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lunes, 20 de junio de 2016

Críticas: Si Dios quiere

4/10
Se Dio vuole (Italia, 2015).
Dirección: Edoardo Maria Falcone.
Intérpretes: Marco Giallini, Alessandro Gassman, Laura Morante, Ilaria Spada, Edordo Pesce, Enrico Oetiker, Carlo de Ruggeri.
Guión: Edoardo Maria Falcone y Marco Martani.
Música original: Cralo Virzi.
Fotografía: Tommaso Borgstrom.
Montaje: Luciana Pandolfelli.
Idioma: Italiano.
Duración: 87 minutos.


Ay, señor señor

Por David Sancho

Su protagonista, Tommaso, es un prestigioso cardiólogo, que, como buen hombre de ciencia, es ateo. Un día su hijo le llega con la noticia de que quiere dedicar su vida a la religión, lo cual para él resulta inaceptable. Desde ese momento Tommaso tendrá que luchar entre sus convicciones liberales que le llevan a querer que su hijo dedique su vida a lo que le plazca y el miedo a que la desperdicie.

En medio de esta lucha interior conoce a Don Pietro, un ex presidiario y moderno cura que ha influido en gran medida en la idea de su hijo de abrazar la fe. Tomasso intentará hacer cambiar de idea a su hijo y se verá envuelto en un sinfín de despropósitos.

La película empieza muy bien. Con un humor muy socarrón y cierta incorrección política, pero todo se diluye rápidamente. El personaje principal es una especie de doctor House, un médico con malas pulgas que piensa más bien poquito en como sus palabras afectan a los demás.
Como se ve venir desde el principio de la película, cuanto más conoce a ese atípico cura que tanto influye en su hijo, más cambia él. No abandona su ateísmo, pero si que abraza algunos de los ideales de la religión católica. Una relación que le sirve para revisarse a siímismo y mejorar en el proceso. Una relación que avanza por caminos predecibles al igual que el resto de la historia.

La incorrección política deja paso al relato edulcorado para acabar con un desenlace a la altura de la segunda mitad de la película. Lo que al principio parecía que podía ser una comedia provocadora y muy divertida acaba por convertirse en un producto anodino que acaba por agotar al espectador. Y es que ese comienzo tan acertado es el mayor lastre de la película, ya que genera unas expectativas que luego quedan muy lejos de ser colmadas. Si la película hubiese tenido ese tono convencional desde un principio, si no nos hubiesen puesto la miel en los labio para luego quitárnosla sin previo aviso, tal vez el descalabro no hubiese sido tan mayúsculo.




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