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domingo, 29 de abril de 2018

Relatos cinéfilos: El día que Red me esportilló los dientes



Por Víctor Garijo

Del señor Red podríamos hablar durante tres horas o incluso tres años, y sin detenernos ni tan siquiera un segundo para observar y asimilar el deterioro del ecosistema. Empero con subrayar que con un atroz garbilote sentaría al Sylvester Stallone de Rambo nos vale para visualizar, a grandes rasgos, su poderío físico. El mismo que lo encumbra como un titán con el que no merece la pena discutir sobre lo aburrida que es la saga de Bond —salvo que te merezca la pena acabar pidiendo la muerte por absoluta prioridad a sobrevivir sin dedos—. Ante su presencia o solo con escucharlo hablar, he de reconoceros que me echo a temblar y entre sollozos llamo a mi mamá. Y sin embargo en nuestros primeros años de amistad —durante el tiempo que lo creí titulado en pedagogía y magisterio— lo creí un ser inofensivo de espaldas anchas y carismática sonrisa; jugador magistral del póquer y ferviente admirador del Dalai Lama, ¡pero caray qué equivocado estaba!
  Mi querido Red en el más sofisticado de los silencios era el jefe de un comando donde su único miembro capaz de respirar era él.
Su compañero había muerto en brazos de una mujer barbuda y se llamaba Brandon Stone.
Para cuando lo supe quise morir de la risa. Lo evitaron y…  sin lamentarlo decidí escribir mis memorias. No obstante antes me fui al emblemático pub de Frank y me chispé.



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