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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Relatos cinéfilos: La antipatía en llamas


Por Víctor Garijo
¿Quién me iba a decir esta mañana que el viaje en autobús se complicaría de esta manera cuando perezoso me giré y recibí tus caricias, encontré tus risas y silbé ante la idea de contemplar tus mechas sacudidas por la brisa? Nadie.

Como nadie presagió qué oscuro secreto ocultaba el maloliente hombre del gorro que subió al autobús en la última parada, y se volvió a sentar a mi izquierda.

Ya lo había hecho otras veces y su número equivalía a las ocasiones en las cuales no había despegado sus labios para saludar. Esa clase de sujetos, cabizbajos y quizás sumergidos en un profundo malestar debido a su alergia al champú, nunca hablan antes de las once, cuando por supuesto, el vermut ya se resbala a través de sus venas.  

Le eché un vistazo, rápido y huidizo, —el primero y también el último—, y lo encontré envuelto en un abrigo que sin quizás que valgan nunca haya pasado por un agua y rascándose una barba donde los piojos podrían festejar el día de San Patricio, e incomodo pero queriendo socializar con un hombre que lo estaría pasando mal, —todos tenemos nuestras persistentes luchas y, of course, debemos ser encantadores con todos—, lo invité a un cigarro con mi firme ideal «dos hombres que fuman juntos siempre logran entenderse». Sin embargo como sin piedras en el camino la vida perdería su chispa, Don Limpio no me aceptó el ofrecimiento pero tampoco encontró las palabras para negármelo.

El desgraciado se desabrochó el gabán, abrió la boca y me despeinó.

Con el pelo en llamas descubrí el nuevo límite de la timidez.

Sofocando el incendio utilizando las cortinas decidí que ya no habría nadie con quien compartiese mis cigarros.


Y en ese preciso instante donde los pasajeros bostezaban, comenzó a sonar Thriller. 

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