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miércoles, 27 de enero de 2016

Críticas: La juventud

8/10
Youth (Italia-Francia-Suiza-Reino Unido, 2015).
Dirección y guión: Paolo Sorrentino.
Intérpretes: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano, Jane Fonda..
Música original: David Lang.
Fotografía: Luca Bigazzi.
Montaje: Cristiano Travaglioli.
Idioma: Inglés.
Duración: 124 minutos.

Clasicismo pop

Por Alberto Gallardo
Con tan solo siete largometrajes a sus espaldas, el italiano Paolo Sorrentino atesora una filmografía tan coherente y atrevida como para convocar la controversia entre la crítica que comienza a polarizarse entre los fans entregados y los feroces detractores. El barroquismo audiovisual de su obra reciente y el lirismo existencial de un discurso más bien clásico, suscitan no pocas críticas (basadas en la supuesta superficialidad de su cine) entre una cierta audiencia que no parece entender que el atrevimiento formal no tiene por qué ir reñido con el calado de una historia o su capacidad de emocionar.

El director de la extraordinaria La gran belleza, un indiscutible clásico del cine europeo contemporáneo, insiste en su nuevo film en el melodrama crepuscular desde una óptica masculina y burguesa. En este caso, el cineasta centra el foco en dos artistas octogenarios: un retirado compositor de música clásica y un director de cine que ultima su testamento fílmico, a los que dan vida dos leyendas vivas como Michael Caine y Harvey Keitel. Y su trabajo interpretativo, por si alguien lo dudaba, es sencillamente sublime.

Ambos comparten tiempos muertos e intercambian ocurrencias en un lujoso y fantasmagórico balneario en el que pasan unos días de retiro entre otras excéntricas personalidades agotadas por su éxito. Entre ellos, una joven estrella de rock interpretada por Paul Dano o un sosías del mismísimo Maradona. También recibirán relevantes visitas que les harán enfrentarse a un pasado del que parecen tratar de huir: en el caso de Caine, una hija que guarda ciertos rencores (la siempre estupenda Rachel Weisz), en el de Keitel, una veterana actriz con aires de diva (un papel a medida para la incombustible Jane Fonda).
 
El director se entretiene, quizá más de lo deseable, adornando con virguerías visuales el enrarecido ambiente de tan peculiar escenario, retratado como un surrealista y muy felliniano purgatorio de almas torturadas. Mientras, el guion va esbozando elegantemente la desazón vital y los agridulces recuerdos de los protagonistas, verbalizados en diálogos que se dirían artificiosos de no ser declamados con elegancia por sus superdotados intérpretes. La película invoca varios de los temas favoritos del director: el éxito mal asimilado, los peligros de la fama, la nostalgia de la vejez, lo insobornable del arte, la melancolía ante la cercanía del fin y ,por supuesto, el amor como ambivalente fuente de tormento y redención.

La juventud está a menudo a un palmo de ser devorada por el exceso, pero camina con elegancia sobre el alambre gracias al descomunal talento de sus actores y de un director de orquesta que deja su sello en cada plano (algunos, por cierto, de extrema belleza), aún a riesgo de irritar a algunos alérgicos a los rasgos de autoría de un Sorrentino, cuyo díptico crepuscular lo transmuta en algo cercano a una reencarnación pop del gran Federico Fellini. Una recomendación: quédense a los créditos finales para disfrutar de la preciosa "Simple Song #3" que opta al Oscar a la mejor canción original.

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