encuentra su principal punto de interés, por lo que es lógico que el ritmo esté marcado por ese contraste. Sin embargo, la duración de los encuadres más poéticos pueda resultar algo excesiva.  


Aunque sin la contundencia de otros filmes recientes como Redención (Tyranossaur) de Paddy Considine, el final de este The Selfish Giant también consigue impactar en el espectador y dejarle cierto poso. 

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