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lunes, 14 de diciembre de 2015

Sitges Tour

Por Mario Iglesias

Traídas del último festival de Sitges por la distribuidora A Contracorriente Films, a manera de discutible antología, pudieron verse en los Cines Conde Duque Alberto Aguilera tres largometrajes de muy distinta valía, que podríamos agrupar en dos parejas imaginarias por cierto espíritu común a Turbo Kid con, por un lado, The Salvation (con una ubicación, tenue en el primer caso y plena en el segundo, en el género del western) y por el otro, con Bloodsucking Bastards, por el tono desenfadado y hasta gamberro que comparten los dos largometrajes, coherente en cierto modo con la idiosincrasia que este festival ha venido adquiriendo con su apuesta por un cierto tipo de cine fantástico y de terror: aquel que responde a una estética de bajo presupuesto, tramas truculentas y personajes delirantes.

Dentro de estas coordenadas, Bloodsucking Bastards es un producto típico que nos ofrece el relato de una oficina en la que, en coherencia con los tiempos, los trabajadores van siendo vampirizados para mejor contribuir a lo que suele llamarse “un aumento de la productividad”, en este caso unido a la transformación en muertos vivientes. El obvio fondo de crítica al neoliberalismo rampante no consigue darle a la película un excesivo empuje, perdiéndose por el humor más tópico, los crímenes más esperados y el final más convencional, conformando un conjunto del que solo es posible salvar algún efectista chiste. 

Sin grandes alharacas, es mayor el atractivo de Turbo Kid, obra distópica en la que destaca su acertada banda sonora (no en vano fue premiada en el festival) y la complicidad que se establece entre el protagonista y la atractiva robot que acompaña su lucha contra una banda de descontrolados liderada por Zeus, una suerte de macho cabrío semejante a los personajes análogos que creó David Lynch para Carretera perdida y Terciopelo azul. La trama transcurre en zonas desérticas y el paradójico aspecto de lobo solitario que acaba adquiriendo su inocente protagonista, cuyos vínculos con lo que queda de planeta son muy reducidos, conectan esta por lo demás poco estimulante película con el género del western, si bien adaptado a la peculiar textura trash que preside su espíritu. A pesar de sus muchas carencias, nos atrevemos a decir que en Turbo Kid anidan ciertas características que la predisponen para convertirse en obra de culto

Con The Salvation nos encontramos con un film de mucho mayor empaque, un western de convencional argumento y personajes arquetípicos que es capaz de trascender gracias a un magnífico cuidado estético, en el que destaca una saturada fotografía –obra de Jens Schlosser-, plena de un vívido cromatismo en el que brillan con luz propia los paisajes de un inhóspito pueblo listo para transigir con el linchamiento al que serán sometidos dos emigrantes daneses –interpretados por Mads Mikkelsen y Mikael Persbrandt- por el asesinato del criminal hermano del tirano que sojuzga al pueblo. 
Con un fondo de recuerdo del genocidio indígena (el principal antagonista del personaje de Mikkelsen, que interpreta un pétreo Jeffrey Dean Morgan, es definido como “un buen hombre que se volvió loco después de matar a tantos indios”), un uso frecuente de zooms para resaltar los significativos rostros de los protagonistas y un estelar ambiente nocturno en el que el cuidado formal se estiliza hasta el extremo, este western -rodado en Johannesburgo y ambientado en el Wisconsin de 1870- brilla también gracias a la pareja de actores conformada por Mads Mikkelsen, cuyo sobrio y carismático rostro le destinaba a encarnar un personaje con una  trayectoria que está marcada por la violación y asesinato de su mujer en las primeras secuencias, y por Eva Green, que consigue dar vida y credibilidad a otro arquetípico personaje femenino del género, una mujer con el rostro ajado y muda tras haber sido maltratada con sadismo en una época y un ambiente criminales en el que su género ocupaba en el imaginario estadounidense oficial que aquí se pone de manifiesto, un lugar semejante al de los indígenas, los afroamericanos y los inmigrantes. En este sentido, su mudez y la dureza de su mirada ejercen de afortunadas metáforas de un estado de cosas que rebasaba lo insoportable. 

El director, el danés Kristian Levring, procedente del movimiento Dogma, nos muestra hasta qué punto la evolución de los cineastas que conformaron el inicial núcleo de ese grupo de realizadores los ha ido desperdigando por disímiles caminos, aunque todos ellos compartiendo una característica, quizá la principal herencia positiva que podemos detectar en su obra y en la  de Vinterberg o Von Trier: un excepcional cuidado de las formas. 

En el Sitges Tour también se podrá ver el thriller francés La próxima vez apuntaré al corazón. Además, los espectadores tendrán la oportunidad de asistir al preestreno de El regalo, otro film que pasó por el festival.



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