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miércoles, 22 de abril de 2015

Críticas: Clan Salvaje

7/10
Mange tes morts (Francia, 2014)
Dirección: Jean-Charles Hue.
Intérpretes: Frédéric Dorkel, Jason François, Mickaël Dauber, Moïse Dorkel, Philippe Martin.
GuiónJean-Charles Hue, Salvatore Lista.
Música original: Vincent-Marie Bouvot.
Fotografía: Jonathan Ricquebourg.
Montaje: Isabelle Proust.
Idioma: Francés.
Duración: 94 minutos. 


Por el buen camino 

Por Irene Galicia

Cada vez se escucha más que Jean-Charles Hue se ha consagrado como el inventor del western gitano. Y no es para menos; en su última película en torno a una comunidad nómada, violenta y marginal en un entorno yermo y decadente cuyos miembros se interpretan a sí mismos ante las cámaras y ganadora del prestigioso premio Jean Vigo en 2014, hallaremos una virulenta y cruda mezcla de western, road movie y documental cuya principal característica es su rigurosa sinceridad cinematográfica. El filme gira en torno a la vida errante y delictiva de un pequeño colectivo nómada de origen gitano, los yéniche, que habitan el norte de Francia y proceden de Europa central. 
La trama nos conduce a un poblado yéniche que vive en paz y rehuye la delincuencia y el comercio con chatarra como forma de vida a la par que abraza su fe cristiana; las primeras escenas del film circunscriben con mucha precisión a los protagonistas dentro de su entorno. Jason, el hermano menor de una de las familias está a punto de bautizarse cuando la paz de su familia y del poblado se ven trastocadas por la salida de prisión de su hermano mayor, que se jacta de haber sacado adelante a la familia gracias a sus robos y cuyo primer impulso tras salir de la cárcel es ir a atracar algún lugar. A pesar de la reticencia de los mayores del lugar, con su llegada comienza la aventura de un largo viaje nocturno en coche que sabemos con certeza que acabará mal, pero que a su vez supone un verdadero alegato sobre la urgencia y la necesidad de recuperar un tiempo y una identidad perdidos.

El filme bordea esa fina y atractiva línea que separa la ficción de la no ficción y se sitúa a la altura de un problemático argumento en el que lo más importante no es tanto el nudo narrativo sino el exhaustivo escrutinio de los personajes inmersos en ella. La decisión de rodar con actores no profesionales se alía con las intenciones de su autor alcanzando una transparencia dardenniana, áspera y palpable. La sensación de fidelidad con respecto al estrato social al que pertenecen es mayúscula en todo momento y las características personales que definen a todos los personajes principales los describen con una soberbia profundidad. 
Aparte del naturalismo y su verosimilitud casi documental, el filme tampoco tiene muchas más virtudes a destacar, aunque tampoco lo pretende. Como testigos de la falta de riqueza en los diálogos, cosa que forma parte del trazado de unos personajes en su mayoría analfabetos, su relato puede resultarnos superficial o poco profundo pero aún así no cabe duda de que es equilibrado y está magníficamente ejecutado particularmente en la parte final, plagada de carreras y persecuciones y con el constante debate del joven protagonista entre la vida recta o la senda de la delincuencia como telón de fondo. Con lemas que recuerdan a películas de corsarios, el film es una descripción de tiempos pasados. Porque los yéniches, como los rednecks americanos, se han quedado estancados en la moral, las creencias religiosas de nuestros abuelos y sus códigos, y ahí reside el interés de este retrato; no tanto en que sean diferentes a nosotros, sino que son la viva imagen del pasado.


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