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lunes, 25 de febrero de 2019

Críticas: Pájaros de verano

7/10
Pájaros de verano (Colombia-Dinamarca-México, 2018).
Dirección: Ciro Guerra, Cristina Gallego.
Intérpretes: Carmina Martínez, José Acosta, Natalia Reyes, Jhon Narváez, Greider Meza.
Guión: Maria Camila Arias, Jacques Toulemonde
Música original: Leonardo Heiblum.
Fotografía: David Gallego.
Montaje: Miguel Schverdfinger.
Idiomas: Wayú, español, inglés.
Duración: 125 minutos.


El precio del poder

Por David Sancho



El narcotráfico es un tema que está de moda en el mundo audiovisual, y el cine mafioso es el que nunca ha pasado de moda. Pájaros de verano une ambas temáticas y le añade algo de exotismo y misticismo.

Se trata de la historia de una familia aborigen colombiana que vive en el desierto de Guajira y que se ve inmersa en el negocio de la marihuana para poder satisfacer las necesidades del pueblo estadounidense en los 70, a la vez que se enriquecen rápidamente. Acostumbrados a vivir de manera modesta, la llegada de tanto poder y dinero hará que sus vidas y costumbres se vean trastocadas, especialmente con la llegada de la violencia.

Culturas con costumbres muy férreas, con códigos morales que hasta el momento parecían inquebrantables y con un modo de vida modesto, tienen que manejar un negocio de millones de dólares. Y el resultado es el mismo que sucede cuando se da en otras culturas o épocas, llegan las traiciones, las desconfianzas y la muerte.
Estructuralmente no dista demasiado de cualquier otra película de este tipo. Se basa en hechos reales y cuenta la historia del ascenso de una familia dentro del negocio de la droga y su descenso a los infiernos. Por lo general, el hecho de utilizar estructuras mil veces usadas suele ser un elemento que genera hastío en el espectador y que resta impacto a las películas, pero en este caso, al estar todo tan bien adornado, la verdad es que se pasa bastante por alto.

Visualmente es una película fascinante, especialmente en sus primeros minutos, y para el espectador que sepa poco acerca de esta cultura, todo resulta misterioso y fascinante. Las costumbres y supersticiones de estos aborígenes tienen un gran peso dentro de la trama y le aportan una riqueza a la película que no se encuentra en otras del mismo género. La película no se occidentaliza en exceso, sigue su propio camino salpicando todo el metraje de folklore del lugar y el resultado es más que satisfactorio.


La película tiene ritmo, respira verdad y consigue entretener al espectador durante sus dos horas de metraje. No es una película que revolucione el género ni mucho menos, pero sí que consigue disfrazarlo lo suficiente como para hacernos creer que estamos ante algo nuevo. Una película que puede disfrutar tanto el amante del cine de género como espectador más pretencioso, lo cual no siempre es fácil.


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