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viernes, 17 de febrero de 2017

Críticas: Jackie

7/10
Jackie (Chile-Francia-Estados Unidos, 2016).
Dirección: Pablo Larraín.
Intérpretes: Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Billy Crudup, John Hurt, Greta Gerwig.
GuiónNoah Oppenheim.
Música original: Mica Levi.
Fotografía: Stéphane Fontaine.
Montaje: Sebastián Sepúlveda.
Idiomas: Inglés, español.
Duración: 100 minutos.

No habrá otro Camelot

Por Sofia Pérez Delgado
En el musical de 1960 Camelot, de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe, el tema final homónimo recuerda con nostalgia: “Don't let it be forgot that once there was a spot for one brief shining moment that was known as Camelot”, refiriéndose a una época y a unos valores ya perdidos. En 1963, la viuda del John F. Kennedy, Jacqueline, dio una famosa entrevista a la revista Life, tan solo una semana después del asesinato de su marido, en la que entre otras cosas, comparó sus dos años de mandato con el musical mencionado, que además era el disco favorito del presidente. Con esa afirmación y la canción citada cierra el chileno Pablo Larraín su primera incursión anglosajona, Jackie, en la que, frente a la imagen pública de la ex Primera Dama, paradigma de elegancia y convertida en icono pop gracias a las serigrafías de Andy Warhol, muestra su lado más humano en un ambiente íntimo en el transcurso de los días posteriores a la muerte de Kennedy. Sin embargo, lejos de la empatía, presenta a una mujer insatisfecha que busca llenar su vacío transformando la Casa Blanca en su hogar de muñecas particular, y su vida de cara al público en un cuento de hadas que realmente nunca existió.

El famoso asesinato del Presidente de los Estados Unidos, del que su esposa fue testigo directo, ya había sido recreado en diversos trabajos cinematográficos, como la miniserie Kennedy (1983); pero mientras que su muerte suele tomarse como punto y final narrativo, Jackie empieza precisamente tras ese momento, apareciendo el propio atentado a mitad de metraje. Ya en su reciente Neruda (2016), Larraín dejó claro que sus biopics no siguen el modelo convencional del género. En este caso su enfoque, sin llegar a ser tan abstracto, no es lejano al del recorrido que realizó Warhol a través de 8 fotografías multiplicadas en 300 pinturas de Jackie, que exponían su tránsito desde su feliz llegada a Dallas, donde iba a tener lugar el funesto crimen, su entereza durante los momentos posteriores al mismo, y su conversión en la viuda de América, compartiendo su dolor con todo el pueblo.
El interés de Larraín no es santificar a Jackie, sino dar a conocer una versión suya menos conocida, configurada a través de diversos flashbacks entre los que destaca el del exitoso Tour por la Casa Blanca, programa televisivo que realizó en 1962. Como ya hizo en No (2012), Larraín rescata y recrea imágenes de archivo reales, las cuales evidencian la importancia de la publicidad y los medios de comunicación en las campañas políticas. En el caso de Jacqueline, el programa le sirvió para ganarse el cariño de los ciudadanos de a pie y crear una estela de influencia que va mucho más allá de su estilo o su moda. Lo cual no deja de ser curioso para una figura que desprendía más esnobismo que cercanía, más altanería que llaneza. Los igualmente warholianos  primeros planos inciden en este aspecto, así como la poderosa interpretación de Natalie Portman, quien vuelve a adueñarse al completo de una película, como ya hizo en aquella que le reportó un Oscar (premio al que vuelve a estar nominada), Cisne negro (2010). No es de extrañar que, de hecho, Darren Aronofsky sea uno de los productores de Jackie, ya que no nos alejamos tanto del retrato de una obsesión, en este caso de una mujer por dejar constancia de la relevancia de su marido en el contexto político estadounidense.


Nos encontramos por tanto ante un retrato del dolor, la tristeza, la pérdida y la soledad, pero también de la ambición y del deseo de trascendencia. De mantener el esplendor de épocas pasadas, pero que, reflejado en la decadente banda sonora de Mica Levi (también candidata al Oscar), se va inevitablemente extinguiendo y acaba con cualquier determinación. No hay así en el filme homenaje ni intencionalidad de ello por parte de Larraín, solo una exposición muy estética a la que sin embargo su multitud de finales poco a poco le restan la fuerza que tenía el resto del conjunto. 



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