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martes, 3 de noviembre de 2020

Crónicas: Seminci 2020 (I)

 Por Paulo Campos


Hacer hoy en día un festival de cine presencial es poco menos que una heroicidad. Las cuotas de aforo en los cines son ínfimas y las condiciones del estado no son, desde luego, las adecuadas para plantarte en otra ciudad a hacer eventos sociales. Pero ahí tenemos al Festival de Valladolid, en su 65 aniversario y con aforos del 30% (sí 30%) en los pases. Así tenía como mi compañero de fila en el cine al menos cuatro asientos de distancia y vacías las filas anterior y posterior. Si eso no es un cine seguro, que venga Fernando Simón y lo vea. Me gusta venir a este festival porque la sección oficial, a pesar de heredar muchas veces películas que ya pasaron por otros festivales, siempre suelen tener una calidad mínima destacable (siempre hay excepciones, aún recuerdo el bochorno del pasado año de Hombres de piel dura) y aunque es complicado encontrar la PELÍCULA REDONDA, siempre encuentras cine interesante.

Otro aspecto que mola es el de disfrutar de todos los teatros y salas que ofrece la ciudad (una mejores que otras, claro). Que si las mañanas las pasas en el Calderón (alguna de sección oficial también va en el Carrión), las de por la tarde y estrenos fiesteros en el Zorrilla, y luego aprovechan el Cervantes para colarte alguna de secciones paralelas. O luego puedes ver pelis españolas y cosicas más pequeñas en los Broadway. O ya si vas con mochila para pasar tres o cuatro días en el camino te mandan a la Sala Lava (ahora Sala Concha Velasco) a ver una o dos más. Un recorrido por la ciudad y su alfombra verde que, aunque hace que pierda esa sensación de ambiente festival, sí te vale para conocer el centro de una ciudad tan castellana como viva (no sé si esto es contrario por definición, así haciendo amigos). Además este año nos cortaban las alas, porque a las 22 había que estar en casa; lo que obligó el día anterior a rehacer todos los horarios de la tarde al equipo organizador, al que quiero felicitar públicamente por sus reflejos, su trabajo y su buen hacer. Aunque claro, eso significaba que en ocasiones apenas te quedan 20 minutos para comer e irte a los Broadway, que ya son 20 minutos andando y se acumulaba el chollo, pero a eso íbamos, ¿no?

Vamos poco a poco. Primero, con lo que dio de si la sección oficial a concurso, que para eso hemos venido. La Seminci suele inaugurarla una película española con aspiraciones a premios a final de año. Si hace un par de años fue Tu hijo, y el pasado año Intemperie, este año era la Coixet y su Nieva en Benidorm la que daba el pistoletazo de salida al festival. No sé si será coincidencia, pero qué poco me han gustado las tres inauguraciones. La de la Coixet me parece una de las más flojitas de su filmografía. Sí tiene algún punto de acierto, como el presentar el personaje de Timothy Spall (ampliamente lo mejor de la película) y a Benidorm como la decadente y hortera ciudad que es para los foráneos, donde claro, como peces en el agua. Luego se convierte en un thriller chusco y barato donde hasta el más gañán habitante de la ciudad recita a Sylvia Plath, que fue la primera en ponerse en bikini en la playa. Poco más que decir, y que revise a sus directores de casting, porque el radar les está fallando claramente. Esa misma tarde nos sacábamos, a medias, la espinita de la primera en la frente con la americana Sweet Thing, de Alexandre Rockwell, que “utiliza” como actores a sus hijos para presentarnos los márgenes de la sociedad estadounidense con una historia de familia desestructurada, pero de la hostia, donde todo son desgracias en forma de alcoholismo, abusos, pobreza, racismo, y donde los mejor es la naturalidad que consigue el director en las interpretaciones de sus retoños, sobre todo de ella, Lana Rockwell, de la que se habló hasta el final como posible premios de interpretación. La película no llegará a mucho más que a pasearse por los certámenes más indies sin marcar mucho el año cinematográfico.

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