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jueves, 1 de octubre de 2020

Crónicas: Festival Toronto 2020 (XVII)

Por Paulo Campos

 

Spring Blossom (Suzanne Lindon. Francia, 2020)

Ahora vamos con una supuesta niña prodigio del cine galo. Suzanne, la hija de Vicent Lindon y Sandrine Kiberlain, debuta en la dirección de largometrajes a sus 19 años (ya tiene 20, pero la dirigió el pasado año) y no lo hace con algo facilón, porque presenta a una adolescente de 16 años que va de lista por la vida; y claro, además es francesa francesa, por lo que su vida de adolescente le aburre y pone sus ojos en un actor unos 20 años mayor que ella, y sorprendentemente de ahí surge el amor y el deseo entre ambos

Aparentemente con el argumento que acabo de plantear va a ser un dramón del quince (o del dieciséis más bien pero no, la película opta por la ligereza en el planteamiento, como una película iniciática mostrando siempre los acontecimientos desde el punto de vista de ella  y sin meterse muy en el fondo de una cuestión que daba para más. Es que estamos hablando de un tipo que quiere acostarse con una cría de 16 años, pero no, la película hace un blanqueamiento de esa relación asquerosa.

Es verdad que huye de las escenas que podrían ser más cuestionables, porque en ningún momento se inclina por mostrar un contacto carnal entre ellos, pero sí en unas secuencias musicales que son una metáfora no muy indirecta de la conexión entre ambos. Vamos, que van ambos cachondos y los presenta bailando para no pasarse de chunga.

Pero es que además a nadie parece importarle que un tipo de treinta y pico se pasee con una cría, ni siquiera los padres de la chica, porque allí hasta el papá opina cómo le gustaría que fuera vestida si él fuese el tipo. En fin, un poquito de por favor.

Suzanne va de listilla, está claro que los papás le alimentaron el ego a base de bien y cree que su cine merece el visionado. A ver, tiene ideas y recursos, pero le faltan aún cuatro cocidos para traerme algo que sea relevante cinematográficamente. Una ópera prima que se me queda un poco en la superficie y claramente un error de auto casting ponerse ella misma como protagonista de la película. Lo dicho, igual un bañito de realidad no le vendría mal a la Lindon.


Casa de antiguidades (Joao Paulo Miranda María. Brasil, 2020)

Después de desahogarme con Fauna el otro día parecía que tenía copado el cupo de películas que van de demasiado listas para que los humanos podamos entenderla y tienes que ser votante de los Fipresci para que puedas llegar a saber qué coño te quiere decir el director de turno. Esta Memory House, que es su título internacional, es más accesible que la mexicana, pero tampoco tengo muy claro que la haya entendido perfectamente lo que me quiere contar.

Yo lo voy a intentar: Cristovan es un hombre negro ya entrado en años que es veterano de una fábrica láctea de la Amazonía regida por una corporación austríaca. Un día deciden que o se baja el sueldo o no seguirá en la empresa, lo que deviene en que pensativo Cristovam se encuentre una casa en medio del paraje en la que encuentra artículos relacionados con el pasado (entiendo que el suyo) y que le van recordando de dónde viene y trayendo unos instintos primarios y salvajes, casi animales, que lo llevarán a ser objetivo del resto de los trabajadores y vecinos.

Pues de esto creo que va, lo de los instintos animales es más por los cuernos gigantes esos que encuentra y el vestido ese que parece sacado de un Entroido de Verín, que por lo que realmente entiendo de la película. Es verdad que no es tan inaccesible como otras del festival, pero sí requiere conocer algo de la cultura de la zona, cosa que yo no llego y supongo que aclararía de donde procede ese imaginario de bicherío.

Luego ya podemos extrapolar como todo, si Get Out de Jordan Peele era una alegoría a la América de Trump, por mis cojones esta también puede representar los fantasmas de la sociedad brasileña expoleados por un indigente mental como es Bolsonaro, sacar mierda de la sociedad brasileña actual. Vamos, que alguien venga y me discuta que no es de eso de lo que trata la película. Aunque sea, discuto con el director y lo convenzo. A Peele le vino de lujo.


Druk (Another round) (Thomas Vinterberg. Dinamarca, 2020)

Con la película de Vinterberg cierro las críticas de las películas que he visto en este, espero, mi primer Festival de Toronto, a quienes les agradezco enormemente que me hubieran hecho un huequito después de decirme que no. Y no cierro con ella por casualidad, de hecho no fue la última peli que vi en la plataforma, pero ya de cerrar, cerrar a lo grande, con la que probablemente sea mi película favorita de todo el festival.

Vinterberg se atreve a hacer comedia con el alcoholismo, se atreve a meter el dedo en la llaga en la sociedad nórdica (danesa más concretamente) y  utilizar un prisma masculino para criticar desde dentro comportamientos de cierta parte de la sociedad y al mismo tiempo de la otra que se queda mirando el espectáculo.

La historia es la de un experimento que realizan un grupo de profesores y amigos entrados en la cuarentena, con unas vidas que ni se parecen a lo que fueron ni están remotamente cerca de los sueños que tuvieron. El rollo es que deben de mantener una tasa de alcohol en sangre suficiente para que su comportamiento varíe y les haga la vida más fácil a ellos y más atractivos a los demás. Pero claro, la cantidad de alcohol va aumentando cada día según los resultados van siendo más satisfactorios, hasta que claro, dejan de serlo.

La primera parte, con el planteamiento del experimento después de ver sus monótonas existencias es lo mejor de la película. Luego, las consecuencias negativas son más obvias, pero eso sí, en ningún momento sermonean al personal y cierra con una de las secuencias ya míticas de este 2020. Una película no redonda, pero sí atractivísima de ver, interesante, desvergonzada y moralista en parte. Una subida y bajada que hace de la experiencia de verla una borrachera cinematográfica, y hace buena la frase de los Simpsons: “Por el alcohol culpable y solución de todos nuestros problemas”. En este punto son brutales las secuencias de clase de historia con Churchill de protagonista o los consejos etílicos a un estudiante atenazado por los nervios antes de un examen

Como no destacar a Mads Mikkelsen por la pedazo interpretación que se marca, una de las mejores del año (y como esta película viene con el sello Cannes 2020, más que probable ganador del premio de interpretación allá) y ese baile mítico final, pero no se quedan atrás Thomas Bo Larsen, Lars Ranthe y Magnus Millang como el resto de profesores invitados al experimento. Y no dejéis de dejaros emborrachar por “What a Life” la cancionaza que da pie al final de la película, es del grupo Scarlet Pleasure.

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