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jueves, 18 de febrero de 2016

Críticas: El abrazo de la serpiente

7/10
El abrazo de la serpiente (Colombia-Venezuela-Argentina, 2015).
Dirección: Ciro Guerra.
Intérpretes: Brionne Davis, Nilbio Torres, Antonio Bolívar, Jan Bijvoet, Nicolás Cancino, Yauenkü Migue, Luigi Sciamanna.
Guión: Jacques Toulemonde, Ciro Guerra; sobe los diarios de Theodor Koch-Grunberg y Richard Evans Schultes.
Música original: Nascuy Linares.
Fotografía: David Gallego.
Montaje: Etienne Boussac.
Idioma: Español, portugués. alemán, catalán, latín.

Duración: 125 minutos.


El material de los sueños

Por Sofia Pérez Delgado
(La película del día)


La excepcional temporada de éxito de festivales y premios que ha tenido el cine iberoamericano a lo largo de 2015 queda rematada con la nominación al Oscar de la colombiana El abrazo de la serpiente. En su tercera película, el director Ciro Guerra se interna de nuevo en lo profundo de su país para mostrar, como en trabajos anteriores, el viaje externo pero también emocional, aderezado con ciertos toques de humor, de dos inesperados compañeros. Y en este caso, lo hace desde las mismas raíces, con el tema recurrente de la fusión de distintos tiempos, que solo el año pasado también trataban otras cintas de forma parecida como la ruandesa Things of the aimless wanderer, o el recientemente estrenado documental chileno El botón de nácar, para comprender la repercusión que el pasado tiene sobre el presente.

El abrazo de la serpiente está basada en los diarios de Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schülters, a través de los cuales conocemos el modo de vida de algunos pueblos de la Amazonia, ya totalmente desaparecidos. Estos dos exploradores, separados por décadas, buscarán la yakruna, planta que cura las enfermedades y devuelve los sueños a aquellos que nos los tienen. Guerra no pretende realizar una crítica sobre los cambios dentro de las tradiciones de la tribus; más bien todo lo contrario, ve el progreso y el conocimiento como única forma de que éstas perduren frente a elementos externos, pero también a sus propias supersticiones. Lo que sí se denuncia es que este proceso no sea consustancial a la propia evolución, sino que se produzca a fuerza de exterminar las costumbres nativas, fundamentalmente por la imposición del comercio y la religión. La mezcla y la diversidad quedan expuestas en la propia estructura del filme, compuesto por un reparto cosmopolita (en el que destaca la interpretación del belga Jan Bijvoet), y con una relevante riqueza idiomática, entrelazando los lenguajes indígenas con el español, el alemán, el gallego, el inglés o el catalán.

El director vuelve al blanco y negro de su ópera prima, La sombra del caminante (2004), pero si aquella era un curioso trabajo amateur, aquí nos encontramos con un imponente ejercicio de estilo, narrado principalmente a través de su fotografía. Podemos inmediatamente relacionarla en este aspecto con otra película muy presente en la temporada de premios, El renacido de Alejandro González Iñárritu. Pero precisamente la comparación vendría dada por el diferente tratamiento que ofrecen ambas obras de la relación entre la naturaleza y el ser humano: si la deslumbrante y naturalista labor de Emmanuel Lubezki pretende demostrar la supremacía del entorno, David Gallego, responsable de la fotografía de El abrazo de la serpiente, aún sin negar este poder, que conduce a la pérdida de la razón (como vemos en el segundo episodio que transcurre en la misión), tiene una intención más integradora. Es decir, solo estableciéndose un vínculo entre el hombre y la selva se conseguirá que ambos sobrevivan.
Como podemos imaginar, Ciro Guerra es consciente de que la armonía que desea es imposible: cuando dos fuerzas se enfrentan, al final una debe acabar ganando. El abrazo de la serpiente comienza como una aventura más convencional, y se va convirtiendo en una enigmática fusión de lo onírico y lo real, lo material y lo intangible, lo autóctono y lo universal. Como el río Amazonas que fluye sin interrupción, nuestras acciones discurren y repercuten más allá de lo que podamos imaginar, hasta acabar transformando el mundo en un inhóspito lugar en el que se ha perdido la capacidad de soñar. 


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