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martes, 15 de septiembre de 2020

Crónicas: Festival Toronto 2020 (III)

Por Paulo Campos


Tove (Zaida Bergroth. Finlandia-Suecia, 2020)

Tove Janson es considerada una de las mayores estrellas de las artes finlandesas, y la escritora infantil de más éxito del país nórdico. Un personaje muy querido por la sociedad sueco-parlante de Finlandia y una institución cultural. No es de extrañar que mereciera un biopic, y para qué complicarse demasiado, si su propia vida ya te da para cubrir hora y media sin añadir nada a “lo que hizo y cómo lo hizo”.

¿Qué quiero decir? Que si os digo la película abarca desde que su padre la menospreciaba por dedicar su tiempo a pinturitas frívolas, que conoce la pobreza al no vender demasiado, que se enamora de una mujer, que consigue sobresalir pintando murales y finalmente se estrena para la posteridad con unos personajes de comic... ya habéis visto la película, porque ni narrativa ni visualmente aporta novedad alguna a lo que os conté.

Creo que el amor que le tiene al personaje, una esforzada y más que correcta Alma Pöysti, supera a atreverse a innovar contando su vida. Sabe la directora que tiene en sus manos a alguien admirado y no se atreve ni siquiera a poner una nube en un biopic que termina derivando en rutinario aunque no falto de interés.

Lo mejor es ver como de una creación chorra llegó a crear un imperio. Los Moomin, son esa especie de trolls regordetes que si buscáis seguro reconocéis. Aunque aquí no sean Espinete y Don Pimpón, pero sí son productos que ya están en el imaginario colectivo. Lo más destacado es esa fotografía que nos hace creer que en los países nórdicos el amarillo suave y el verde tenue son colores que toda casa ha de tener por contrato con el ayuntamiento del lugar.


Garçon chiffon (Nicolas Maury. Francia, 2020)

Maury es una actor relativamente conocido en Francia, más por secundar que protagonizar. Pues ahora se lanza a la dirección, y lo hace con un proyecto aparentemente personal del que se encarga también del guión. No sé qué tienen los franceses que a veces convierten en protagonistas a seres con lo que en más de una ocasión, en la vida real, acabaríamos como Jorge Javier Vázquez con Belén Esteban.

Vayamos a lo que nos cuenta, resulta ser la historia de un actor homosexual que está pasando, por sus actos, y sólo por sus actos, un bache sentimental (con una relación idílica que rompe por sus celos enfermizos), laboral (con una papel en un importante musical tirado por la borda por sus decisiones) y un desorden mental que lo lleva de una terapia de grupo a volver al redil al pueblo de mamá. Un inicio que promete, pero que luego por acumulación de dramatismo se va diluyendo conforme avanza la película.

Además de una interpretación de Maury como el actor, algo exagerada y a veces demasiado histriónica, tenemos a la verdadera estrella: ella es la gran Nathalie Baye, que se reserva, como no, el papel de madre del muchacho, una madre que según leíamos en la sinopsis era de armas tomar. Luego no es tanto, pero sé es verdad que aprovecha todas las secuencias que tiene para reinar en la película, como aquella en la que espera en la estación la llegada de su hijo, o la confesión donde no culpa al chico del suicido del padre (con la cara de "¿qué me estás contando?" por parte de él, porque nunca se había planteado tal cosa).

En fin que una película que se ve, pero que quizá el ego (y el hecho protagonizarla alguien tan hostiable, directamente, para que me voy a andar con remilgos) la hace un poco antipática de más.  

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