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viernes, 8 de agosto de 2014

Shirley: Visiones de una realidad

4/10
Shirley: Visions of Reality (Austria, 2013).
Dirección, guión y montaje: Gustav Deutsch.
Intérpretes: Stephanie Cumming, Christoph Bach, Florentín Groll, Elfriede Irrall, Tom Hanslmaier.
Música original: Christian Fennesz.
Fotografía: Jerzy Palacz.
Idioma: Inglés.
Duración: 92 minutos.


Tableaux vivants


Por Sofia Pérez Delgado
(La película del día)



La obra del pintor estadounidense Edward Hopper, uno de los principales representantes del realismo de principios y mediados del siglo XX, se vio muy marcada por el cine en su utilización de la luz y de la escenografía, así como por el uso de una perspectiva muy concreta. Y esta conexión ha sido recíproca: desde la famosa casa de Psicosis (1960), que Hitchcock erigió basándose en un cuadro de Hopper, hasta trabajos de realizadores plenamente actuales como David Lynch, Terrence Malick, Todd Haynes o Sam Mendes, el medio cinematográfico ha visto en este artista un espejo para representar visualmente  espacios íntimos de la sociedad americana. Pero además, la influencia de Hopper traspasó fronteras hasta llegar a Europa (uno de los más claros ejemplos donde se aprecia su mano sería el de Aki Kaurimäki). De este modo, es un documentalista y videoartista austriaco, Gustav Deutsch, quien ha decidido lanzarse al proyecto más personal y escrupuloso dedicado al artista dentro del cine “narrativo” (punto que, sin duda, hay que concretar), no ya inspirándose en sus cuadros para ambientar una película, sino convirtiéndola en el germen y la razón de ser de la propia cinta. 

En efecto, Shirley. Visiones de una realidad posee cierta narración, aunque su argumento es puramente anecdótico. La película en una excusa para recrear trece cuadros de Hopper, que cobran vida gracias al exquisito trabajo de diseño de producción del propio Deutsch y del director de fotografía Jerzy Palacz. A través de la sucesión de lienzos, se hace un repaso a algo más de la primera mitad del siglo XX en América, protagonizado por una actriz (Stephanie Cumming), a la que la censura y la guerra le impedirán continuar con su carrera. A través de sus pensamientos, asistiremos a momentos de amor, depresión, miedo, duda… Deutsch capta a la perfección no ya el realismo del que se considera paradigma la obra de Hopper, el cual sin duda posee, especialmente en su minucioso estudio de los detalles, sino su efectismo teatral para acentuar la sensación de soledad individual, propia del desencanto generado por la vida moderna. Deutsch hace énfasis en las propiedades emotivas de la arquitectura como forma de simbolizar el vacío existencial de una generación desarraigada y traumatizada por la guerra. 

El problema es que Deutsch no aporta a las imágenes de la película todo el relato, la trama y la historia que parecía haber tras los personajes de los cuadros de Hopper. Mientras que los lienzos plantean cuestiones en el observador, la película transmite indiferencia. Aquello que estimula la mente del visitante de un museo, Deutsch lo convierte en (su) realidad, ofreciendo su propia interpretación de los cuadros, y dejando poco margen para el misterio. Lo que reconocíamos, en cierto modo, como familiar y empático en los cuadros de Hopper, en Shirley. Visiones de una realidad se traduce en un estatismo emocional que nos deja fuera de lo que está sucediendo. Al igual que Hopper observaba con frialdad la mano humana en el paisaje urbano, del que admiraba su complejidad, Deutsch parece deleitarse con los mecanismos internos del cine; sin embargo, no insufla vida a sus personajes ni a las situaciones. Una languidez prolongada que finalmente consigue transformarse en algún momento más poético hacia el final. Es el caso especialmente de la Intermission en el cine, en la que Deutsch abandona un poco la compostura para dejarse llevar por lo onírico.   

Una película como Shirley. Visiones de una realidad hace cuestionarse de nuevo las fronteras del cine, y lo que lo separa del videoarte. En un museo, proyectada como complemento audiovisual a una retrospectiva de Hopper, sería un experimento interesante. Su distribución en salas comerciales es, sin embargo, muy arriesgada (más allá de la atracción que pueda provocar el pintor). Y es que quizás Gustav Deutsch sea el director que más haya integrado la pintura en el cine, convirtiéndolos en un conjunto indivisible. Siendo así, se puede afirmar que, por mucho que un arte se acerque a otro, cada uno tiene su espacio, y combinarlos de forma extrema puede llevar a su supresión, hasta el punto de perder su significado original. 



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