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jueves, 17 de septiembre de 2020

Crónicas: Festival Toronto 2020 (VI)

Por Paulo Campos 


Shiva Baby (Emma Seligman. Estados Unidos, 2020)

Cuando en un festival de cine ves el título de la película seguido de un “comedia” y “duración 70 minutos”, una lagrimita de incredulidad y regusto asoma por la córnea y se derrama sobre tus gafas marrones robadas de un cajón de casa de tus bisabuelos. Pues este es el caso de Shiva Baby,una película minúscula estadounidense que supone un soplo de aire fresco a una sección oficial plagada de títulos dramáticos.

El punto de partida de la película de Seligman (ópera prima, claro, y se nota) es el de una muchacha universitaria que coincide en un velatorio, más judío imposible, con su recién estrenado (o follado) amante no judio, casado y con un niño. A partir de ahí, enredos, situaciones incomodas y un humor judío que ríete tú de los Coen en sus más hebreos momentos.

No puedo más que recomendar la visión de la película, porque es inocua, divertida y te hace pasar un rato estupendo viendo como la muchacha se hunde cada vez más en la mierda, de cómo retrata a la familia, sobre todo a la madre, que siempre, con su elegancia, está comiendo, por supuesto comida kosher. A ver si consigue hacer algo de ruido, porque a pesar de tener todos los fallos del mundo como primera película, un reparto entregado, sabedor de que tienen una propuesta con un punto de partida tan bueno tienen que aprovecharlo.

Poco más os puedo contar porque, entre la mínima duración y que no es más que estirar el chiste de inicio con una mala hostia importante, os acabaría contando la película.


Gaza mon amour (Arab Nasser & Tarzan Nasser. Palestina-Francia-Alemania-Portugal-Qatar, 2020)

Titulada también Apollo, estamos ante una comedia palestina (aunque parezca increíble que los dos términos vayan unidos) y que, como os podéis imaginar, dista mucho de la carcajada. Sí es una perenne sonrisa, desde el punto de inicio a los personajes y el cariño con el que se les trata.

La historia es la de un hombre de unos 60 años, que vive de lo que pesca y vende en el mercado, enamorado de una costurera vecina y que en una noche de faena en sus redes aparece una empalmada estatua de Apollo. A partir de ahí se torcerá todo, su declaración de amor a la viuda se verá aplazada por las ansia de Hamas en saber la historia de la estatua y de convencerse de que no se trata de un contrabando de obras de arte. Mientras, y más peligroso, la hermana del protagonista le busca mujeres para casarse.

Aunque la compararon con Suleiman, me quedo más con el tratamiento de los personajes de Kaurismaki (me parece increíble que yo haya dicho tal frase), que desde la frialdad tiene gran cariño a los personajes y quiere reflejar que desde su hieratismo hay calor y humanidad en ellos.

Dirigida con buen pulso, aún notándose alguna carencia o riesgo estilístico, estamos de nuevo ante una primera película y con un presupuesto ajustado, pero con mucha humildad y ganas de sacar humor de una tragedia como es la vida en Gaza. Donde no esconden bombardeos o situaciones lastimosas o de denuncia, como las ansias de libertad y de salir del bucle de la hija de la costurera, aunque desde un punto de vista alejado, sin perder la perspectiva de que es otra cosa lo que nos quieren contar. Aún así cuentan con un reparto de primera, él es Salim Dau (que estaba en Tel Aviv on fire) y ella es la Carmen Maura iraní, Hiam Abbass, que la reconocemos por Succession, Rami o las películas Los limoneros o incluso Blade runner 2049.

Aún no sabemos si será esta la película seleccionada por Palestina para los Oscars, pero sí puede que consiga venderse bien, porque es una película fácil de ver y con posibilidades de hacer una buena taquilla en salas pequeñitas.

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