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miércoles, 12 de febrero de 2020

Crítica: Los niños del mar

7/10
Kaijû no kodomo (Japón, 2019).
Dirección: Ayumu Watanabe.
Intérpretes (voces): Mana Ashida, Hiiro Ishibashi, Seishû Uragami, Win Morisaki, Yû Aoi.
Guión: Hanasaki Kino, sobre el manga de Daisuke Igarashi.
Música original: Joe Hisaishi.
Montaje: Carole Kravetz, Aykanian Matt Landon.
Idioma: Japonés.
Duración: 110 minutos.


El mar de la vida

Por Manuel Barrero Iglesias


El cine de animación japonés es mundialmente conocido desde hace ya tiempo gracias -especialmente- a Ghibli, pero hay mucho más en la prolija cosecha nipona. En los últimos años hemos asistido al triunfo -de público, crítico, o ambos- de una buena cantidad de filmes que confirman a Japón como el rey del audiovisual animado. Mamuru Hosoda (Summer Wars o Wolf Children), Mari Okada (Maquia) o Makoto Shinkai (Your Name) son solo unos pocos ejemplos de la buena salud de la que goza. Y ya tenemos nuevo nombre que apuntar a la lista. Ayumu Watanabe, director que hasta ahora ha estado más involucrado en proyectos televisivos, pero que con Los niños del mar nos sorprende con una bella y compleja película.


Deslumbra el comienzo con su tono realista, retratando de forma ejemplar el sufrimiento de la adolescencia. Ese abismo que se abre ante una joven que no encaja entre sus semejantes y cómo esa frustración la puede convertir en lo que se suele reducir como "es una chica problemática". Tras ese inicio brillante, el film toma derroteros que lo llevan hasta el cine fantástico, con la entrada de esos dos personajes que descubrirán un nuevo mundo a la protagonista. El director empieza ahí a entrelazar el drama personal con asuntos de mayor alcance (el ecologismo siempre es un tema recurrente, y la animación japonesa parece encontrar siempre el tono justo para tratarlo).
Esa parte central es quizás la menos brillante, la más repetitiva, teniendo algún momento en el que parece incluso que se va a quedar varada de forma irremediable. Pero para su parte final, Watanabe nos depara una muy agradable sorpresa en forma de explosión formal y conceptual. Es admirable cómo el film se construye a partir de una historia muy particular para llegar a hablar del todo, del universo mismo. Un poco como Malick, pero bien.

Y es que Los niños del mar tiene su punto fuerte en el uso de la animación para ese auténtico festín final. Aunque durante todo el film ya nos asombra su capacidad artística, es en ese desbordante clímax cuando el film despliega todo su poderío visual. Apoyado por la hermosa música de un Joe Hisaishi en plena forma, estamos ante una de las obras animadas más ambiciosas de los últimos años. Y lo más meritorio, saliendo airosa de tal empresa, regalando al espectador algunos de momentos verdaderamente satisfactorios.



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